Desafío del narco al Estado mexicano
El atentado al secretario de Seguridad Pública dispara todas las alarmas en el Gobierno de López Obrador
En aquellos tres minutos infernales que duró la balacera, Omar García Harfuch supo que podía morir y que a su lado tenía un chaleco antibalas que le podía salvar la vida. Una semana después, el secretario de Seguridad Pública de Ciudad de México se recupera de tres balazos que no fueron mortales, pero el atentado ha dejado una herida abierta en la estrategia del Gobierno de López Obrador en su lucha contra el crimen organizado.
Nunca la capital vivió un desafío parecido. Aunque el atentado atribuido al cártel Jalisco Nueva Generación fracasó en su objetivo principal, la muerte de Harfuch, ha puesto en evidencia el poder y la capacidad de penetración del narcotráfico en una metrópoli de 20 millones de habitantes y uno de los centros financieros más potentes de América Latina.
Los dos escoltas que viajaban con el secretario de Seguridad sabían que no debían abandonar el vehículo cuando fueron interceptados por los sicarios a las 6.35 de la mañana del viernes 26 de junio. También lo sabía García Harfuch, pues no era un mando policial al uso. “Conocía perfectamente los operativos contra el crimen y cómo debía actuar. Él los había dirigido personalmente en muchas ocasiones y no se echaba para atrás. Es un tipo de acción”, comenta un mando policial que trabajó con Harfuch en la Policía Federal y que prefiere el anonimato.
Bajo la lluvia de balas, nadie abandonó la camioneta. Los sicarios quisieron inmovilizar el vehículo blindado disparando a sus zonas más sensibles, las llantas, los cristales y el motor. Solo con el vehículo parado podían conseguir perforar el blindaje a base de machacar el objetivo. “Los blindados son para huir y si no puedes hacerlo tienes que aguantar hasta que llegan los refuerzos”, es la frase que le decían los escoltas al mando policial. “El parabrisas aguantó y eso evitó una tragedia mayor”, explicó José Ramón Abraham, responsable de Abate Autos Blindados, la empresa que había suministrado la suburban.
Salieron a repeler el ataque los cuatro escoltas que viajaban en el vehículo que iba detrás. Dos agentes perdieron la vida, pero la alarma estaba dada, y los refuerzos llegaron en pocos minutos. El lugar donde ocurrió el atentado es uno de los más vigilados de la ciudad, tiene embajadas, y personas importantes como el embajador de Estados Unidos viven a pocas calles.
Los sicarios huyeron dejando chalecos antibalas, pistolas y tres fusiles Barrett, un arma militar que bien usada puede perforar un vehículo blindado. Abandonaron también un lanzagranadas que no utilizaron. En el suelo quedó un reguero de más de 400 casquillos. Ahora se sabe que el atentado se empezó a preparar tres semanas antes. Era la primera vez que el narco utilizaba en la capital los fusiles Barrett y las granadas de fragmentación.
“Con esa acción desafiaron al Gobierno y quisieron dejar patente que están dispuestos a la conquista de Ciudad de México”, comenta en conversación telefónica Raúl Benítez, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México y uno de los grandes expertos en narcotráfico. “Han hecho un desplazamiento de sus actividades después de las últimas operaciones de la DEA y del Gobierno mexicano”.
Benítez se refiere al operativo
que en marzo realizó la agencia antidroga norteamericana contra el cártel Jalisco en la frontera sur. Detuvo a más de 600 sicarios y se incautó de 20.000 kilos de droga, además de 22 millones de dólares. El segundo golpe lo recibió hace tres semanas cuando la Unidad de Inteligencia Financiera del Gobierno de México congeló 2.000 cuentas bancarias relacionadas con el cártel que habían movido casi mil millones de dólares en los últimos meses.
En aquellos minutos de caos en la acomodada colonia de Las Lomas de Chapultepec se oyeron explosiones de granadas y las balas de alto calibre llegaron hasta más de un kilómetro atravesando los muros de algunas viviendas. En el fuego cruzado perdió la vida una vendedora de comida callejera.
La policía detuvo a las pocas horas a una docena de sicarios. Los más de treinta que participaron en el atentado habían recibido armas de gran calibre pero no tenían experiencia en su manejo. Tampoco conocían la ciudad. Procedían de cinco estados diferentes y llegaron a Ciudad de México días antes del operativo. Desconocían a quién tenían que matar, solo les dijeron que era una operación suicida por la que iban a cobrar 100.000 pesos, poco más de 4.000 euros. Les prometieron el cuidado de sus familiares.
García Harfuch, un hombre de acción, salvó la vida porque alcanzó a ponerse el chaleco antibalas que llevaba en el asiento de la suburban. Recibió un tiro en el hombro, otro en el brazo y un tercero en la rodilla. Ahora se recupera de una segunda operación y junto a su cama tiene un chaleco antibalas con una metralleta dentro. Nadie ha dicho si fue el mismo que le salvó la vida.
El atentado de Jalisco Nueva Generación muestra una capacidad de penetración inusual en la capital del país
Omar García Harfuch salvó la vida porque alcanzó a ponerse el chaleco antibalas que llevaba en la suburban