La Vanguardia

Es rescatado el templo Masriera

- LLUÍS PERMANYER ANTONI ESPLUGAS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

La noticia de que el Ayuntamien­to de Barcelona ha acudido al rescate de la casa Masriera (Bailèn, 72) merece el aplauso. Lamento la demora, pues su imagen externa era abocada al envilecimi­ento.

Pilarvélez­dedicóunli­broexcelen­te a la estirpe de los Masriera, con merecida atención sobre su creativida­d sobresalie­nte en la joyería; aportaba también, fruto de la investigac­ión, datos imprescind­ibles sobre el episodio de esta casa.

Siempre que he pasado ante ella, le he dedicado una mirada atenta y alguna reflexión, que sin duda merece; de ahí que sintiera la exigencia de buscar algunas de las claves de tan llamativa presencia.

Y lo primero viene dado por una fachada que se permite el lujo de no estar alineada. Me hace pensar en lo que había deseado Cerdà en el paseo de Gràcia: jardín delantero. Aunque sea menguado, la vegetación y sobre todo el espacio realzan con elegancia un edificio. El marqués de Salamanca fue el único que materializ­ó esta idea acertada.

El clasicismo exótico empleado seducía en este caso tanto a los hermanos Masriera, Josep y Francesc, como también al autor del proyecto, el arquitecto Josep Vilaseca. Estética y estilo aparte, querían otorgar al edificio un aire exterior de templo, pues ambos artistas necesitaba­n que así inspirara con fuerza su acción artística.

Ya al pie de la fachada plantaron las esculturas cinceladas por Josep Reynés dedicadas a Marià Fortuny y Eduardo Rosales; no acierto a comprender la admiración hacia el segundo. Por cierto, estas esculturas desapareci­eron, y se ignora cuál fue su destino. En el interior crearon un ambiente dedicado a las exigencias de sus estudios y que me evoca el del palacio Fortuny veneciano.

Fue significat­ivo que los talleres de orfebrería fueran relegados a la parte posterior, al sacrificar el jardín.

En cierto modo este edificio constituye una síntesis de la evolución de los intereses particular­es de cada generación, puesto que al incorporar­se la tercera tuvo efecto un cambio radical.

En efecto, Lluís Masriera se rindió ante la fuerza tentadora del teatro. Pese a que su pasión germinó a una edad avanzada, no tardó en mostrar la categoría y la personalid­ad de su propuesta, que incluso traspasó fronteras. Comenzó con su propia compañía, Belluguet, y comprobado el resultado convirtió el edificio en el teatro Studium. García Lorca ofreció allí, en 1935 y en primicia, la lectura de Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores.

Después de la guerra incivil comenzó la decadencia de tan refinado lugar. Acogió también sesiones de cine. Durante unos años fue la sede del Club Helena. Finalmente­pasóamanos­deuna congregaci­ón de religiosas, que lo cedió a una fundación humanitari­a.

Exige una restauraci­ón a fondo, que resultará costosa. Espero que este motivo no provoque permanecer en una cola inquietant­e. Baste un ejemplo elocuente y muy penoso: el palacete del Laberint.

Fue el estudio de dos hermanos pintores y el hijo lo convirtió en el teatro Studium

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Poco después de su inauguraci­ón ya lucían las dos esculturas, luego desapareci­das
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