“Mis personajes quieren sincronizarse con la naturaleza”
Julià Guillamon (Barcelona, 1962) acaba de publicar un libro inclasificable que está teniendo muy buen acogida entre los lectores: Les cuques (Llibres Anagrama). Cada capítulo, y hay sesenta, se titula con un bicho, desde “L’escarabat rinoceront” hasta “Rosalia alpina”. Y en las páginas centrales aparece un desplegable con unas ilustraciones elaboradas con Albert Planas que recogen todos los bichos del libro.
“Las primeras columnas que escribí de naturaleza –cuenta Guillamon– las hice con un poco de miedo, pero vi que eran las que gustaban más porque la gente me decía cosas. Cuando mi mujer tuvo el derrame cerebral, nos encontramos con que, después de toda la vida yendo a la montaña, ahora no podíamos ir”. Guillamon está vinculado a Arbúcies y a la fonda que regentaba su madre.
Aquel primer verano, el autor quedó atrapado en Barcelona: “Fue como una especie de shock y empecé a escribirlo, como una reconstrucción, una visualización de un mundo al que no podía ir”. Los capítulos de Les cuques no son ajenos al buen tiempo, porque hablan de los tres últimos veranos: “Creo que hay un componente psicoanalítico muy fuerte en el libro: mientras hacía buen tiempo, yo tenía el trauma de no poder ir al bosque y me salían los textos, pero cuando empezó el mal tiempo, se acabaron”. Los tres veranos los marca la recuperación de su pareja.
Aunque el protagonista, su mujer y su hijo tienen mucho que ver con Guillamon, remarca que es literatura: “Hay un narrador, la mujer y el hijo, y después hay muchos secundarios: clientes del hostal, gente del pueblo, amigos de Llançà. Y los insectos cambian de valor: empieza como un bestiario, pero luego los insectos desaparecen del primer plano y las bestias son las personas. Los bichos es la gente”.
Los bichos son reales y metafóricos al mismo tiempo: “Son un elemento de conexión simbólica y sirven para conectar a los vivos y los muertos. Nosotros hemos estado en el umbral de la muerte, pero no somos nosotros: son unos que hacen de nosotros. Los bichos también conectan el mundo de los niños y de los mayores, el mundo de los forasteros con la gente del pueblo, la ciudad y el mundo rural...”. Compara la idea del libro con Fresas salvajes, de Bergman.
En otoño saldrá en castellano con un título muy distinto: Mariposas
de invierno y otras historias de la naturaleza (Círculo de Tiza). Mientras lo traduce, se da cuenta de que observa la naturaleza de un modo del que no era consciente: “Escribo un mensaje a Cris y le digo que aquellas setas han vuelto a salir o que las encinas están vivas. Entonces me doy cuenta de que la naturaleza tiene una secuencia temporal que es distinta de la secuencia de la gente y que los personajes quieren sincronizarse a ella. Hay una empatía con la naturaleza que los ayuda a soportar su situación. Gracias a que hemos cuidado los árboles, ahora nos podemos cuidar a nosotros mismos”. Julià de Jòdar le ha dicho: “El libro tiende a borrar las fronteras entre naturaleza y cultura”.
El autor confiesa que el primer bicho es él mismo: “El escarabajo rinoceronte soy yo porque no puede volar y está tirado en el suelo, le falta una pata, tiene un nudillo roto. Y el niño está dibujando obsesivamente a Gregor Samsa, porque la enfermedad de su madre lo ha acabado convirtiendo en el personaje de Kafka. El libro tiene un punto nada complaciente. Pero lo cuento de modo sencillo y sin hurgar en la herida”, concluye.
Durante la pandemia, Guillamon publicó en estas páginas un relato titulado La imprudente. Ahora, este y tres cuentos más forman parte del pequeño volumen Vi i benzina (Quatre històries apòcrifes de Joan Perucho), que publica la editorial Vibop en una deliciosa edición. Pero aquel bólido que protagonizaba el relato aún ha ido más lejos y se ha convertido en vino. Lo relata el autor: “El vino es una producción de Herència Altés, una bodega de Gandesa. Núria Altés es amiga mía. Le envié el cuento y le gustó mucho. También le gustó el título y lo utilizó para el vino que estaba elaborando: La Imprudent”.