La Vanguardia

Hay que ser torero

En los años sesenta, el padre de Paloma Cuevas vivió un apasionado idilio con la princesa Beatriz de Saboya

- Mariángel Alcázar

Los toreros están dando mucho de qué hablar, será que como no hay corridas en algo se tienen que entretener. Enrique Ponce, hasta ahora un modosín, nos está alegrando el verano con sus aparicione­s, en Almería, junto a su novia

Ana Soria, una chica con edad para ser su hija pero que, cual señora mayor, le ha pedido a su enamorado que le dé su lugar, que no es lo mismo que ponerla en su sitio. Qué antiguo es todo.

La chica reivindica que la amen con luz y taquígrafo­s (bien, ahora es con fotos en las redes sociales). Ya no basta con likes ni con corazoncit­os en mensajes encriptado­s. No, por lo visto para que quede claro que no se trata de un amorío clandestin­o, sino de una relación seria hay que colgar una imagen en Instagram haciéndose arrumacos. Y, para completar la jugada, además borrar, como ha hecho Ponce, todas las fotos que, en los últimos dos años ha colgado en esa red con

Paloma Cuevas. Con lo amplia que es la nube, pero por lo visto no hay suficiente sitio para las dos.

Como el torero presume de ser un señor, para que Ana aparcara junto a él ha tenido que quitarle el puesto a su aún legítima, Paloma Cuevas, que un día, al volver del super, fue a aparcar el coche y se encontró con la plaza ocupada. Muy prudente y muy señora, la esposa del torero en vez de arremeter contra la usurpadora como hace el personaje de Kathy Bates en una escena de Tomates verdes fritos, optó por volver a casa sin dar la nota. Mientras sufre en silencio, encerrada en la finca familiar de Córdoba, su ex se pasea por las playas del Cabo de Gata, ora montado en un cocodrilo hinchable, ora en un yate. Qué más da si la cuestión es montar en algo.

Ahora Ponce hace pandi con los amigos veinteañer­os de su novia, encantados de que alguien pague la fiesta. El exhibicion­ismo del torero no es que sea ridículo, además es ofensivo y no solo para la madre de sus hijas a la que le debería un poco de respeto, que una cosa es divorciars­e y otra hacerlo con ese mal estilo, si no para toda la familia. Cuentan que fue el entorno de

Ponce quien filtró la separación para que Cuevas se diera por enterada y aceptara que su marido ya solo lo era ante la ley y no precisamen­te la del deseo.

Hace 50 años quien protagoniz­ó una de cuernos fuera de los ruedos, fue Victoriano Valencia, también torero por aquel entonces y padre, con el tiempo, de Paloma Cuevas. El diestro tenía una novia llamada Paloma Díaz, que con los años sería la madre de sus hijos, pero se enamoró de la princesa

Beatriz de Saboya quien, cual émula de Ava Gardner, se bebía la noche de Madrid y se comía a los toreros. Victoriano y Beatriz vivieron un apasionado idilio, pero el torero rompió con ella para volver con su novia que tenía más puntos para ejercer de sufrida esposa de torero. La princesa italiana intentó suicidarse tras la rupturay Cuevas (Valencia era su apodo taurino) se casó con Paloma Díaz, como está mandado. A Paloma hija no le han dado opción, pero mucho mejor; Ponce tendrá mucho valor en el ruedo pero, por las tonterías a las que se presta, no tiene ni idea de cómo se coge al toro por los cuernos.

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