La sociedad abierta
En el debate sobre la carta firmada por 150 intelectuales se juntan varias cuestiones, sobre todo dos. Por un lado, la defensa de la sociedad abierta, más allá de la libertad de expresión. Una condición para convivir en una sociedad abierta es ser capaces de ponernos en la piel del otro, entender que también tiene sus razones, aunque no las entendamos ni las compartamos. Pero por otro lado eso incluye entender la reacción a la carta y a quienes no aceptan su argumentación ni consideran que deban escuchar lo que dicen los firmantes.
Los descalifican por ser unos privilegiados que escriben desde sus privilegios, entre ellos presumir que su opinión ha de tener un impacto social. Les dan igual las credenciales de izquierdas de Chomsky. Los movimientos de protesta que confluyen en el momento actual dan voz a colectivos que han padecido agravios históricos, que han sido discriminados, perseguidos, agredidos y silenciados. No les queda paciencia para discursos, piden acción y cambio. Y a la pregunta de si vale la pena saber qué piensan sobre este tema una serie de personas cualificadas –la premisa sobre la que se basa la noción del intelectual público– contestan que no les importa lo que esa gente diga, que están hartos de escuchar sus puntos de vista. Son sectores que reaccionan de manera radical porque consideran que ya toca despachar una serie de temas enquistados históricamente. Y que lo están. El racismo lleva desde los cincuenta debatiéndose y no se ha resuelto. Y con las cuestiones de género pasa lo mismo, con el #Metoo nos escandalizamos ante lo que ya sabíamos que pasaba. Me preocupan las amenazas a la sociedad abierta, la violenta polarización, el anacronismo ético que pretende borrar del pasado todo lo que desaprobamos, esa vena intransigente y puritana que recorre la cultura estadounidense y se está extendiendo por el mundo. Y me irrita que en nombre de ideas que comparto se acalle, censure o penalice a quien disiente o incluso a quien permite a otro disentir. Sin embargo, en la medida que yo mismo represento un sector privilegiado a quien se invita a opinar, acepto que para muchos esto mismo me descalifica y lo que yo diga les importa poco o nada. Es un momento de tensión reveladora, porque la sociedad abierta no deja de ser una entelequia que defendemos y en la que creemos aquellos que sentimos que tenemos un lugar en ella y nos favorece, mientras que otros sienten que no les han dejado ese espacio ni la misma libertad, y por eso luchan. ideal de una justa causa” a través de la radicalización. Un proceso frecuente “en una época politizada por el populismo”, que ve como “una mezcla de simplificación, moralización y sentimentalidad; simplificación porque distingue entre unos pocos y muchos; moralización porque los pocos son malos y los muchos son buenos, y sentimentalidad porque los muchos buenos están injustamente tratados”. Por eso cree necesario recordar que “las democracias liberales de Occidente representan el mejor momento político de la Historia”, donde se han impulsado el multilateralismo, el igualitarismo, el antirracismo o los derechos humanos y la dignidad individual.
Isabel Coixet: “Ha habido mejores momentos para publicar la carta”
La cineasta Isabel Coixet asegura apoyar en líneas generales la carta en tanto que expresión de “un hartazgo del uso y abuso de la idea de apropiación cultural”, pero cree que su publicación es algo inoportuna. Llega “cuando hay un presidente neofascista y algunas de las cosas que dicen serán instrumentalizadas. Ha habido ocasiones más adecuadas”. Alude a “pronunciamientos académicos que, como determinados estudios de género en los que se estigmatizaba a un tipo de feminismo desde otro, habrían merecido una reacción antes”. Además la mayoría de los que firman “tienen setenta años, son hombres, blancos y salvo Rushdie y otro par , occidentales”, lo que puede ser contraproducente. La cineasta cree que los problemas nacen de “convertir la opinión en dogma” y lamenta efectos como Halle Berry retirándose de un filme porque debe interpretar a una transgénero y no lo es. “En la comedia griega, el teatro clásico y japonés siempre se intercambiaron géneros entre los actores”. Y el arte “también es eso”.
Gutiérrez Aragón: “Todo empezó con Derrida y Foucault”
El cineasta y novelista Manuel Gutiérrez Aragón, miembro de la RAE, critica la radicalización de la izquierda, distanciada de la Ilustración. “Siempre fue ilustrada, pero cuando se puso de moda la deconstrucción del lenguaje de Derrida y Foucault, empezó una crítica de las posiciones tradicionales de la Ilustración”. Hoy esa deconstrucción fuerza los géneros en la gramática o sustituir el todos y todas por un tod@s. Podría pensarse que esos juegos distan del derribo de una estatua de Colón, señala, pero “todo empezó con la deconstrucción del lenguaje”. Y ve positivo “que sean intelectuales como Chomsky los que se den cuenta de que si no hay quien defienda la cultura, enseguida viene la reacción a ocupar el hueco”.
A los movimientos de protesta que confluyen hoy no les importan las credenciales de Chomsky
Marina Garcés cree que hay una cultura del miedo que convierte la curiosidad en sospecha