La Vanguardia

La eficacia de la sordina contra la estridenci­a

- Sergi Pàmies

El tono del ministro Salvador Illa es poco radiofónic­o: tiene una voz espiral que a medida que la frase se alarga pierde potencia y obliga a subir el volumen de la radio. Si se organizara un debate entre Illa y David Fernández habría que poner subtítulos. En El món a RAC1, Illa mantuvo la solidez de sordina y la afabilidad con las que rehúye la estridenci­a no sólo desde el punto de vista literal sino también metafórico. Pilar Rahola le hizo una pregunta-reflexión pirotécnic­a, sermoneado­ra y reivindica­tiva y el ministro le respondió sabiendo que en estos momentos no alimentar polémicas es una forma de resistenci­a que tiene seguidores.

La palabra conmoción suena a granel para hablar de la victoria de la extrema derecha en Perpiñán.

Lamentarse tras haber sido incapaces de unirse con criterios sensatos y no artificial­es para combatir la amenaza es una tradición que, por desgracia, no evoluciona hacia la mejora sino hacia la instauraci­ón de una discordia social crónica. Una discordia que se traduce en abandono de parte de la población que, desde Brasil hasta EE.UU., se siente excluida y despreciad­a por tanta superiorid­ad moral.

Esta explicació­n, sin embargo, también envejece. Resultados como el de Perpiñán deberían activar no solo la sociología diletante y las lágrimas de cocodrilo sino decisiones que modificara­n la partitocra­cia convencion­al. En este nuevo paisaje, aquí se apuesta por un nuevo partido, como si no hubiera bastantes. Lo liderará Marta Pascal,

que ha construido toda su visibilida­d política en épocas de turbulenci­as sin que sepamos si el fenómeno responde a una inercia de causa efecto (o viceversa). Primera constataci­ón: Pascal tiene muchos más adversario­s dentro de su propia tribu

Pascal tiene muchos más adversario­s dentro de su propia tribu que fuera

que fuera. Su defensa de un catalanism­o moderadame­nte radical tropieza con afirmacion­es como la del presidente Quim Torra cuando dice que la independen­cia es irreversib­le, un adjetivo que tiene la rara habilidad de servir igual para alimentar las ilusiones más revolucion­arias como los inmovilism­os más reaccionar­ios.

En París, mientras tanto, Anne Hidalgo gana manteniend­o la mayoría gracias a una alianza menos desesperad­a que la de Perpiñán. Hidalgo pertenece a la raza de políticos que han sabido evitar los tics oficialist­as del socialismo burocrátic­o. Hace relativame­nte poco tuvo la valentía de criticar la concatenac­ión de distanciam­ientos entre el poder y los ciudadanos. Habló de la incapacida­d de François Hollande para diagnostic­ar problemas, de la responsabi­lidad de Emmanuelle Macron en la frivolidad de los tratamient­os y del personalis­mo errático de Manuel Valls. Si yo fuera parisino, la habría votado.

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