La Vanguardia

‘Cinema Paradiso’

- Jordi Basté

En el barrio de Horta, en los años setenta, había tres cines: el Dante, el Unión y el Venecia. En los dos primeros mi abuelo trabajaba de operador. Ponía las películas, llegadas en unas enormes bobinas, en el reproducto­r que, con la ayuda de un chorro de luz, enviaba todas las ilusiones del cine a través de fotogramas a la gran pantalla. Era época de doble sesión de lo que verdaderam­ente es el cine: asombro. Venían las cintas ya recortadas, sin los besos extirpados por la censura, que jamás tuvo ni amor ni vergüenza. Con mi abuelo Josep veíamos las películas por un agujero de esta privilegia­da cabina como si estuviéram­os en un palco. Debía tener diez años y el recuerdo que tengo de mi primera película en aquella sala elevada es Las

petroleras de Claudia Cardinale y Brigitte Bardot.

El pasado lunes al saber de la muerte del compositor Ennio Morricone, esta imagen de mi infancia reapareció al oír la banda sonora de Cinema Paradiso por la comparació­n que siempre me evoca a la relación entre el niño Totò y su amigo Alfredo, operador de cine. Me propuse volver a ver la película para que me retornara la emoción. Y lo que me devolvió, en cambio, fueron los afectos. En este confinamie­nto hemos visto mucho, pero hemos pensado poco. Demasiada pantalla y poco espejo.

Cinema Paradiso no es solo una balada sobre el cine: es una tesis sobre la inconsiste­ncia del triunfo, los halagos de tus vanidades y el enfrentami­ento con el propio pasado.

No entiendo de cine, pero me gusta el cine. No sé si Cinema Paradiso es una gran película, pero sí que me enternece y me tranquiliz­a. Merece el filme de Giuseppe Tornatore ser revisado como homenaje al poder de las bandas sonoras pero también como espejo donde reconocern­os todos. No se entiende la película sin la música de Morricone, que obliga a rellenar los depósitos lagrimales en la escena final, donde Totò, ahora ya Salvatore, recuerda a su amigo viendo sentado, solo en la platea del cine, las imágenes que a Alfredo le obligaron a censurar y que había conservado para unirlas en un final lleno de besos y amor.

Y la película hoy nos hace llorar por el olvido intolerabl­e que, al pasar los años, tenemos de aquellos que nos cuidaron, mimaron y amaron. Hay que volver a ese Cinema Paradiso, a revisar nuestra infancia por dolorosa que fuera y a pensar que si la censura cortó tantos besos y ternura, el coronaviru­s ha impedido despedirno­s de mucha gente que no mereció en vida un olvido tan descarnado como en su muerte. Mientras la música de Morricone acompaña el irremediab­le llanto final.

En este confinamie­nto

hemos visto mucho, pero hemos

pensado poco

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