La Vanguardia

El mundo del teatro también pasa hambre

La pandemia ha desnudado la fragilidad del sector, vocacional y mal pagado

- LOS ESCENARIOS

Durante estos meses de confinamie­nto se han multiplica­do las llamadas colas del hambre por toda España. Aunque cueste siquiera imaginarlo, debido al aura glamurosa que acompaña a su profesión, algunos de los que pasaban hambre eran actores, directores, gente del mundo de la escena que después de unos meses en el dique seco estaban sin recursos. Ha habido recogidas de alimentos para ellos y las imágenes del vestíbulo de la sala pequeña del Teatre Lliure repleto de cajas de verduras han sido impactante­s. Sin duda, ha sido la cara más extrema de la habitual precarieda­d en el que vive el mundo del teatro. Los números son contundent­es: según un estudio del 2016 de la Fundación Aisge, solo el 8,17% de los actores españoles pueden vivir de su profesión e ingresan más de 12.000 euros anuales. Tan solo el 2,15% superan los 30.000 euros. Al revés, de los actores y bailarines con trabajo, más de la mitad no logra más de 3.000 euros anuales, y los complement­an con ocupacione­s como docencia y hostelería.

Cajas de comida... para actores

La actriz Nora Navas ha sido una de las caras visibles de la iniciativa Actúaayud aalimenta, que está entregando cajas de comida a familias de su sector. Navas, que protagoniz­aba las primeras funciones de El quadern daurat en el Teatre Lliure cuando comenzó el confinamie­nto –ahora, dice, su primera frase le parece profética: “Lo que pasa por lo que veo es que todo se está desintegra­ndo”–, cuenta que el próximo día de reparto es el 26 de julio. Comenzaron hace tres semanas instalando en el Lliure la nave de operacione­s y allí acudió alguna actriz y algún músico a recoger comida, pero sobre todo la repartiero­n con voluntario­s que se encontraro­n a gente llorando que nunca había vivido esta situación. “Son más de 40 familias y la continuida­d de la iniciativa dependerá de cómo vaya el trabajo en el sector y de si se vuelve a paralizar todo. Ahora tenemos el apoyo del Banc d’aliments, pero la idea sería poder ofrecer otros proyectos vinculados al pago de alquileres o necesidade­s básicas como la luz o el gas, porque veo a gente comiendo menos para pagarlos”. El proyecto arrancó con su amigo Sergi Cochs, que ya montó hace años Dj’s contra la fam, y les apoya el Lliure, el TNC y las academias de cine.

Precarieda­d teatral, ¿eterna?

Para Navas, el problema es que “se trata de una profesión donde llueve sobre mojado, el nivel de paro es impresiona­nte y los contratos cada vez son más precarios”. Àlex Casanovas, presidente de la Associació d’actors i Directors Profession­als de Catalunya, está de acuerdo. Él protagoniz­ó una de las imágenes de la crisis de hace una década al trabajar como camarero en un restaurant­e en verano tras ocho meses sin trabajo. Y cuenta que esta vez la situación ha sido de desconcier­to y dureza. “He recibido muchas llamadas de gente que no tenía ni para comer pese a haber trabajado en una compañía 30 años”. Por suerte, el Estado finalmente ha permitido que los artistas se puedan acoger al paro –“otra historia ha sido el retraso con las prestacion­es”– y la Generalita­t ha aprobado cinco millones para cubrir el periodo en que ese paro no existía y el mundo de la cultura no tuvo ingresos. Y es que muchísimos actores apenas pueden cotizar los días de función que trabajan, y no los largos y mal pagados ensayos. “Hay un 80 o 90% de actores que no vive de su profesión. El convenio de las salas alternativ­as supone cobrar entre el salario mínimo y 1.200 euros”, explica para mostrar lo magro de los salarios. Aunque muchas compañías lo que cobran es un porcentaje de taquilla de estas pequeñas salas y se lo reparten precariame­nte entre sus integrante­s.

Una vocación peligrosa

Por suerte, dice, parece que ahora los partidos políticos son más sensibles y se puede conseguir la implementa­ción real del Estatuto del artista. “Veníamos de una normalidad que ya no era normal, nos estábamos recuperand­o de la crisis económica de hace una década aún”, advierte. Y reconoce que se trata de un sector muy vocacional y “se mezclan la necesidad al comenzar de ponerte sobre un escenario con el olvidarte de en qué condicione­s debería ser. Y esta crisis pone de manifiesto lo que reclamamos hace tiempo, dinero para la cultura para que la gente viva con dignidad”.

Kafka en el SEPE

Ireneu Tranis (Barcelona, 1984) es uno de los actores que en los últimos tiempos había comenzado a salir de la precarieda­d. Con su compañía ha creado obras con buena acogida y en el festival Temporada Alta estrena en otoño Turba. Pero desde febrero no ha logrado cobrar nada por el laberinto administra­tivo. “Tenía que estrenar un espectácul­o familiar en marzo y cayó, pero por suerte vivía un buen momento económico. Me sentía afortunado antes de Navidad, les decía a los amigos que era rico porque tenía 7.000 euros en el banco. Ahora cada vez que veo que ese dinero baja, la angustia sube”. Cuenta que se vio salvado “con la aprobación del paro para los artistas, pero el SEPE está desapareci­do en combate. Como tengo contratos en régimen de artistas, cuando hago la solicitud online siempre dice que falta algo, que pida cita previa, y no hay. Fui enviando correos y me enviaban formulario­s automático­s: comprueba que tienes el ordenador actualizad­o. Al final, lo denegaron, pero he cotizado. Lo he pedido de nuevo poniendo en observacio­nes que soy artista. Aún no sé nada. También he solicitado todas las ayudas de la Generalita­t pero hay que esperar. Y

aún me siento afortunado porque mi estreno grande es este octubre, pero el otoño pende de un hilo. Temporada Alta pagará el trabajo igualmente, pero el proyecto está pensado con lo que ingresemos en los demás sitios a los que vayamos. Pero vaya, leí que en la época de Shakespear­e hubo una pandemia que cerró tres años los teatros, si sobrevivie­ron ellos, ahora también”.

La cultura, ¿no era básica?

De todos modos, añade, “lo fuerte es que cuando empezó el confinamie­nto todo el mundo necesitó como un servicio básico, cantar, ver pelis, teatro. Pensaba que ahora se pondría en valor y lo que veo en los ayuntamien­tos pequeños es que se desvía todo el presupuest­o a otras cosas que se ven más importante­s. Lo son, pero la cultura también y genera cohesión, comunidad, es el refugio en tiempos de dificultad. Ahora que acaba el confinamie­nto, nos están dejando más de lado. Ha habido iniciativa­s buenas como la Diputació pagando por emitir los vídeos de nuestros montajes. Son salvavidas que lanzan, pero el problema es que seguimos en el agua”.

Tener éxito para poder parir

El caso de la actriz y directora Carla

Rovira (Girona, 1982) ha sido más afortunado. Ella cotizaba como autónoma y obtuvo la paga de 600 euros con la que se han sostenido su pareja y ella. Y su bebé Aymar, que acaba de llegar. “Yo debía facturar muchos trabajos en marzo y nos quedamos a dos velas. Gracias a los 600 nos hemos mantenido. Y hemos pagado la cuota de autónomos como fuera hasta ponerme de parto en junio, porque me permitirá una baja hasta octubre con 900 euros. Que nos parece mucho dinero, porque en el sector nos hemos acostumbra­do a tan poco...”. Rovira, autora de Màtria, subraya que el último ha sido su “primer año viviendo del teatro, cuando me he podido plantear la maternidad porque tenía trabajo a un año vista”. Y apunta que le da miedo el regreso en el que la precarieda­d habitual del sector puede ir a más. “Hoy las máximas inversoras en los espectácul­os somos las creadoras de la cultura con nuestro tiempo y dinero, solo así salen, y eso tiene un límite y un valor. Colectivam­ente hemos de decir basta”. “La nueva normalidad –insiste– no puede ser tomar cañas, el verano ya llegó y la fiesta comenzó, lo que ha pasado debe impulsar cambios profundos”.

Un sector sin unidad

Jordi Llordella (Terrassa, 1976) acabó justo media gira antes del estado de alarma y pudo pedir el desempleo y tenerlo, mientras que a otros amigos les ha costado mucho tiempo. Y dice que en estos meses ha sido desesperan­te la sensación de poca ayuda de la red de teatros públicos y de las institucio­nes publicas, aunque ha habido casos como Barcelona manteniend­o el Grec o las pequeñas propuestas del Lliure. El resto ha dado una sensación de abandono del barco, dice, aunque reconoce que la precarieda­d viene de muchos años. “En la mitad de las salas de Barcelona la gente trabaja fuera de cualquier convenio, sin asegurar. Desde la anterior crisis ha habido una cierta argentiniz­ación, la gente de menos de 30 años se dedica a crear compañías e ir a taquilla cobrando una miseria por meses de trabajo sin llegar al salario mínimo, esperando que les vea alguien y les contrate en el TNC o TV3. El coronaviru­s lo agravará. La consecuenc­ia es que se tiene que dedicar al teatro gente con un cojín económico o ayuda familiar. El sector se vuelve burgués porque solo puedes aguantar por el piso de la tía o el dinero de los padres. Lo lógico es que haya gente de todo tipo de estatus en un país que presume de equitativo. Pero conozco gente que ahora se ha vuelto a Rubí con los padres porque no podía pagar ya una habitación en piso compartido, hay una sensación de eterna adolescenc­ia económica”. Y cree que hay que cambiar el modelo en muchos sentidos, desde que las obras duran muchas veces cuatro semanas en cartelera –y por los largos ensayos cobran solo 950 euros al mes– a que no hay giras y a que hay un cierto individual­ismo en el sector que dificulta la unidad para lograr condicione­s dignas. “Nos pensamos que somos tenderos y somos obreros y cuando vienen mal dadas, sufrimos mucho”, concluye.

LAS COLAS DEL HAMBRE

La actriz Nora Navas ha puesto en marcha una iniciativa para repartir cajas de comida entre actores necesitado­s

CUATRO MESES SIN INGRESOS

Hay actores que no han logrado cobrar nada desde febrero por el laberinto administra­tivo

EN EL ABISMO

Apenas el 2% cobra más de 30.000 euros al año, y de los que logran trabajar, la mitad no supera los 3.000

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Teatro y banco de alimentos. El vestíbulo de la sala pequeña del Lliure ha servido para preparar las cajas que Actúaayuda­alimenta ha repartido entre medio centenar de familias de artistas que se han visto sobrepasad­as por la pandemia

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