‘No Sanfermines’ de verdad
Amplio dispositivo para evitar aglomeraciones en las fiestas, suspendidas por la Covid
La calle Estafeta de Pamplona, arteria de los Sanfermines y sus encierros, estaría hasta arriba. A esta hora, poco más de las ocho de la tarde, además de la marea humana teñida de rojo y blanco que abarrota una ciudad que quintuplica su población en estas fechas, hasta llegar al millón de personas, la vía estaría colapsada por el séquito que sigue a las charangas. Ahora, sin embargo, el tránsito es el habitual de un viernes por la tarde. Solo algunos pañuelicos recuerdan las fiestas, aplazadas por la Covid. Los bautizados como no Sanfermines. La ciudad ha extremado las precauciones ante el temor a que aglomeraciones y celebraciones espontáneas provoquen rebrotes de coronavirus y, a falta de cuatro días para el que sería su final –el día 14-, el dispositivo está siendo un éxito.
La presidenta foral, María Chivite, y el alcalde, Enrique Maya, hicieron un llamamiento conjunto previo a la ciudadanía para que no realizara festejos alternativos. Porque ha habido ideas circulando, como recrear el chupinazo, el Riau Riau o la salida de las bandas musicales. El riesgo es grande y, además de la situación sanitaria, está en juego la imagen exterior de la ciudad, bajo el foco mediático. “Hay que hacer de Pamplona un ejemplo”, indica Maya.
La principal preocupación era el día 6, el chupinazo. El día más importante. La tradición de las cuadrillas es juntarse desde las 8:30 para almorzar en bares y terrazas. El cóctel de huevos fritos, jamón y tomate regado con cerveza, kalimotxo o sangría es la previa a la marcha posterior hacia el Casco Viejo para el lanzamiento del cohete que da el pistoletazo de salida a los Sanfermines. A pesar de la suspensión de las fiestas, las reservas de almuerzos se habían mantenido y la situación daba miedo.
El amplio dispositivo policial preparado para evitar que se congestionara el centro y la concienciación general, sin embargo, dejaron el “no chupinazo” en imágenes que podrían ser las de un sábado flojo cualquier noche pamplonesa. Entre los puntos calientes, se puso especial atención en dos, la plaza del Castillo y la Consistorial. En ésta, en condiciones normales, se habrían reunido 12.500 personas apretujadas en sus algo más de 2.000 metros cuadrados. Era imposible que esta vez se diera esa imagen. Para evitar el descontrol y la afluencia masiva de nostálgicos, se limitó el aforo máximo a 400 personas. Lo mismo sucedió en otro de los corazones de las fiestas, la plaza del Castillo, a la que solo podían acceder 3.675 personas. Las calles del centro, asimismo, estuvieron divididas por controles policiales. Los conteos fueron muy exhaustivos.
Solo un local nocturno tuvo que ser cerrado por superar el aforo permitido. Primó la responsabilidad, también en la hostelería, y muchos propietarios decidieron directamente no abrir sus puertas.
Es el caso del bar Kantxa, ubicado en la cuesta de Labrit, uno de los epicentros de la fiesta. El aumento exponencial de reservas alertó a su propietario, Mikel Salinas. Hasta las 12 del día del chupinazo, iban a servir en tres turnos a 150 personas. La cifra superaba todas las previsiones. Hace tres semanas dio el complicado paso de cerrar.. “Nos la estamos jugando a nivel sanitario y no me veía capaz de asegurar que se mantuviera la distancia de seguridad ni el aforo durante cuatro horas”, explica. “La gente –continúa- está ya bebiendo desde el punto de la mañana y, aunque tengamos muy buena voluntad, con dos tragos sabemos lo que pasa”.
Al Kantxa le han seguido iconos de los sanfermines como los Burgos, el Nicolette o el Noé, que permanecen con la persiana bajada a pesar de las jugosas previsiones, que hubiesen ayudado a paliar en parte las consecuencias del cierre por la pandemia. “A nivel económico es un tortazo, vivimos de un ICO como todos y nos podía haber salvado el mes, pero tengo claro que la salud está por encima del dinero”, afirma Salinas. Las peñas, uno de los principales agentes de los sanfermines, tampoco han convocado ningún acto.
Es la primera vez desde la Guerra Civil que las fiestas se cancelan por completo. En 1978, se anularon a partir del día 8 tras la muerte de un estudiante por disparos de la policía y en 1997 se pararon durante un día por el asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA. “Tenemos que demostrar que somos los mejores organizando fiestas y también no organizándolas”, subraya el alcalde.
MEDIDAS
El Ayuntamiento ha instalado controles policiales en las calles para limitar aforos
TRADICIÓN DEL DÍA 6
A pesar del miedo al día del chupinazo, la jornada fue como un sábado flojo