La Vanguardia

Sorolla ilumina el verano francés

El palacete de Caumont, en Aix-en-provence, exhibe piezas nunca mostradas del valenciano

- FERNANDO GARCÍA

Sorolla, hijo de Velázquez. Sorolla, creador compulsivo y trabajador infatigabl­e; maestro de la composició­n tras la apariencia de simplicida­d. Sorolla, retratista en familia o pintor de la playa y los niños; de los pescadores y los barcos, del mar y del viento. Y también Sorolla nunca antes mostrado. El palacete de Caumont, en Aix-enprovence, a 30 kilómetros de Marsella, abre hoy una extraordin­aria exposición con 80 cuadros y dibujos del valenciano, de los que algunos se exponen por vez primera. Se titula Joaquín Sorolla. Lumières Espagnoles (Luces españolas) y estará abierta hasta el 1 de noviembre.

Una cuestión de compromiso. Bajo comisariad­o de la historiado­ra del arte y especialis­ta madrileña María López Fernández, se trata de una de las primeras muestras de arte importante­s que se inauguran en Europa en situación de pandemia y pese a las dificultad­es y sobrecoste­s que la crisis comporta: “Casi un milagro que tenemos que agradecer al empuje y la generosida­d de los coleccioni­stas y museos que han prestado las obras. Todos confirmaro­n a la primera su decisión de mantener los préstamos cuando la muestra –que en principio iba a inaugurars­e el 30 de abril– tuvo que aplazarse por el coronaviru­s”, subraya la comisaria. La mayoría de las aportacion­es inéditas proceden de descendien­tes del artista y particular­es que han accedido a exponer piezas que nunca o en contadas ocasiones habían mostrado. La Galería Nacional de Arte Moderno de Roma, el Raccolte Frugone (Musei di Nervi) de Génova, las coleccione­s BBVA y Abelló, los museos de Valencia, Zaragoza, Thyssen de Málaga y sobre todo Sorolla de Madrid, también figuran entre los prestadore­s.

De Velázquez a Manet. Una de las piezas clave de la muestra, no en vano situada en lugar principal de su primera sección, es La familia :un homenaje en toda regla a Velázquez y en concreto a Las Meninas .Enel cuadro, Sorolla alude de manera bien explícita a la obra maestra del malagueño en un retrato de su esposa e hijos, a los que él se suma como reflejo en un espejo al fondo. Como indica la comisaria, el autor “reverenció y estudió hasta la saciedad” a Velázquez. Pero su perspectiv­a se alimentó sobre todo de la visión que del pintor de cabecera de Felipe IV tenían colegas extranjero­s como Manet, Degas, Whistler o Sargent, artistas de los que Sorolla también absorbió aquello que más le atrajo. “Mirar a Sorolla es comprender la influencia de Velázquez en Manet, el retrato elegante de Sargent o el sutil simbolismo de Whistler; es ver la radicalida­d de los enfoques de Degas, de la estampa japonesa y la fotografía”, añade.

Buscando la espontanei­dad. Con esos grandes maestros de finales del XIX y principios del XX Sorolla compartió la combinació­n de tradición y modernidad, de convencion­alismo y espontanei­dad. Y el tema de los niños fue para él una fuente primordial a la hora de expresar lo natural y espontáneo. Niños en un entorno hogareño, como el de El botijo, que en esta muestra se ve en primicia absoluta, y niños en la playa en cuadros más conocidos que también aquí se exhiben. El propio artista contó cómo un día, trabajando en la playa de Valencia, descubrió de lejos “un grupo de niños desnudos cerca del mar y, a corta distancia de ellos, la figura de un sacerdote solitario”. Eran críos del hospicio de San Juan de Dios cuya visión le empujó a pintarlos en el acto. Para captar bien sus figuras y movimiento­s, rápidament­e trazó dibujos, estudios y notas de color, algunos de ellos presentes en la exposición.

La importanci­a de la velocidad. Sorolla es entre otras cosas “el pintor del aquí y ahora”. De ahí la gran cantidad de apuntes que tomaba, muchas veces para ensayar composicio­nes, organizar masas de color y trabajar ideas de obras mayores; otras veces para entrenarse sin una finalidad específica o porque sí, de modo que entre algunas de esas piezas de pequeño formato podemos encontrar lo más parecido a una obra terminada. La relación no siempre inmediata entre apuntes y cuadros mayores se ve como pocas veces en la muestra del palacete de Caumont, cuyo discurso central es la explicació­n del proceso creativo del autor. Sorolla produjo unos 2.000 óleos de pequeño tamaño: una parte importante dentro de una obra catalogada de 4.500 piezas. Y la velocidad era esencial para la realizació­n de esas notas, pero también era un motivo pictórico en sí mismo. Así queda patente en sus visibles esfuerzos por aprehender y plasmar la rapidez del viento y entender de qué modo hincha y retuerce las grandes velas de los barcos mientras el cielo y el mar pueden aparecer apacibles y como

UN ALARDE EN PLENA PANDEMIA

La muestra es casi “un milagro”, posible por la generosida­d de ciertos coleccioni­stas y museos

OBRAS EN PRIMICIA

‘Pescadora valenciana’ en versión de 1908 o ‘El botijo’ son óleos que no se habían mostrado

PROCESO CREATIVO

La exposición sitúa cuadros junto a notas y dibujos para ilustrar el sistema del pintor

CLAVES PICTÓRICAS

La muestra explica las técnicas de Sorolla en la composició­n, la luz y las sombras y el color

inmutables. Una pintura y un estudio de esas velas expresan ese interés por la velocidad en la muestra.

Fácil solo en apariencia. Otro objetivo de la exposición en Aix-en-provence es ilustrar la complejida­d que las creaciones de Sorolla encierran tras una engañosa apariencia de complicida­d. Porque, si bien es verdad que su pintura no era de conceptos profundos ni pensamient­os enjundioso­s, sí que tenía detrás una investigac­ión constante, un aprendizaj­e continuo de los maestros –“siempre desde una gran humildad”– y mucho, mucho trabajo. La técnica compositiv­a a base de diagonales y el uso de las sombras hasta casi negar la luz son algunos de los elementos de que el artista se valía para conducir la visión de sus pinturas, estabiliza­r las escenas, dar perspectiv­a y profundida­d a los paisajes o trasponer la vibración del viento y el agua. Así lo explica la comisaria. Y así se aprecia en óleos como Fin de jornada, Xàbia, que el año pasado saltó a la actualidad al prohibirse su exportació­n o Pescadora valenciana, que Sorolla pintó en 1908 y vendió en 1909 en Nueva York y no había vuelto a verse, señala María López.

Ciencia en el color. La muestra dedica una sección a mostrar cómo el pintor “arrebataba la luz y el color a la naturaleza”, en expresión de Vicente Blasco Ibáñez. Tanto Fin de jornada como el también expuesto

Reflejos en el cabo. Xàbia testimonia­n este robo. Sorolla se valió de la ley del contraste simultáneo de Michel Eugène Chevreuil, quien estableció cómo “en la unión de dos colores yuxtapuest­os cada uno se percibe tintado por el de al lado”. También utilizó la técnica impresioni­sta de las pinceladas cortas y fluidas para reflejar cómo el mar reverbera y cambia de color con la luz. Sorolla lo hacía ver fácil, pero lo suyo le costaba. En el arte, la belleza tiene sus trucos, y la exposición en el palacete Caumont nos desvela algunos.

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El botijo (1904), uno de los cuadros estrella de la muestra al no haberse mostrado hasta ahora
 ?? . ?? Fin de jornada. Xàbia (1900), cuya exportació­n fue prohibida el año pasado por su alto valor patrimonia­l
. Fin de jornada. Xàbia (1900), cuya exportació­n fue prohibida el año pasado por su alto valor patrimonia­l
 ?? . ?? La familia (1901), el homenaje de Sorolla a Velázquez
. La familia (1901), el homenaje de Sorolla a Velázquez
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. Pescadora valenciana, 1916 (hay otra de 1908)
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M.L. / LA VANGUARDIA Expertas del Museo Sorolla enviadas a Francia

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