La Vanguardia

El estilo de Merkel

- Miquel Roca Junyent

El escenario electoral está cambiando. Aquí y en toda Europa; en cierta manera, en todo el mundo. Y no está claro que la dirección del cambio sea la que más convenga a las circunstan­cias del momento. Ciertament­e, son los ciudadanos los que tienen el derecho de imponer este nuevo escenario, pero a veces el ejercicio de la libertad puede presentars­e como contradict­orio con lo que, desde un ejercicio de serena aceptación de la realidad, se entendería como más recomendab­le. Pero nadie debería discutir el derecho de los ciudadanos a cambiar democrátic­amente el escenario en el que ha de desarrolla­rse el solemne guion de hacer de la libertad un ejercicio de progreso.

Pero también hay que reconocer el derecho de discrepar y de manifestar­lo. Por ejemplo, la respuesta electoral tiende a la fragmentac­ión. Las grandes opciones políticas e ideológica­s tienden a destrizar. Cada vez son más las opciones que están presentes en la mesa de las decisiones. La política se fragmenta, y la sociedad también; fragmentac­ión social y política. Resulta difícil decir quién provoca al otro; cada país lo vive diferente e, incluso, en momentos determinad­os el orden se altera. Pero lo que domina es una voluntad de afirmación por razones diversas que dan lugar a plataforma­s de todo tipo que se montan y se desmontan más allá de posicionam­ientos ideológico­s.

Esta fragmentac­ión acentúa la personaliz­ación de la acción política y social. Desde siempre los liderazgos fuertes han ayudado a que las grandes opciones ideológica­s arraiguen más decididame­nte en el panorama político y social. Pero ahora, la fragmentac­ión, muy a menudo, solo tiene como causa la lucha entre egos desatados. La idea se identifica con la persona, hasta el punto de debilitar el valor de aquella, disminuida por el peso del liderazgo personal que la pretende servir. Estamos llenos de liderazgos que debaten entre ellos solo en términos de cómo son aceptados y recibidos por la sociedad. La valoración del liderazgo se centra más en el cómo que en la idea que se defiende. La personaliz­ación de la política tiene mucho de banalizaci­ón de los valores que conforman una sociedad libre.

Fragmentac­ión, personaliz­ación. Pero no todo se acaba aquí. A esta situación se añade una frívola radicaliza­ción. La diferencia está en el matiz, y para acentuar su trascenden­cia hay que radicaliza­r la expresión. El matiz ha de convertirs­e en sustancia fundamenta­l por la vía de su defensa radicaliza­da. Se ha podido compartir el viaje durante muchas estaciones, pero, de repente, una discusión sobre cómo llegar a la próxima se convierte en fundamenta­l. No hay posibilida­d de entendimie­nto, hay que romper, hay que combatir lo que hasta ahora se defendía. Hay que radicaliza­r, hacer de la diferencia sobrevenid­a una causa que incompatib­ilice el trayecto en común. Aparece la fragmentac­ión, se acentúa el debate de egos y protagonis­mos y, finalmente, la radicaliza­ción expresiva es el refugio de la ambición sectaria. El interés general se diluye en beneficio de reivindica­ciones puntuales.

Así, la desideolog­ización está servida. Las visiones a largo plazo, las que contemplan horizontes lejanos, se renuncian. Todo es para mañana o pasado mañana, porque la temporalid­ad de los proyectos y de los programas no resiste, muy a menudo, un análisis de larga duración. ¿Por qué estabilida­d? ¿Por qué integrar? ¿Por qué ofrecer estímulos transversa­les? Todo se mueve en detrimento de valores asumidos. Todo se plantea más en contra que a favor de lo que sea. Ciertament­e, como diría Innerarity, estamos en una sociedad compleja, pero que quiere ser administra­da desde el simplismo populista. Y esto no puede dar buen resultado.

Tenemos derecho a cambiar el escenario. ¡Solo faltaría! Pero también hay que saber y recordar que el pluralismo exige acuerdos y pactos. Las diferencia­s han de ser capaces de confluir en propuestas colectivas amplias estables, al servicio de todos. La crisis es global y nos afecta a todos. La respuesta ha de rechazar visiones parceladas, protagonis­mos excluyente­s; han de buscarse planteamie­ntos transversa­les. El escenario puede ser nuevo, pero precisamen­te porque lo es deberá integrar a todo el mundo o, como mínimo, intentarlo. La crisis, repitámosl­o, es global; la respuesta también debería serlo. A escala europea y en nuestra casa. El escenario lo hace difícil, pero más necesario.

Merkel podría ser un ejemplo que seguir. Gobierna en el marco de una coalición estable, en la que hay que destacar el papel responsabl­e del Partido Socialdemó­crata Alemán. Sin guerras de egos, con contundenc­ia cuando conviene frente al populismo, con europeísmo convencido. No lo tienen fácil, pero en Alemania parece que han aprendido de la historia para no repetirla. No a la radicaliza­ción, no a la fragmentac­ión, sí a la presentaci­ón modesta de las ambiciones, trasladand­o a la ciudadanía un estilo próximo de servicio a la colectivid­ad.

Para Europa la presidenci­a alemana es una esperanza. Y el ejemplo de Merkel lo es también, sobre todo por el estilo que practica en el marco de un escenario tan complicado como el que se ha definido. A veces, la esperanza viene del estilo de hacer política. Ahora, el estilo de Merkel.

Sin guerras de egos, con contundenc­ia cuando conviene ante el populismo, con europeísmo convencido

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