Puigdemont y su Gent per Catalunya
El congreso había empezado francamente mal. Muy en secreto, un grupo de dirigentes de Convergència había encargado meses antes el diseño de la nueva marca con la que se daría carpetazo al partido que fundó Jordi Pujol. Y cuando cayó el telón y se desveló la gran sorpresa, la decepción corrió como la pólvora entre los 3.000 inscritos en el cónclave. Los nombres Més Catalunya o Catalans Convergents sonaron a broma. Era julio de 2016 y ya en aquel momento pudo percibirse la pérdida de auctoritas por parte de Artur Mas derivada de haber dejado la presidencia de la Generalitat apenas seis meses antes en manos de Carles Puigdemont. Mas no logró convencer a los suyos a favor de esos apelativos, ni tampoco consiguió imponer la dirección que había planeado.
El caos se apoderó del congreso fundacional y se formó una comisión para proponer otros nombres que sonaran menos a eslogan publicitario. El 65% de los militantes había manifestado su voluntad de que su seña de identidad incluyera de alguna forma la palabra Convergència. Pero la voluntad de romper con el pasado por parte de la cúpula era inequívoca. Entre los miembros de esa comisión figuraban Mas y Puigdemont, que se enfrentaron a tres nombres finalistas: Junts per Catalunya, Partit Nacionalista Català y Partit Demòcrata Català. El president y su antecesor abogaron con insistente vehemencia por el primero. Se votó en el seno de la comisión y perdieron. El segundo también decayó y, casi por descarte, quedó vigente el último.
Al salir de la reunión, noche del sábado 9 de julio, Puigdemont mascullaba irritado con la decisión. El president estaba radicalmente en contra de un nombre encabezado por la denominación “partido”. Si Artur Mas había señalado en su discurso que la nueva formación debía estar “alejada de hiperdoctrinas e hiperideologías”
–eso sí, “con vocación y mentalidad de gobierno”–, Puigdemont abominaba de la constitución de un partido que se presentara como tal, un traje que siempre ha visto demasiado encorsetado para perseguir la meta de la independencia. Lo que él propugnaba era un movimiento nacional. Durante las discusiones había propuesto, sin éxito, Gent per Catalunya. Un nombre más acorde a sus ambiciones políticas. Es más, después de aquella reunión en la que se decidieron por el Partit Demòcrata, el president no se sentía conforme e incluso trató infructuosamente de reabrir el debate proponiendo Unitat Catalana.
De aquellos disgustos, estas fracturas. La cuestión de los nombres es la punta del iceberg de las diferencias e inquinas internas. Unos abogan por la vía unilateral y otros por la pactada; unos ven con buenos ojos un escoramiento hacia la izquierda y otros preferirían regresar al centroderecha; unos defienden plantar cara al Gobierno central si no acepta un referéndum y otros optarían por explorar un acercamiento; unos recuerdan que son muchos los que recurren a la foto con el expresident cuando quieren ganar elecciones y otros se sienten humillados ante lo que consideran maneras caudillistas de Puigdemont. La lista de agravios e incomprensiones mutuas es interminable.
Incluso si en los próximos días se llega a un acuerdo entre las dos partes, significará que Puigdemont ha barrido las últimas resistencias en el PDECAT y ha logrado al fin hacerse con una maquinaria electoral a su servicio con la que plantar cara a las expectativas que las encuestas otorgan a ERC. A partir de entonces deberán despejarse múltiples interrogantes, entre ellos el candidato y la fecha electoral, que aún están por decidir. Sea o no candidato, el expresident intentará mantener un esquema similar al actual, pero perfeccionado. Con él como presidente del nuevo partido desde Waterloo –y con Jordi Sánchez como número dos–, podría ejercer una tutela más efectiva sobre el presidente de la Generalitat si logra ganar las elecciones. No es un secreto que, después de más de dos años, el distanciamiento con Quim Torra se ha ido agrandando..
De esta forma, podría ser que los dos principales partidos independentistas adoptasen una fórmula similar a que utiliza el PNV, con un líder fuerte al frente del partido, en este caso Puigdemont y Oriol Junqueras, y un candidato a la presidencia del gobierno mandatado por el primero para desempeñar esa labor, lo cual complicaría la relación en caso de que las dos formaciones volvieran a compartir el Ejecutivo catalán. Pero eso forma parte de un futuro aún por escribir. Por ahora, Puigdemont se ha propuesto resolver este mes la pelea en el seno de los postconvergentes y tener listo el instrumento que ya tenía en mente hace cuatro años cuando anhelaba su Gent per Catalunya.
Ya en el congreso de la refundación de Convergència, Puigdemont rechazaba cualquier nombre que evocara a “partido”. Lo que quiere es liderar un movimiento independentista, aunque desde el Govern.