La Vanguardia

Salado y dulce a la vez

- Francesc-marc Álvaro

Por debajo y por encima del pitote en el patio posconverg­ente, hay una pregunta que es la más importante de cualquier estrategia electoral independen­tista hoy por hoy: ¿qué dosis de confrontac­ión con el Estado y de choque asumirá el votante soberanist­a en los próximos meses?

Todo el mundo sabe que el contexto de los futuros comicios autonómico­s no tendrá nada que ver con el clima que marcó el 21 de diciembre del 2017, cuando Carles Puigdemont –con Junts per Catalunya– obtuvo un gran apoyo, por delante de Esquerra Republican­a, después de la aplicación del 155, con dirigentes en la prisión y en el exilio, y el recuerdo reciente de las cargas policiales del 1-O y el discurso del monarca dos días después. Además, en ese momento, España estaba gobernada por el PP de Mariano Rajoy.

El conflicto catalán no se ha cerrado ni se ha resuelto, pero el impacto de la pandemia del coronaviru­s y el hecho de que el Ejecutivo central esté hoy en manos del

PSOE y de Unidas Podemos modifican el terreno de juego de todos los independen­tistas, incluidos aquellos que niegan trascenden­cia a estos cambios. Dar con el mensaje y el tono adecuados es hoy más complicado para todos los partidos catalanes porque el escenario es menos convulso que tres años atrás, y los intereses inmediatos están vinculados a las incertidum­bres económicas y sociales que cuelgan de la crisis sanitaria. Repito: el público soberanist­a no ha dejado de serlo, pero, a la hora de votar, tendrá en cuenta muchas más variables que cuando todo se reducía a reaccionar contra la represión del Estado. Entonces, el discurso (y la promesa de volver) de Puigdemont conectó con mucha gente.

Con o sin el PDECAT, acaben como acaben las conversaci­ones con David Bonvehí, Puigdemont (sea o no él finalmente el cabeza de lista) hará una campaña contra ERC, paradójica­mente el único partido con quien podría pactar. El eje básico será criticar el posibilism­o de los republican­os por haber dado pocos frutos, pero necesitará algo más. El puigdemont­ismo lanzará una nueva promesa

El público soberanist­a no ha dejado de serlo pero al votar tendrá en cuenta muchas más variables

Puigdemont querrá atrapar todas las sensibilid­ades y se presentará como radical y realista

para movilizar un voto en clave épica y resistenci­al. Pero el de Waterloo tiene buen olfato y sabe que no puede aplicar automática­mente el guion de la campaña del 2017. Aunque el exconselle­r Toni Comín invoque la confrontac­ión “inevitable” (que sugiere una ruptura exprés que no hay fuerzas para hacer), la narrativa electoral del sucesor de Artur Mas flirteará –segurament­e– con un cierto pragmatism­o, algo que queda claro si se escucha a Jordi Sànchez, ideólogo de su proyecto.

En La Vanguardia de ayer, Sànchez da muchas pistas: “El electorado independen­tista aspira a tener certezas sobre cómo seguir avanzando después del referéndum del 1-O, pero al mismo tiempo tenemos que saber garantizar el mientras tanto con una acción de gobierno responsabl­e, progresist­a, de prosperida­d e inclusiva”. Salado y dulce, una de cal y otra de arena. Un planteamie­nto que, sobre el papel, es parecido al de ERC. Y sin el president Quim Torra de por medio.

Los republican­os (y los convergent­es que se queden fuera) tendrán un problema: Puigdemont se presentará como radical y realista a la vez, querrá atrapar todas las sensibilid­ades del soberanism­o desconcert­ado. Es una actitud típicament­e convergent­e: sumar todo lo que se pueda. Desde una nueva ambigüedad pensada para la nueva normalidad.

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