La Vanguardia

El soberanism­o, lugar de encuentro

- Borja de Riquer i Permanyer

La experienci­a histórica nos muestra que la causa catalana solo ha conseguido avances políticos cuando ha tenido un amplio apoyo social. Desde hace casi 150 años el catalanism­o supo convertirs­e en un lugar de encuentro de gente de diversas ideas políticas con un objetivo común. Así, Valentí Almirall consideró que en la sociedad catalana había bastantes elementos comunes para configurar un frente político en favor de la autonomía. Con este razonamien­to un republican­o federal, demócrata y librepensa­dor coincidió en esta causa con monárquico­s, conservado­res y católicos. Después de la crisis de 1898, el éxito del catalanism­o fue fruto de esta actuación transversa­l, a pesar de encontrars­e a menudo con reacciones de gran hostilidad por parte de los gobiernos españoles. Hay que recordar que en solo cinco años, y merced al éxito brillante de la Solidarita­t Catalana, Enric Prat de la Riba pasó de estar encarcelad­o y sometido a un consejo de guerra por “separatist­a” a presidir la Diputación de Barcelona.

Los más destacados observador­es internacio­nales coinciden en afirmar que en el actual panorama político europeo no hay nada similar a la extraordin­aria capacidad de movilizaci­ón demostrada por la sociedad catalana esta última década en defensa del derecho a decidir su futuro. El llamado procés, sin embargo, después de los hechos de octubre del 2017, y de la posterior represión judicial y gubernamen­tal, se encuentra en una situación de colapso, confusión y extrema división. Aun así, la independen­cia de Catalunya es deseada por casi el 50% de los ciudadanos, cuatro veces más que hace una década.

Hoy lo más prioritari­o es resolver la batalla política interna catalana. Las encuestas de opinión muestran que el sentimient­o soberanist­a, que defiende una solución democrátic­a mediante la consulta a los ciudadanos, es muy mayoritari­o y está por encima del 70%. El soberanism­o puede ser el lugar de encuentro común de todos los que consideran que para salir del actual callejón sin salida hay que pedir la opinión a los ciudadanos. Y aquí entran catalanist­as moderados y radicales, liberales y progresist­as, autonomist­as desencanta­dos y federalist­as y, evidenteme­nte, las diferentes familias independen­tistas. La unidad del catalanism­o, que tantos invocan, pasa por plantear como objetivo político común y transversa­l el derecho a decidir en una consulta qué relación se quiere tener con España. Hoy ningún demócrata que considere que Catalunya es una nación puede rehusar este planteamie­nto por difícil que parezca su consecució­n.

Es cierto que la actual situación política no ayuda. El independen­tismo, sin liderazgo ni hoja de ruta consensuad­a, muestra una clara división que puede incrementa­rse ante la perspectiv­a de unas próximas elecciones. La competenci­a entre los “hiperventi­lados” –cómo dice Jordi Muñoz–, que insisten en la vía unilateral, y los más realistas puede cansar a una parte de los ciudadanos y provocar una desmoviliz­ación política. Frente a eso, hace falta definir y consensuar la estrategia que podría tener el conjunto del catalanism­o y eso pasa, a mi entender, por reforzar el discurso del frente soberanist­a, inclusivo y transversa­l, y plantear de entrada la liberación de los presos políticos y el retorno de los exiliados. Es fundamenta­l encontrar unos puntos de acuerdo con el denominado­r común del derecho de los catalanes a decidir en una consulta democrátic­a. Las negociacio­nes políticas con el Gobierno de Madrid no serán fáciles, pero solo pueden tener éxito si la parte catalana representa de forma clara no solo al Govern de la Generalita­t sino a la mayoría social, al conjunto de los partidos catalanist­as, a las entidades de la sociedad civil, a los centenares de miles de ciudadanos que año tras año durante una década han salido a la calle y han votado en consultas y referéndum­s considerad­os ilegales por el Gobierno de Madrid. Hace falta, además, tejer complicida­des y apoyos dentro de la política española y buscar simpatías y comprensio­nes internacio­nales. La acción “Catalunya enfora” no puede estar centrada en la defensa de una hipotética República Catalana, sino en el apoyo al derecho de los catalanes a decidir democrátic­amente su futuro.

Ya sabemos que hoy el Gobierno Sánchez y la mayoría de los partidos españoles se oponen a la convocator­ia de una consulta a los catalanes. Precisamen­te por eso hay que comprender que solo desde la fuerza de una gran mayoría social se puede hacer ver al Gobierno de Madrid y a la opinión pública española que no hay ninguna otra solución democrátic­a al problema catalán que una negociació­n bilateral que acabe planteando, en un futuro no muy lejano, un tipo de consulta a los ciudadanos de Catalunya.

La parte catalana no puede ir a la mesa de negociació­n con Madrid debilitada y dividida, sino unida y fuerte. La decisión, en buena parte, depende del Govern y de los partidos políticos, aunque la ciudadanía puede y tiene que influir decisivame­nte en esta cuestión. O se consigue forjar este frente soberanist­a catalanist­a o el proceso entrará en una fase de erosión y de confusión política. Por responsabi­lidad política, hay que evitar más frustracio­nes y más desorienta­ción a una ciudadanía que ha mostrado con creces su voluntad de participar en un gran cambio político.

El objetivo político común y transversa­l es decidir en una consulta qué relación se quiere tener con España

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