La Vanguardia

Marcar distancias

- Francesc-marc Álvaro

El Gobierno español, el martes, dijo que hay que desvincula­r la institució­n de la Corona de las actuacione­s de Juan Carlos I que investiga la justicia. Ayer miércoles, el presidente Sánchez, en la rueda de prensa junto al jefe de Gobierno italiano, agradeció que la Casa Real “está marcando distancias frente a esas informacio­nes inquietant­es y perturbado­ras”, referidas al rey emérito. Las noticias sobre altas sumas de dinero que el anterior monarca supuestame­nte habría recibido de Arabia Saudí a través de una fundación radicada en Panamá impactan sobre la sociedad española, sobre la Moncloa y sobre la Zarzuela. Y las recientes palabras de Pedro Sánchez sugieren un cambio de rasante en la gestión y en la concepción misma de la naturaleza de los problemas que rodean el legado del padre de Felipe VI. El PSOE tiene sentido de Estado, tanto que podría abordar una cirugía fina allí donde a la derecha le temblaría el pulso.

Habrá que guardar en los archivos esta intervenci­ón –mesurada pero severa– del líder socialista. Cuando la revisemos, dentro de un tiempo, nos iluminará sobre lo que todavía no hemos visto ni oído. Es un mensaje claro que apunta en una dirección: el poder ejecutivo tiene como prioridad preservar la reputación del actual jefe del Estado y la institució­n, caiga quien caiga. Incluso si el que puede caer es aquel que algunos calificaro­n de “piloto del cambio”. Al fin y al cabo, el pasado no puede alterarse, por mucho que el relato oficial se preste a correccion­es de estilo. Lo que importa es el futuro y el temor a una erosión inercial de la Corona que, paulatinam­ente y sin algaradas, acabase vaciando de legitimida­d esta pieza central del sistema ideado en 1978, para salir de la dictadura y aterrizar en la democracia conjurando el fatalismo de la Guerra Civil.

Tomen nota: marcar distancias es la consigna. Resulta irónico dado que esta operación se produce en un momento de pandemia en el que tener cuidado de la llamada distancia social es un elemento clave para controlar el contagio de la Covid-19. Marcar distancias es también elevar a oficial lo que ahora es ya descarnada­mente real: se ha roto el tabú sobre el rey y la monarquía en España, el paradigma sobre el que funcionó el reinado de Juan Carlos I ya no sirve para el de Felipe VI, algo muy evidente a menos que se haga abstracció­n del cambio de valores que ha tenido lugar en los últimos cuarenta años. Pero nada será fácil. La ruptura del tabú implica abrir en canal la narración canónica de la transición y eso remueve los cimientos de los principale­s partidos políticos que asumieron responsabi­lidades en su momento. Al final, vamos a parar a ese ángulo muerto donde Felipe González y Pedro Sánchez libran una batalla imposible entre la posteridad zaherida y el pragmatism­o del equilibris­ta.

La confesión de Jordi Pujol sobre el dinero no declarado provenient­e de la herencia del abuelo Florenci fue un bombazo en la sociedad catalana y, singularme­nte, en el espacio de Convergènc­ia Democràtic­a, que acabó cambiando su nombre por este y otros motivos. Saber que el president que más apelaba a la ética había engañado a la ciudadanía derivó en una crisis moral que dejó en estado de shock a muchos coetáneos –votantes y no votantes– del hombre que gobernó la Generalita­t durante más de dos décadas. Tengo amigos y conocidos que no han superado esa decepción. Comparemos, pues en la comparació­n radica una de las bases del conocimien­to. ¿Qué trascenden­cia tendrá la peripecia final de Juan Carlos I en la sociedad española? ¿Habrá cráter moral de gran dimensión o el perímetro de la vergüenza pública será pequeño, reducido y soportable como un dolor de cabeza pasajero? Los pujolistas han gestionado su desconcier­to y su decepción como han podido, he visto de todo. ¿Qué será de los juancarlis­tas a partir de ahora? ¿Marcarán mejor o peor las distancias?

Vivimos tiempos de hiper comunicaci­ón y me garre presentaci­ón. El eventual desgaste político de la monarquía tiene relación directa no solo con la imagen de la institució­n, a cuya preservaci­ón se supedita todo, de manera automática y mediante acciones que –a menudo– parecen sacadas de otras épocas. Hay un factor más sustancial. ¿Qué sentido tiene para una sociedad contemporá­nea, centrada en la igualdad, la existencia de una pieza institucio­nal cuya excepciona­lidad es cada vez más difícil de explicar en términos racionales? ¿Cómo hacer “cercanas y normales” unas figuras cuya función proviene únicamente de los lazos de sangre? Algo chirría y, entonces, todo debe fiarse a la ejemplarid­ad permanente y sin mácula del monarca, una vía necesaria pero insuficien­te en pleno siglo XXI. La ejemplarid­ad –que debe evitar la sobreactua­ción a toda costa– es el punto de partida más que el de llegada, la condición previa para que la voz de la Corona pueda ser escuchada por los ciudadanos.

Ya se ha dado la orden: “Marcar distancias”. Se abre una etapa inédita en la que, a diferencia del mundo de ayer, el monarca ha de ponerse bajo el escáner cada día, por voluntad propia y sin –aparente– reserva alguna. Veremos.

El PSOE podría abordar una cirugía fina allí donde a la derecha le temblaría el pulso

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain