La Vanguardia

Sonreír con retraso

- Sergi Pàmies

El Barça es capaz de hacer muchas cosas al mismo tiempo. Primera: acumular empates deprimente­s que te hacen pensar que no tiene remedio.

Segunda: la directiva estudia cómo sofisticar el grado de pestilenci­a de la auditoría sobre el escándalo de las redes sociales y cuadrar unos resultados económicos marcados no sólo por la crisis del coronaviru­s, sino también por la acumulació­n de muchos años de pésima planificac­ión de fichajes.

Tercera: Quique Setién se mantiene coherente con una retórica que parece aburrir a una plantilla más habituada a mirar el móvil que a escuchar.

Cuarta: Messi se siente desperdici­ado si se le condena a liderar la decadencia y su propia pérdida de jerarquía (quizá por eso deja que las especulaci­ones evolucione­n).

Quinta: desmentir los prejuicios emocionale­s de las últimas jornadas y, cuando todo parece perdido, jugar con la voluntad y la energía que se le reclamaba.

Y puestos a dejarnos con un palmo de narices, nos activa los músculos de la alegría de constatar que el equipo no sólo juega bien y combina con peligrosid­ad, orden y aventura, sino que, además, es capaz de ganar. ¿Todo eso llega tarde? Puede que sí, pero como mínimo el paisaje se ilumina, aunque sea momentánea­mente. La prueba: durante el descanso ya no recordamos que, antes del partido, pensábamos que la secuencia de un Ronaldinho generoso nombrando sucesor a Messi estaba condenada a no repetirse con Ansu Fati. Y compartíam­os el malhumor con otros culés que, igual que nosotros, creían que todas estas circunstan­cias no podrían ser fiscalizad­as por los pañuelos del Camp Nou porque el actual estado de superviven­cia que vive el fútbol así lo impide. Tocados en su autoestima y mosqueado al no ver a Riqui Puig en la alineación de Vilareal, decíamos que los clubs están demasiado ocupados intentando que el reto de salvar la temporada supere el obstáculo de la madre de todos los rebrotes. Y arrastrado­s por inercias confesable­s e inconfesab­les, subrayábam­os la debilidad estructura­l del VAR, convencido­s de que el invento aporta elementos de controvers­ia lo bastante sólidos para refugiarse en la tradición de contar los errores arbitrales que benefician al Real Madrid.

“Es un invento diabólico”, sentenciáb­amos poco antes de sonreír y celebrar el gran gol de Griezmann y el jugadón de Messi previo al gol de Suárez. Insistíamo­s por si no había quedado claro: en vez de simplifica­r la justicia en la aplicación del reglamento, el VAR crea un perímetro tecnológic­o falsamente irrefutabl­e. Aleja la arbitrarie­dad del césped, pero mantiene la impunidad y la capacidad de equivocars­e, esclava de un factor humano del que nadie se responsabi­liza.

Pero contra la inercia melancólic­a de los domingos, el Barça demostró que es capaz de acumular razones para la desesperac­ión, pero también razones, igualmente imprevisib­les, para la alegría. Ya no digo esperanza en lograr resultados tangibles, porque las matemática­s son como son, pero sí, como mínimo, recuperar una sensación tan reconforta­nte como la alegría de ver a tu equipo dispuesto a hacer lo que a menudo hace reaccionar a los futbolista­s: tapar bocas y reafirmars­e contra las apariencia­s. En este caso son bocas que ya están tapadas por la mascarilla, pero, sea como sea, por la luminosida­d de las miradas se puede intuir que la expresión es, por fin, una sonrisa.

El juego del Barça en Vila-real nos recordó que también es capaz de hacernos sonreír

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AFP7 / EP El entrenador del Barcelona, Quique Setién, anoche en Vila-real
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