El arquetipo de la mujer fatal y el auge del feminismo
El arquetipo negativo de la ‘femme fatale’ coincide con el auge del feminismo
La historiadora del arte Erika Bornay nos cuenta, al otro lado del teléfono, la historia de Lilith, el primer conflicto conyugal de la historia. “En una versión transmutada de un pasaje del Antiguo Testamento, aparece el mito de que Dios en un principio dio por compañera a Adán a una mujer, que como a él, formó del polvo de la tierra. Sin embargo la pareja nunca vivió en armonía. Según explica la Encyclopaedia Judaica, Lilith, apelando a la igualdad de sus orígenes, discutía con su compañero sobre la manera de realizar la cópula: ‘¿Por qué he de estar debajo de ti si soy tu igual?’. Adán, indiferente a las súplicas de ella, la obligaba a obedecer por la fuerza. Un dia, Lilith lo abandonó, huyó a la región del aire y se unió al gran diablo. Dios, entonces, creó a Eva de una costilla de Adán”.
Hace treinta años, la barcelonesa Bornay publicó el ensayo Las hijas de Lilith, que vive ahora una nueva versión en una lujosa edición ilustrada de Cátedra, con decenas de imágenes que muestran el nacimiento del arquetipo de la femme fatale, su traslación al arte y la literatura. Aunque la obra se centra en un momento concreto del siglo XIX, el del auge de las sufragistas, su mensaje cobra una especial vigencia en tiempos de empoderamiento y reivindicación feminista.
“El contenido y las imágenes del libro –explica la autora– hacen referencia al temor del hombre a la mujer, a la desconfianza por su potencial competencia en ámbitos que, hasta entonces, solo a él le habían estado destinados, igual que actualmente. Hacia la mitad del siglo XIX, para muchos hombres, contemplar a la mujer fuera de su papel maternal y conyugal se tradujo en miedo y ansiedad. También en deseos de venganza que se tradujeron en la creación tanto artística como literaria, de un prototipo perverso”.
Era la mujer fatal. Poderosa y segura de sí misma. De una belleza turbia, inquietante, misteriosa y, a veces, algo andrógina. Aparece creada por precursores como el prerrafaelita D.G. Rosetti, y por Moreau, Von Stuck, Munch, Rops, Klimt... “El mundo pictórico se llenó de perversas Liliths, Salomés y Judiths –prosigue Bornay–. En España hubo la figura de Beltrán Masses, muy ligado a Barcelona, y también Anglada-camarasa recurrió en algunas obras, más discretamente, a representar este icono”.
Para Bornay, hay un paralelismo entre la imagen de las pinturas que muestran a mujeres “en provocativa connivencia con el diablo en forma de serpiente” y la publicidad y ciertos programas de televisión actuales “que a ellas les requieren ser jóvenes y atractivas –exigencia de la que se exonera a los hombres– y lucir también una larga cabellera”. La escritora Laura Freixas añadiría las representaciones pornográficas de violencia contra mujeres, “una reacción machista visceral o vía de escape contra el empoderamiento femenino, cuando en realidad no tenemos poder ni armas. La violencia legítima y la ilegítima están ambas en manos de hombres, como el poder político y religioso. Me sorprende esta pesadilla masculina muy poco justificada por la realidad”.
Para Freixas, “hoy pervive clarísimamente el arquetipo negativo de la mujer poderosa. Se presenta como malvada, peligrosa, odiosa, infeliz, alguien que ha obtenido su poder por medios inconfesables y lo aplica con consecuencias nefastas”. Cita como ejemplo reciente la película La verdad de Hirokazu Koreeda, con Catherine Deneuve y Juliette Binoche, porque “no me lo esperaba de él, una mujer manipuladora de libro, arribista, que se ha acostado con todo el mundo para trepar y aplasta a una pobre chica que le hacía sombra. Da hasta risa”.
Estos días, se han retirado o contextualizado obras racistas. “No sucede así con las machistas –señala Freixas–, aunque habría que hacerlo, como propugna Peio H. Riaño en su ensayo Las invisibles, centrado
en el Museo del Prado, cuyas cartelas no aluden a las violaciones que muestran ciertos cuadros, que únicamente se analizan en cuanto a la pincelada, el colorido, la mitología o la composición. Creo que hay que decirlo. Cuando Artemisia Gentileschi muestra a Judith decapitando a Holofernes me gustaría que me dijeran que ella fue violada y que se puede interpretar ese cuadro como una respuesta. Se habla de este debate en unos términos simplistas, de censura o de aceptación sumisa. Nunca he propuesto que se queme nada, ni siquiera Lolita, de Nabokov, una novela excelente que hay que leer, pero hay que explicar lo que hay detrás”.
En el siglo XIX, cuenta Bornay, llegaron a la vez “el capitalismo salvaje y la revolución industrial”, que llenaron las fábricas de trabajadores. “Debido al trabajo intermitente de estas, según el ritmo de los pedidos, los trabajadores eran despedidos por falta de demandas y tenían que buscarse otro trabajo. Para los hombres era fácil, pero no para las mujeres, quienes se veían empujadas a la prostitución. Las enfermedades venéreas se extendieron. Baudelaire, Manet y Maupassant, entre otros, murieron de la sífilis. Las mujeres eran les fleurs du mal, como dijo el poeta. Y se llegó a asociar mujer con vicio y enfermedad”.
En la literatura de la época, brillan obras con mujeres burguesas que protagonizan episodios de infidelidad: Madame Bovary de Flaubert, Anna Karénina de Tolstói, Effie Briest de Theodor Fontane… “La sociedad bienpensante se escandaliza con estas heroínas –apunta Bornay– y prohíbe su lectura a las jóvenes solteras. Junto a esto, aparece la mujer fatal con su sensualidad destructiva en, por ejemplo
Una noche de Cleopatra, de Gautier, donde se perfila la perversa que asesina por la mañana a los amantes que han pasado la noche con ella. Flaubert, tras las huellas de Gautier, escribirá Salambó. Barbey d’aurevilly hará una serie de relatos cuyo nombre ya es significativo, Las diabólicas. O la Salomé que Oscar Wilde escribió para que fuera llevada a la escena por Sarah Berndhart...”.
Si hubiera que establecer un canon de obras machistas, Freixas pondría ahí “la poesía amorosa de Neruda. Pero también quiero citar ejemplos de que en el pasado sí existía la conciencia feminista, por ejemplo en una obra medieval como el Decamerón de Boccaccio, que reivindica el derecho de las mujeres al placer sexual, y hasta hay un personaje que dice que ella no tiene por qué pagar impuestos porque no pudo votar la ley que los establece”.
¿Qué papel tiene el arte para demoler o asentar prejuicios? “Es fundamental –opina Freixas–, interpretamos nuestra vida, a nosotros y el mundo según modelos culturales, y eso tiene consecuencias. Hay una escena que se repite mucho en las películas: una mujer huyendo aterrorizada de un hombre y que es salvada por otro hombre. Eso crea una fantasía terrorífica de miedo en las mujeres, como explica Virginie Despentes en Teoría King Kong, que cuenta cómo fue violada por unos chicos, ella llevaba una navaja pero no la usó, seguramente le habría sido útil, pero tenía esa fantasía incorporada, como los hombres, que se sienten más fuertes de lo que son, aunque sean poco fornidos, y las mujeres nos sentimos completamente impotentes. Cuando de madrugada vuelvo sola a casa, llamo a mi novio y le despierto porque me da miedo coger el ascensor, es irracional, pero es así”.
Bornay concluye diciendo que “personas fatales existen y han existido siempre. Hombres y mujeres, que han intervenido negativamente en el destino de una tercera persona. Las razones de por qué este prototipo, encarnado en una figura femenina, fue tan recurrente en los años finiseculares del XIX son el auge de la reivindicación femenina. Y también fue una moda en el primer celuloide de Hollywood”.