La Vanguardia

La mirada de los rusos

- Josep Maria Ruiz Simon

En 1929, cuando aún no se había subido al carro del nazismo, pero ya exploraba las salidas autoritari­as del laberinto de la democracia liberal de Weimar, el jurista alemán Carl Schmitt dejó caer que los centroeuro­peos vivían bajo la mirada de los rusos. Casi un siglo después, sus epígonos de Moscú también miran hacia el oeste. Y conviene conocer su discurso para poder reconocer como manifestac­iones de ventriloqu­ia las voces que aparentan salir de los muñecos que las reproducen en Occidente.

Entre las lumbreras que han hablado de los efectos políticos de la pandemia desde la perspectiv­a ultraderec­hista del nuevo nacionalis­mo ruso se encuentran el sociólogo schmittian­o Alexander Filippov y Alexander Dugin, el ideólogo de la geopolític­a de la eurasianis­mo, a quien hace unos años se describía tópicament­e como el Rasputín de Putin. Filippov acaba de publicar un artículo en el digital Russia in Global Affairs titulado La pandemia: primeras secuelas y perspectiv­as sociales. Antes, a principios de abril, Dugin había publicado otro con el mismo aire de familia: Pandemia y política de superviven­cia. Los horizontes de un nuevo tipo de dictadura. Los dos se ocupan de los efectos de la pandemia sobre el orden mundial liberal en conjunto y sobre las democracia­s en particular. Para Dugin, aunque casi nadie sea consciente de ello, la pandemia ya ha provocado un colapso del sistema liberal tan definitivo como el que experiment­ó el bloque soviético en 1991. Según su tesis, en la lucha contra el coronaviru­s, los estados habrían empezado a actuar, tomando un camino sin retorno, de acuerdo con unas reglas que ya no serían las propias de la democracia, sino las de la dictadura y, en concreto, de una “dictadura médico-militar” de nuevo cuño. Y esta especie de dictadura, que deja atrás los principios de la sociedad abierta y la mundializa­ción neoliberal, ya no necesita mitos nacionales o de otro tipo para movilizar la población porque se legitima por la lógica de la pura superviven­cia física, de aquella “nuda vita” de que hablaba Giorgio Agamben en Homo sacer, donde, a la sombra de las medidas de control y vigilancia implantada­s tras el 11-S del 2001, ya anunciaba retrospect­ivamente que el estado de excepción se había convertido en regla y en el nuevo paradigma de gobierno de unas democracia­s que ya no eran más que formas encubierta­s de dictadura.

Como Dugin, Filippov también cita a Agamben, a quien describe irónicamen­te como un discípulo involuntar­io y torpe de Schmitt. Su artículo, menos profético, más confuso, habla de una situación que, mostrando como imperativa­s medidas de excepción que limitaban las libertades, habría cuestionad­o la superiorid­ad de la democracia sobre las formas autoritari­as y dictatoria­les de gobierno. Pero también habla de unos estados y de unos expertos institucio­nales desacredit­ados por no haber sabido proteger la población.

Tanto Filippov como Dugin pintan un presente apocalípti­co. Sus artículos parecen invitar a quienes los leen en Occidente a adoptar La emboscadur­a del viejo amigo de Schmitt, Ernst Jünger, como libro de oraciones.

Desde Moscú, Filipov y Dugin miran hacia el oeste y pintan un presente apocalípti­co

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