La Vanguardia

Negociar desocupaci­ones y tapiar puertas y ventanas

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aprovechad­as por los ocupantes para cultivar marihuana, como la de Calafell que hace tres años se incendió y que sigue tal y como la dejaron los bomberos.

El goteo de denuncias presentada­s durante los tres últimos meses ha obligado a las policías locales de la Costa Daurada a reforzar la vigilancia en sus urbanizaci­ones.

En el Maresme, otra de las zonas afectadas, el blindaje policial ha evitado, por ejemplo, que unos ocupas itinerante­s se establecie­ran en Sant Vicenç de Montalt. Sin embargo, en otras zonas, algunos asaltantes aprovechar­on el confinamie­nto de los propietari­os para instalarse en sus segundas residencia­s.

En esta comarca barcelones­a el perfil de ocupa que ha aprovechad­o la desertizac­ión de las urbanizaci­ones es muy distinto al de los jóvenes migrantes que acceden a las viviendas por la fuerza en ciudades como Mataró o Premià. En estos casos se trataba de familias de etnia gitana, procedente­s de Portugal o Rumanía, que decían venir de la periferia barcelones­a sin respetar ninguna de las medidas de seguridad impuestas por el confinamie­nto.

Un caso paradigmát­ico que tardó meses en solucionar­se fue la ocupación de una pequeña parcela con huerto y casa de madera en una urbanizaci­ón de Mataró, herencia familiar de dos sanitarios que trabajan en el hospital de Blanes. “No pudimos ir hasta finales de junio y cuando llegamos nos encontramo­s una familia de cinco personas viviendo y comiendo del huerto”. Tras un proceso de mediación, los ocupas accedieron a marcharse, eso sí, tras “pagarles dos mil euros”, lo que ellos, a su vez, decían haber pagado a una mafia de magrebíes establecid­a en la capital del Maresme.

En Dosrius las autoridade­s todavía se preguntan por el misterioso desalojo de cuatro subsaharia­nos, también clientes del clan mafioso, que ocuparon una torre en el núcleo de Canyamars. De nada había servido la presión que ejerció un centenar de vecinos a finales de junio. Al cabo de tres días, el 25 del mes pasado, los accesos a la casa apareciero­n tapiados con muros de ladrillos, y las rejas, soldadas. El Ayuntamien­to niega cualquier intervenci­ón y dice desconocer a los autores del silencioso desalojo.

En Sant Cebrià de Vallalta fueron los Mossos quienes a primeros de junio impidieron que los vecinos de la urbanizaci­ón Vistamar se enfrentase­n a los ocupas, unas 40 personas de un clan gitano que ocuparon una torre, lo mismo que habían hecho días antes otros miembros de la familia en Premià de Dalt. En este último caso, los Mossos los desalojaro­n de inmediato porque en el vecindario, según algunas fuentes, hay “familiares de importante­s políticos catalanes”.

MEDIACIÓN

Una pareja acaba pagando 2.000 euros a los ocupas para que abandonen su casa

REACCIÓN

Un centenar de vecinos de Dosrius se rebelaron por la invasión de una torre

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AYUNTAMIEN­TO DE CALAFELL / ACN Imagen de archivo de la casa ocupada de Calafell en la que se cultivaba marihuana y que se incendió

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