Tres destinos de mujer
Novela histórica Con una reina Isabel II ya en el exilio, el premiado libro de Herminia Luque ofrece un retablo de época que incide en los perfiles femeninos y feministas
CARLES BARBA
El XIX español fue un monumental avispero y un continuo toma y daca de golpes y contragolpes políticos. Ahí está mismamente el reinado de Isabel II, donde el pulso del país no tuvo un respiro, como bien ha demostrado Isabel Burdiel en una reciente biografía de La Gorda. En La reina del exilio, Herminia Luque (Granada, 1964) ha novelado a esta figura cuando, desterrada en París, ha perdido ya su corona y la ciñe desde hace siete años su hijo Alfonso XII, tutelado –eso sí– por Cánovas. El tablero nacional en cualquier caso sigue siendo un volcán, y en la corte paralela que rodea a la depuesta bullen las conspiraciones y se sustancian rivalidades no menos enconadas que en Madrid.
El relato arranca al rojo vivo, con cambios drásticos en el palacio parisino Basilewski que alberga al núcleo duro de los isabelinos: la reina acaba de defenestrar a Ramiro de la Puente (jefe de la casa real y algo más) y se empieza a encariñar con un recién llegado sagastino, Julio Uceda, a quien quiere tomar como secretario (y algo más). Por lo demás, enseguida entramos en conocimiento del círculo de aristócratas que rodea a la exmonarca y que componen un valleinclanesco entourage, tan pintoresco como tronado. Les oímos conversar y cotorrear, y a su trasluz (y, sobre todo, a través de las confidencias que la propia Isabel II hace a su nuevo favorito) van desplegándose páginas ocultas de su reinado, deslealtades ignoradas hasta entonces e intrigas de toda laya urdidas por carlistas, orleanistas y republicanos recalcitrantes. Y aflora también mucho secreto de alcoba, que salpica entre otros de modo flagrante a Alfonso XII. Aquí hay por cierto un maquinador estelar, el duque de Montpensier (el cuñado de la reina), cuya red de conexiones –ya lo verá el lector– alcanza hasta a los personajes más insospechados, y que encizaña todo cuanto toca, y en especial a los seres más puros.
Ya va siendo hora de decir que Herminia Luque ha insertado dentro del relato sobre aquella corte de opereta otro relato de sabor muy madrileño y popular, el envés de tanto brillo y fatuidad, la historia oscura y durísima de una pobre hija natural que va rodando de orfanatos a infratrabajos en comercios inmundos, y que, por una carambola afortunada, al final acaba engrosando precisamente la servidumbre que atiende a Isabel II en su dorado ostracismo. Otilia –tal es su último nombre– oficia de dama de compañía de su majestad, y sobre todo de lectora, entreteniéndola con Fernán Caballero o con Dumas. La dickensiana odisea de esta pobre muchacha criada en las más bajas esferas de la sociedad matritense –y que incluye una temporada en la trena por injustas acusaciones– corre paralela con las caricaturescas viñetas del palacio Basilewski, y van conformando el retrato de una de las tantas humilladas y ofendidas de la discriminatoria España decimonónica, una joven que va cobrando conciencia de su dignidad, y que al socaire de influencias como la Pardo o Concepción Arenal, llega a conquistar una existencia emancipada.
Gasta en fin Herminia Luque en esta novela de época un castellano con mucho gracejo castizo, y ello es patente en la voz de Isabel II, dicharachera por naturaleza y cuya personalidad presenta matices muy ricos y lejos del estereotipo divulgado. Tan parlanchina es la reina como secreta resulta Otilia, y en esta dualidad la narración cifra buena parte de su carga simbólica. Son dos destinos de mujer, el uno caído del cielo y malogrado por la misoginia del siglo; y el otro moldeado en la más áspera tierra y larvándose un futuro a fuerza de sacrificios. Entre estas dos singladuras tan distintas, la autora tiene el acierto de introducir una tercera, la de Elena Sanz, la cantante de ópera internacional que dio a Alfonso XII dos hijos y que en el presente relato está tratada con neto perfil feminista. Llena de carácter y arrojo, ayuda a Otilia a salir del arroyo, y con la connivencia de la reina desterrada, da a conocer al joven rey de España las mielesdelverdaderoamor. |