El dolor de la juventud
Assedegats
Texto: Wajdi Mouawad y Benoît Vermeulen
Dirección: Oriol Broggi
Intérpretes: Guillem Balart, Sergi Torrecilla y Carla Vilaró. Reparto virtual: Ivan Benet, Clara Segura y Xavier Ruano
Lugar y fecha: Biblioteca de Catalunya, Grec (06/VII/2020)
Ferdinand Bruckner estrenaba en 1926 con gran éxito y escándalo El mal de la juventud, drama sobre el conflictivo paso de la adolescencia a la edad adulta. Un hilo rojo une esta pieza con el texto cocreado por Wajdi Mouawad y Benoït Vermeulen. Un encargo de Vermeulen para alimentar el repertorio de Le Clou, compañía dedicada a representar obras para y con adolescentes. ¿Qué une a Bruckner con Mouawad, además de una resolución nihilista? Les ata la misma sensibilidad en su retrato de esta tormentosa etapa de la edad humana. Si el autor vienés se entregaba al psicologismo de su época, Mouawad se aboca al realismo mágico. Se adentra sin complejos en la ensoñación, con personajes que abrazan amigos invisibles. Como si Stephen King se encontrara con Julio Cortázar y Mark Ravenhill.
Tres historias: los diecisiete años de Murdoch que se levanta un día sin poder parar de hablar; la edad de Norwége que también decide un día encerrarse en su habitación y dejar de comunicarse con el exterior. Y Boon, de adolescente autor con sueños, de adulto antropólogo forense. Para seguir estas tres historias y los nudos que las entrelazan hay que retomar el hilo rojo invisible y dibujar sobre un panel imaginario –como los que salen en las películas de crímenes– el intrincado mapa que liga a los personajes en un destino de lógica desafiante. En el escenario físico de la Biblioteca
sólo un trío de intérpretes: un febril Guillem Balart (Murdoch) que ha absorbido la aceleración anímica de Enric Auquer en La reina de la bellesa de Leenane; Carla Vilaró (Norwége), poseída por la distancia emocional de una heroína invocada, y un introspectivo Sergi Torrecilla (Boon), el único que tiene que hacer evolucionar su personaje en el tiempo. Los otros dos están fijados en el instante que los congeló el autor. Ivan Benet, Clara Segura y Xavi Ruano asumen con extraña convicción sus roles de espectros del drama.
La coreografiada convivencia de estas dos dimensiones –la virtual y la física– es uno de los grandes aciertos del montaje dirigido por Oriol Broggi. El confinamiento le ha sentado muy bien al director de La Perla 29. Con Assedegats parece haberse liberado de sus propios clichés y propone una lectura que integra fantásticamente los distintos planos de comunicación que la reclusión nos ha obligado a incorporar a nuestra cotidianidad.
Existe un espectáculo para el espectador presente en la sala y otro para los que conectan desde sus pantallas. Pero además el público físico comparte la realización dirigida a los ausentes-presentes. Como en un proyecto de Katie Mitchell, es consciente de la convivencia de varias dramaturgias, una para el escenario y otra para la cámara y la interacción de ambas.
Una atractiva complejidad –con un potente diseño de proyecciones– en perfecta correspondencia con el texto.
Broggi integra fantásticamente los distintos planos de comunicación que la reclusión ha originado