Un sanador de almas melancólicas
Toda época tiene su propia banda sonora y sin embargo, determinadas bandas sonoras han nacido para habitar en cualquier época. En una entrevista a un medio italiano el maestro Ennio Morricone confesó que de pequeño quería ser médico. No sabemos cuántas almas habría salvado como galeno de haber perseguido su sueño, pero sí nos hacemos una idea de las muchas que ha sanado con sus partituras. En El chico de las bobinas, Nil Roig es un joven que se refugia en las salas de cine para esquivar las balas emocionales de una posguerra atiborrada de miedo y hambre. Un personaje de naturaleza melancólica que nunca sabrá –salvo que ustedes le informen– que debe su genética narrativa a los primeros compases de Cinema Paradiso. El maestro romano, nuestro Mozart contemporáneo, siempre concibió la vida como una retahíla de pérdidas. Por tal motivo gran parte de su obra es una oda a lo extraviado. Un recuerdo conservado en una vieja maleta preñada de semicorcheas. Quién pudiera escribir descripciones con la exactitud y la cercanía emocional con la que componía Morricone. En esa inolvidable escena de Cinema Paradiso, en la que un Totò convertido en Salvatore atiende en una gran pantalla los besos censurados y rescatados del olvido, la música del maestro estampó para siempre su sello emocional en nuestros corazones. En estos tiempos en los que nos urge una vacuna, les invito a que mientras tanto se inoculen la belleza de la nostalgia a través de un pentagrama firmado por el genio italiano.