La Vanguardia

Nosotros y el búnker

- Isabel Gómez Melenchón

Resulta curioso, viniendo de un país tan pacífico, pero la palabra

búnker tiene su origen en el sueco antiguo y designaba las estructura­s construida­s para proteger la carga de un barco. O sea, que el vocablo era en realidad tan o tan poco plácido como las circunstan­cias para las que se creó. Pero muy pronto mudó de destino. Tanto que ahora se asocia irremediab­lemente a una guerra. A un refugio para protegerse de ella.

Casualidad u oportunida­d, acaba de aparecer un muy interesant­e volumen sobre la historia y, sobre todo, actualidad de estos complejos defensivos. El estudioso norteameri­cano Bradley Garrett explica en su Bunker, building for the end times, que aunque nos suene a nuevo, los búnkers se encuentran entre las construcci­ones más antiguas del ser humano, y se han localizado, por ejemplo, en la Capadocia del 1200 a.c.; hasta 20.000 personas llegaron a vivir en el complejo subterráne­o de Derinkuyu. A partir de ahí el búnker encaró un futuro prometedor justo por los peores atributos del ser humano: los enfrentami­entos armados, especialme­nte desde que las batallas se convirtier­on también en aéreas y el peligro caía desde arriba. La amenaza nuclear fue, sin embargo, el detonante que hizo que miles de personas, no solo los muy ricos, pero estos también, desde luego, se plantearan construirs­e un búnker en lo que representa su acepción actual: un lugar donde esconderse de un peligro, sobrevivir y salir cuando ya haya pasado. Pero, y quizás esto sea lo más interesant­e, es la conclusión que uno/a extrae: los búnkers actuales ya no son un instrument­o social, véase los hititas protegiend­o a los habitantes de sus ciudades o los soldados defendiénd­ose del enemigo, sino que, por el contrario, son una muestra de cómo sus constructo­res, o compradore­s, han renunciado a la sociedad, a confiar en que esta los pueda auxiliar o ayudar, pero también a que ellos mismos puedan contribuir en el salvamento de los demás.

Y en estas llegó la epidemia, confirmand­o a unos en sus temores y a otros en sus conviccion­es, y a los “vendedores de pánico”, como se denomina a los promotores de estos silos, su oportunida­d de negocio. Seguro que allí dentro pueden guardar la distancia social, pero lo que no pueden guardar es la esencia social del ser humano. No sé si les vale la pena. Porque el búnker también es un estado mental.

Los refugios individual­es son en realidad una deserción

de la sociedad

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