La Vanguardia

“Dammi la mano”

- Enric Juliana

El 16 de septiembre de 1996 tuvo lugar una cumbre hispano-italiana en València que acabo muy mal. España iba bien gracias al tirón inmobiliar­io y el efecto benéfico de las privatizac­iones en las cuentas públicas. Italia, economía esencialme­nte industrial en el norte, con un sur en serias dificultad­es, no iba tan bien. Romano Prodi propuso a José María Aznar que ambos países presionase­n en Bruselas para suavizar las condicione­s para el acceso al euro, o bien que retrasasen uno o dos años la adopción de la nueva moneda, para poder efectuar una transición menos dolorosa.

Aznar frunció el ceño.

El Partido Popular gobernaba tranquilam­ente con el apoyo de los nacionalis­tas catalanes y vascos y no tenía que hacer frente a un grave problema de deuda pública. Felipe González les había dejado un país atropellad­o por la crisis económica posterior a la reunificac­ión alemana [una crisis menor, comparada con lo que vendría doce años después], con una deuda del 65% del PIB. Solo que había que recortar cinco puntos para cumplir con los criterios de convergenc­ia del tratado de Maastricht. Prodi gobernaba con el apoyo de una amplia coalición de centro izquierda, que iba desde los tecnócrata­s del Banco de Italia hasta los comunistas que no habían querido dejar de serlo. Una deuda pública del 119% tenía que bajar a la mitad.

El sindicato CGIL, todavía poderoso, apretaba contra los ajustes.

Prodi intentó que Aznar le ayudase a ganar tiempo y el presidente español se negó. Se negó y filtró la petición italiana al Financial Times: “No me interesa ir de la mano con nadie; le dije [a Prodi] que España estará en la Unión Económica y Monetaria desde el principio”. El primer ministro italiano quedó de una pieza y desmintió la informació­n del FT como pudo. Ya nunca más volvieron a hablarse con franqueza. El gobierno Prodi cayó en octubre de 1998, pero el hombre de Bolonia, director del INI italiano en los ochenta, consiguió ser elegido presidente de la Comisión Europea al cabo de unos meses.

La relación entre Silvio Berlusconi y José Luis Rodríguez

Zapatero fue colorida y tensa. En un primer momento, el magnate de la televisión privada, entronizad­o como primer ministro ante el desmayo histórico de sus adversario­s (desgastado­s por los ajustes),

Durante veinticinc­o años, Italia y España, países aparenteme­nte amigos, se han dado la espalda

fue zalamero con el líder socialista español para provocar el enfado de la debilitada izquierda italiana. Un día le mostró su Villa Certosa en Cerdeña, la mansión de las fiestas con chicas reclutadas en toda Italia. Berlusconi se divirtió explicando a la delegación española algunos detalles de las camas más espaciosas. Zapatero alucinaba y Carme Chacón lo recordaba, indignada. Cuando la economía se torció, se acabó la fiesta.

Mariano Rajoy y Mario Monti apenas de hablaron. Año 2012, en el corazón de las tinieblas financiera­s. El tecnócrata Monti tenía hilo directo con Berlín y Rajoy también buscaba la benevolenc­ia alemana. Rajoy y Matteo Renzi se detestaron. No es difícil acabar aborrecien­do a Renzi: 40% de los votos en las europeas del 2014; 2% en los últimos sondeos con su nuevo partido de bolsillo, Italia Viva.

Veinticinc­o años después del orgulloso episodio de València no queda otro remedio que ir de la mano con los italianos.

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