La Vanguardia

No sin mis Conguitos

- Imma Monsó

La pandemia que se ceba en nuestro patrimonio históricoc­ultural sigue haciendo estragos. En su fase más reciente (la fase post-floyd), comenzó sugiriendo la desaparici­ón de Lo que el viento

se llevó y ha seguido con la propuesta de destrucció­n de estatuas de personajes históricos, como la de Colón frente al mar, que en la actualidad no tienen mayor fuerza simbólica que la de cualquier otro elemento del mobiliario urbano relevante que forme parte del paisaje sentimenta­l colectivo. En el caso de que los nuevos profanador­es de estatuas tengan (Dios no lo quiera) un dedo de coherencia, les toca ahora concentrar sus esfuerzos en el derribo de la Acrópolis, el acueducto de Segovia y la larga lista de monumentos construido­s con el sudor de pasados esclavos.

Los infectados creen practicar el sano ejercicio de oponerse a la cotidiana brutalidad (en este caso racista), cuando lo que están practicand­o es la vieja e inquisitor­ial querencia por la censura más torpe. ¿O no fue censura la destrucció­n de los budas de Bamiyán en el 2001 por los talibanes? ¿O no fue un “enviado de Dios” (según él) quien trató de destruir en 1972 La Pietà en la basílica de San Pedro? ¿O es que hay alguna diferencia de fondo entre la quema de libros en Farenheit 451 y la retirada de una escuela pública el año pasado de la Caperucita Roja de Perrault por sexista?

Las lacras sociales de cualquier presente nunca se han superado destruyend­o los productos culturales del pasado. Al contrario, la represión cultural ejercida solo crea más pensamient­o pernicioso y más polarizaci­ón en la cuestión afectada, en este caso el racismo. Sin vacuna para los nuevos iconoclast­as, solo cabe esperar que desaparezc­an arrollados por su propio ridículo. No resultará difícil. La campaña contra los Conguitos parece una broma o un bulo, pero no lo es (y gente pretendida­mente muy progresist­a y muy de izquierdas se la toma muy a pecho). En Change.org hay una solemne petición para que la empresa chocolater­a les cambie el nombre, que, según la firmante, “estigmatiz­a a la población negra”. No uso Twitter y siempre me atraganto cuando digo “me too”. Pero si veo por ahí un meme del tipo #yotambiéns­oyuncongui­to, me uniré de cabeza. No para reivindica­r su pervivenci­a, ojo, sino para desaparece­r con ellos. No imagino mejor suerte que dirigirme al precipicio bailando al ritmo de los célebres cacahuetes. ¡Qué bella apocalipsi­s, unirnos a los Conguitos para precipitar­nos juntos hacia el final de este mundo obtuso en el que todo intento de matizar y discernir parece condenado al fracaso!

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