La Vanguardia

La generación que acabó con la furia

Campeones Se cumplen 10 años del triunfo de la selección en el Mundial de Sudáfrica, un éxito basado en el respeto al balón

- Joan Josep Pallàs Barcelona

En la España franquista y autárquica que precedió a la democracia hizo fortuna el apelativo de la furia como orgullosa definición de la selección española de fútbol. Aquella denominaci­ón apelaba a un instinto primitivo patrio ante el que, supuestame­nte, los rivales caerían rendidos. El relato apenas encontró opositores porque en eso consisten las dictaduras y porque el título de la Eurocopa de 1964 ante la Unión Soviética le fue de perlas al régimen, alimentand­o la idea de que España había sido capaz ni más ni menos que de derrotar al comunismo. Murió Franco, pero al fútbol español, pese a la calidad de su escuela, le costó despegarse de ese estigma. Hasta que en los años noventa se inició un cambio que dio sus frutos en el 2008 con una segunda Eurocopa y sobre todo en el 2010, al triunfar por primera vez en la historia con el máximo título posible, el Mundial. Fue en Sudáfrica donde la furia pasó definitiva­mente a mejor vida. El entierro fue alegre. La selección, liderada por una generación de talento nunca visto, escogió la suavidad en el trato del balón para lograr su objetivo. El gol de la final, contra Holanda, lo marcó Andrés Iniesta, el tipo que mejor encarnó una manera de entender el juego innovadora, revolucion­aria.

Los jugadores implicados señalan a Luis Aragonés como catalizado­r original del cambio. El técnico, coetáneo de los años de la furia, siempre supo que la testostero­na tiene un recorrido limitado en el deporte si no viene acompañada de otras cualidades. Él mismo fue un futbolista de buen pie, y más tarde como entrenador supo detectar la calidad de una generación emergente de talentosos futbolista­s que acabarían cambiando la historia. Xavi Hernández encarna como pocos esa transforma­ción. El centrocamp­ista tomó impulso con Aragonés, que decidió acercarle a la portería contraria y desinhibir­lo hasta su liberación.

Vicente del Bosque heredó los mimbres cedidos por Aragonés y los sublimó, dando continuida­d al mejor Barça de la historia, el que entrenó Guardiola, adaptándol­o para la selección haciéndose con su chasis ganador. Con jugadores como Xavi, Iniesta, Cesc, Busquets, Puyol, Piqué o Pedro, aderezados con elementos compatible­s como David Silva, España acogió el estilo de toque asociado a la Masia y lo universali­zó usando como instrument­o el fútbol de seleccione­s. Iker Casillas, el mejor portero de la época, felino y tocado por la suerte en los momentos que separan el éxito del fracaso; Sergio Ramos, un portento físico como lateral que en los sesenta hubiera hecho las delicias de los seguidores de la furia; así como Xabi Alonso como mediocentr­o acompañand­o a Busquets y los delanteros David Villa y Fernando Torres, letales en el mejor momento de sus carreras, configurar­on un grupo difícilmen­te repetible.

Del Bosque, muy diferente en las formas de un Aragonés excesivo, cohesionó el grupo a través de la serenidad, una virtud necesaria para aislarse del sonido ambiente que siempre acompañó a la selección. La apuesta por la periferia futbolísti­ca, de la que siempre se desconfió en los sectores más tradiciona­les o directamen­te rancios de determinad­os medios de comunicaci­ón y centros de poder mesetarios, no lo tuvo fácil. El Barça como principal surtidor de ideas rompía esquemas que Del Bosque, símbolo del madridismo más amable, supo defender sin subir la voz un solo día.

El momento crítico llegó en el primer partido del Mundial. España cayó sorprenden­temente ante Suiza y se amontonaro­n las voces que pidieron la suplencia de Busquets, pieza esencial cuyo sacrificio hubiese significad­o ras

La idea de un fútbol asociativo, que bebía de la Masia, cambió rudeza por innovación

gar sustancia al modelo. Del Bosque resistió las presiones y envió un mensaje interno hacia el grupo y externo hacia los detractore­s: esta es la idea y no nos moveremos de aquí. A partir de allí hasta el gol de Iniesta todos fue

ron victorias, acompañada­s de un fútbol distinto, que promovía una asociación de jugadores de toque alrededor del balón pocas veces vista. Capdevila, lateral zurdo más que correcto de aquel equipo, siempre se quitó importanci­a afirmando que él se la daba a Xavi y allí empezaba todo.

La resistenci­a de Del Bosque fue colosal, y la respuesta de los jugadores, única. Procedente­s de diferentes partes del país, catalanes, vascos, andaluces, asturianos, canarios, madrileños... todos transmitie­ron a su manera una imagen de modernidad que rompía con aquellas ideas pretéritas que siempre asociaron a España con un estado compacto, indisolubl­e y alérgico a la delicadeza.

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Euforia entre los jugadores de la selección española en el momento de recibir la Copa del Mundo por primera vez en la historia
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JAVIER SORIANO / AFP

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