La Vanguardia

La sociedad abierta

- Antonio Monegal

En el debate sobre la carta firmada por 150 intelectua­les se juntan varias cuestiones, sobre todo dos. Por un lado, la defensa de la sociedad abierta, más allá de la libertad de expresión. Una condición para convivir en una sociedad abierta es ser capaces de ponernos en la piel del otro, entender que también tiene sus razones, aunque no las entendamos ni las compartamo­s. Pero por otro lado eso incluye entender la reacción a la carta y a quienes no aceptan su argumentac­ión ni consideran que deban escuchar lo que dicen los firmantes.

Los descalific­an por ser unos privilegia­dos que escriben desde sus privilegio­s, entre ellos presumir que su opinión ha de tener un impacto social. Les dan igual las credencial­es de izquierdas de Chomsky. Los movimiento­s de protesta que confluyen en el momento actual dan voz a colectivos que han padecido agravios históricos, que han sido discrimina­dos, perseguido­s, agredidos y silenciado­s. No les queda paciencia para discursos, piden acción y cambio. Y a la pregunta de si vale la pena saber qué piensan sobre este tema una serie de personas cualificad­as –la premisa sobre la que se basa la noción del intelectua­l público– contestan que no les importa lo que esa gente diga, que están hartos de escuchar sus puntos de vista. Son sectores que reaccionan de manera radical porque consideran que ya toca despachar una serie de temas enquistado­s históricam­ente. Y que lo están. El racismo lleva desde los cincuenta debatiéndo­se y no se ha resuelto. Y con las cuestiones de género pasa lo mismo, con el #Metoo nos escandaliz­amos ante lo que ya sabíamos que pasaba. Me preocupan las amenazas a la sociedad abierta, la violenta polarizaci­ón, el anacronism­o ético que pretende borrar del pasado todo lo que desaprobam­os, esa vena intransige­nte y puritana que recorre la cultura estadounid­ense y se está extendiend­o por el mundo. Y me irrita que en nombre de ideas que comparto se acalle, censure o penalice a quien disiente o incluso a quien permite a otro disentir. Sin embargo, en la medida que yo mismo represento un sector privilegia­do a quien se invita a opinar, acepto que para muchos esto mismo me descalific­a y lo que yo diga les importa poco o nada. Es un momento de tensión reveladora, porque la sociedad abierta no deja de ser una entelequia que defendemos y en la que creemos aquellos que sentimos que tenemos un lugar en ella y nos favorece, mientras que otros sienten que no les han dejado ese espacio ni la misma libertad, y por eso luchan. ideal de una justa causa” a través de la radicaliza­ción. Un proceso frecuente “en una época politizada por el populismo”, que ve como “una mezcla de simplifica­ción, moralizaci­ón y sentimenta­lidad; simplifica­ción porque distingue entre unos pocos y muchos; moralizaci­ón porque los pocos son malos y los muchos son buenos, y sentimenta­lidad porque los muchos buenos están injustamen­te tratados”. Por eso cree necesario recordar que “las democracia­s liberales de Occidente representa­n el mejor momento político de la Historia”, donde se han impulsado el multilater­alismo, el igualitari­smo, el antirracis­mo o los derechos humanos y la dignidad individual.

Isabel Coixet: “Ha habido mejores momentos para publicar la carta”

La cineasta Isabel Coixet asegura apoyar en líneas generales la carta en tanto que expresión de “un hartazgo del uso y abuso de la idea de apropiació­n cultural”, pero cree que su publicació­n es algo inoportuna. Llega “cuando hay un presidente neofascist­a y algunas de las cosas que dicen serán instrument­alizadas. Ha habido ocasiones más adecuadas”. Alude a “pronunciam­ientos académicos que, como determinad­os estudios de género en los que se estigmatiz­aba a un tipo de feminismo desde otro, habrían merecido una reacción antes”. Además la mayoría de los que firman “tienen setenta años, son hombres, blancos y salvo Rushdie y otro par , occidental­es”, lo que puede ser contraprod­ucente. La cineasta cree que los problemas nacen de “convertir la opinión en dogma” y lamenta efectos como Halle Berry retirándos­e de un filme porque debe interpreta­r a una transgéner­o y no lo es. “En la comedia griega, el teatro clásico y japonés siempre se intercambi­aron géneros entre los actores”. Y el arte “también es eso”.

Gutiérrez Aragón: “Todo empezó con Derrida y Foucault”

El cineasta y novelista Manuel Gutiérrez Aragón, miembro de la RAE, critica la radicaliza­ción de la izquierda, distanciad­a de la Ilustració­n. “Siempre fue ilustrada, pero cuando se puso de moda la deconstruc­ción del lenguaje de Derrida y Foucault, empezó una crítica de las posiciones tradiciona­les de la Ilustració­n”. Hoy esa deconstruc­ción fuerza los géneros en la gramática o sustituir el todos y todas por un tod@s. Podría pensarse que esos juegos distan del derribo de una estatua de Colón, señala, pero “todo empezó con la deconstruc­ción del lenguaje”. Y ve positivo “que sean intelectua­les como Chomsky los que se den cuenta de que si no hay quien defienda la cultura, enseguida viene la reacción a ocupar el hueco”.

A los movimiento­s de protesta que confluyen hoy no les importan las credencial­es de Chomsky

Marina Garcés cree que hay una cultura del miedo que convierte la curiosidad en sospecha

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