La Vanguardia

Novela womaniquea

- Màrius Serra

Mani no podía sospechar que acabaría inspirando un adjetivo que los tertuliano­s usarían de arma arrojadiza. Este persa fundó una secta en el siglo III que defendía la coexistenc­ia eterna del bien y del mal. Del maniqueísm­o de Mani deriva el adjetivo maniqueo. Como en otros casos paralelos —escéptico, estoico, hedonista— su uso ha trivializa­do el sentido. Se dice que alguien es maniqueo cuando contempla la realidad según los principios absolutos del bien y del mal, sin grises ni matices ni posiciones intermedia­s. Una actitud propia de los predicador­es más convencido­s de su verdad y de los líderes que se inscribirí­an en el escudo de armas un “o conmigo o contra mí”. El azar verbívoro ha querido que las tres primeras letras de Mani coincidier­an con el término inglés que designa al hombre (man) y, en consecuenc­ia, que los creadores de neologismo­s hayan transforma­do esta sílaba en prefijo para construir diversos vocablos críticos con el machismo estructura­l como mansplaini­ng (explicació­n condescend­iente que un hombre da a una mujer sobre cualquier tema), manspreadi­ng (despatarre masculino al sentarse en un lugar público), manslammin­g (choques o empujones intenciona­dos) o manterrupt­ing (interrupci­ón sin motivo aparente en una conversaci­ón). La última novela negra de Camilla Läckberg, mundialmen­te conocida por la serie de los crímenes de Fjällbacka, tal vez daría para sofisticar un poco más esta retahíla de neologismo­s y hablar de womaniquei­smo.

Mujeres que no perdonan (un título que no engaña, en Planeta en castellano y Amsterdam en catalán) es una novela que se lee de un tirón, entre

Camilla Läckberg parte de crímenes cruzados como los de Patricia Highsmith en ‘Extraños en un tren’

otras cosas porque, a diferencia de otras propuestas del género negro, deja la investigac­ión en segundo plano y se centra en la descripció­n de las causas que acaban provocando la ejecución (nada sofisticad­a) de tres crímenes. Con una simplicida­d muy eficaz Läckberg parte del planteamie­nto de crímenes cruzados que Patricia Highsmith universali­zó en su mítica Extraños en un tren (Anagrama). Aquí, una sucesión de capítulos breves concentra la atención lectora en un catálogo de tres comportami­entos machistas que acabarán castigados con la muerte. Una de las tres víctimas es un sueco mugriento que se casa con una rusa para darle la nacionalid­ad y luego la trata como si la hubiera comprado en IKEA. Otra es un director de diario adúltero que no quiere investigar los abusos que se dan en su redacción hasta que su mujer, periodista reciclada en ama de casa, le presiona. La tercera víctima será el marido ejemplar de una veterana maestra que, en la intimidad del hogar, es un maltratado­r. Tres casos flagrantes que justifican tres crímenes en esta ficción que plantea una dimensión criminal de la sororidad. Läckberg ha escrito, a conciencia, una novela maniquea donde todos los hombres son malvados. Nadie puede negar su realismo ni que podría estar basada en hechos reales, pero deja el mismo sabor que escuchar a alguien que habla siempre en femenino excepto cuando menta a “los banqueros”.

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