La Vanguardia

Qué tendrán los vascos que no tienen los catalanes

- Susana Quadrado

Ysé que no me ocurre solo a mí. El virus nos ha hecho perder campo de visión. A los ciudadanos, me refiero. De los políticos ya me ocuparé más adelante.

Los cuatro meses de encierro han agravado los defectos refractivo­s de los ojos. Vemos mucho peor que antes. Cuentan los oftalmólog­os que el problema es general porque, al haber permanecid­o amorrados tantas horas a la pantalla del ordenador o de la tele, no hemos ejercitado el músculo ocular con la gimnasia del lejos-cerca durante equis minutos cada equis tiempo, y la hemos fastidiado.

Esta banalidad no justificar­ía un artículo en este espacio del diario si no fuera por la constataci­ón, otra más, de que esta pandemia cumple con la máxima de que toda mala situación es susceptibl­e de empeorar.

Solo hay que fijarse en el Segrià. Ahora mismo estoy escribiend­o una oración, que empieza de este modo: “Arregla esto, oh Santa Rita, y líbranos de que tal descontrol se repita en la densa Barcelona (...)”. Allí, en Lleida, a la Conselleri­a de Salut y por extensión al Govern le ha pillado el toro, y la herida supura. Da la sensación de que las autoridade­s políticas y sanitarias de Catalunya no consiguen nunca ir por delante del virus sino muy por detrás y, encima, con pasos dados con medidas de cuestionab­le eficacia, como la de colocarnos las mascarilla­s sí o sí, estemos a un metro y medio o a tresciento­s.

Pero a lo que íbamos. Desde que la mascarilla se ha convertido en una prolongaci­ón del cuerpo, la gente ve peor también por otro motivo. Con la susodicha puesta, las gafas se empañan. Créame el lector si le digo que servidora ha hecho lo imposible para evitar tal turbiedad, desde devorar The

New York Times en busca de un artículo de los que van a misa, hasta tragarme tutoriales en Youtube. Entre infructuos­os intentos con las gafas puestas, he ajustado la mascarilla presionand­o la lengüeta por encima de la nariz. He apretado los lazos. He aplicado un jabón seco sobre los cristales con una gamuza... Todo, inútil. Sigo sintiendo que el aire entra o sale alrededor de la máscara y que no se queda dentro. Como no me tengo por insolidari­a y a pesar de que no reconozco ni a mi madre de lejos sin las lentes, he optado por acatar la orden del Govern.

Lo paradójico es que nunca una visión tan borrosa había resultado más nítida. El cierre perimetral del Segrià es la demostraci­ón de un fracaso en la gestión pública y pinta que lo peor está por llegar. Ha fallado la detección y trazabilid­ad de contagios. No sé si se trata de pérdida de visión o más bien de estrechez de miras, pero el Gobierno catalán haría bien en dejarse aconsejar. Más que nada, para saber por dónde tirar y dejar de ir a ciegas. Ya no hablo del ministerio de Sanidad, Dios nos libre, sino de los amigos vascos. Qué tiempos aquellos en los que la sanidad catalana se miraba en el espejo vasco. Pues de nuevo ahora, ¡chapeau por Euskadi!: hay un brote un sábado en una zona de bares, lo detectan unos días después y en 48 horas tienen hechos 2.150 tests. Por si la cosa no fuera lo bastante ejemplariz­ante, la consejería vasca de Salud ya prepara un protocolo para testear a más de 2.000 temporeros que llegarán en septiembre para la vendimia de la Rioja Alavesa.

Las cosas pueden hacerse bien o pueden hacerse mal, me digo mientras me pongo la mascarilla para salir de casa. Comparen. ¿No quería Torra el mando?

“Arregla esto, Santa Rita, y líbranos de que el descontrol del Govern en el Segrià se repita en Barcelona”

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