La Vanguardia

La indignació­n de un payés: “Yo no soy un negrero”

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Sergi Balué, de 42 años, la tercera generación de una familia de payeses, se ve rodeado de negros hasta donde le llega la memoria. Pronuncia con respeto la palabra negro porque decir persona de color le parece ridículo. “¿De qué color?”. Y jamás utiliza expresione­s denigrante­s como morenos o negritos. Tiene unas 25 hectáreas en varias fincas de Butsènit, a las afueras de Lleida. En total, unos 20.000 árboles frutales. Melocotone­s, nectarinas, paraguayos, manzanas, peras. En su álbum familiar se le ve de niño en brazos de temporeros de Mali, de Senegal, de Liberia, de... En sus brazos o en sus regazos. O comiendo con ellos. En una foto más reciente aparece rodeado de jornaleros. Moussa, de Mali y 50 años, está con él desde hace once. Su plantilla está compuesta por 10 personas, tres todo el año y el resto repite cada temporada, seis meses, de abril a octubre. Algunos han estado primero en Murcia y cuando acaban en Lleida van a las campañas de Valencia y Jaén, pero la mayoría regresa a casa después de los seis meses en Butsènit. Sergi, que vive en la cercana Alcarràs, enseña hojas de nómina: 1.800 euros, 1.500, 1.400... El otro día, paseando por su pueblo, un vecino le dijo: “Vosotros, los agricultor­es, sois los culpables de todo esto”. El todo esto englobaba la inmigració­n irregular, el efecto llamada y, quién sabe, quizás hasta los rebrotes de la pandemia. “¿Acaso soy yo, que tengo a todos mis trabajador­es en regla, el culpable de que vengan a Lleida temporeros sin papeles? ¿Soy yo el responsabl­e de las políticas de inmigració­n o el Gobierno?”. Pero lo que más le duele es que digan que todos los payeses son unos negreros. Entonces se ve de niño en brazos de temporeros y luego piensa en Núria, su hija de cuatro años, que cada mañana se abraza a un niño de la escuela Parc del Saladar. ¿Cómo es tu mejor amigo?, le preguntan. “Muy alto”, responde. Nunca dice que es negro. No le da importanci­a.

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