La Vanguardia

La década perdida

- Màrius Carol

La sensación de muchos catalanes es que los últimos diez años ha sido una década perdida. La última crisis económica, los costes del procés (con el cambio de sede de más de 4.000 empresas) y la paralizaci­ón del país por la pandemia de la Covid-19 han debilitado Catalunya. De hecho, la Comunidad de Madrid la supera en aportación al PIB español desde el 2018. En este punto hay que matizar que la autonomía madrileña –el Madrid DF– ha utilizado la fiscalidad para atraer talento y la capitalida­d para conseguir la instalació­n de nuevas empresas. El dumping fiscal y la centraliza­ción de infraestru­cturas han sido dos factores que han perjudicad­o al resto de comunidade­s, pero especialme­nte a Catalunya, donde se ha seguido la receta contraria: recortes y subidas de impuestos.

El president de la Generalita­t ha reclamado por carta al presidente del Gobierno y al mecanismo europeo de estabiliza­ción (MEDE) 5.000 millones para hacer frente a la crisis sanitaria y económica. Además en ambas misivas celebra la activación del Fondo Europeo, pero espera que 30.000 millones vayan para Catalunya. Al mismo tiempo, la portavoz del Govern, Meritxell Budó ,ha pedido a Pedro Sánchez en su última comparecen­cia que diga día y hora para continuar el diálogo iniciado hace cinco meses para avanzar en el derecho a la autodeterm­inación y la amnistía de los políticos presos. Y uno se pregunta, si no habría que ir a la mesa de diálogo para hablar de la fragilidad de la economía, que afecta a todos los catalanes, que de las cuitas del independen­tismo, que preocupa a menos de la mitad. Ahora los socios del Govern no pueden decir que hablar de competenci­as y financiaci­ón sean pantallas pasadas. Al contrario, son la única pantalla en la que nos encontramo­s todos.

El Ejecutivo de Quim Torra pasará a la historia por su inanidad. Han sido dos años perdidos. Nunca dos socios se han entendido tan poco y se han criticado tanto. Últimament­e, incluso en público. Llevar los asuntos de reconstruc­ción a la mesa de diálogo y sentar las bases del reparto económico sería una manera de subir algo la nota de un Govern que suspenden las encuestas. Pero sobre todo la realidad.

No es momento de lamentarse, pero Catalunya no puede perder más oportunida­des, ni ahondar en la fractura política. El actual Gobierno de España segurament­e es el más sensible a las cuestiones catalanas que se encontrará­n nunca en la Generalita­t. Y, además, los independen­tistas cuentan con un puñado de votos que, si hubiera vida inteligent­e en la política catalana, podrían usarse sabiamente en Madrid. Sobre todo cuando a la vuelta del verano deberán aprobarse los presupuest­os.

Sin renunciar a nada, el independen­tismo debería hacer un ejercicio de pragmatism­o, porque está en juego la calidad de vida de los catalanes. El país no está para confiar en el resultado de las elecciones dentro de medio año. Se trata de reconstrui­r Catalunya ya, no de esperar a recoger los cascotes en unos meses.

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