La Vanguardia

El último expreso de Alan Parker

El director británico que triunfó en EE.UU. con ‘Fama’ y ‘Arde Mississipp­i’ muere a los 76 años

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Entre virus, mascarilla­s, confinamie­ntos, vacaciones arruinadas, miedo, frustració­n, inutilidad, enfado y rabia colectiva, entre otros fenómenos del momento que vivimos, no está la cosa como para además quedarnos sin esos gigantes del cine que nos hacen soñar. Como Alan Parker, que murió ayer en Londres a los 76 años, tras haber puesto su firma a películas que figuran en muchas listas de favoritos.

Parker, nacido en una vivienda social del barrio londinense de Islington (a la sombra del estadio del Arsenal, que fue el hogar de los Blair y donde tiene su casa el ex líder laborista Jeremy Corbyn), forma parte de una gran generación de directores británicos, junto a los hermanos Ridley, Adrian Lyne, David Puttnam y Hugh Hudson, todos diferentes y todos geniales. En su caso, la fórmula mágica era la versatilid­ad, la capacidad para tocar instrument­os diferentes (dramas políticos o de pareja, comedias de gángsters, musicales, biografías...), y hacerlo siempre de una manera virtuosa. El suyo no era un cine de autor sino dirigido al público, no buscaba el plácet de los críticos sino el entretenim­iento de las masas. Tal vez por eso nunca ganó el Oscar al mejor director, aunque sus películas se llevaron diez estatuilla­s, diez Globos de Oro y diecinueve Baftas.

Parker llevaba tiempo enfermo y, aunque tiene más de una veintena de proyectos en su haber, el último de ellos (el drama La vida de David Gale, con Kate Winslet y Kevin Spacey) se remonta al 2003. Desde entonces, además de estar metido en la política cinematogr­áfica, la promoción del cine británico y la canalizaci­ón de las subvencion­es oficia(unos les y el dinero de la lotería, había trasladado su enorme capacidad como narrador de la cámara y los guiones al pincel, refugiándo­se en la pintura, que se convirtió en su gran pasión y no se le daba nada mal. Estaba casado con su segunda mujer, la productora Lisa Moran,

ESTILO

Nunca le interesó hacer cine de autor, sino llevar a la gente al cine y entretener­la

VIRTUD

Tocó casi todos los géneros, pero su gran habilidad fue llevar los musicales a la pantalla

tenía cinco hijos y siete nietos.

“Hemos perdido a uno de los pocos directores capaces de entender de verdad cómo se lleva un musical a la pantalla”, dijo como tributo el compositor Andrew Lloyd -Webber, Entre los créditos de Parker figuran clásicos como Evita (con Madonna

cantando No llores por mí Argentina), Fama (sobre los avatares de los estudiante­s de una exigente escuela de música de Nueva York), Bugsy Malone (una cinta de gángsters, con una jovencísim­a Jodie Foster, en la que los “matones” son niños), The Commitment­s chavales de Dublín que crean una banda soul, y los celos, envidias y líos amorosos de sus integrante­s) y Pink Floyd: The Wall.

Alan Parker empezó a trabajar en una agencia publicitar­ia, rodando anuncios televisivo­s como uno de

Cinzano con Joan Collins y Leonard Rossiter. Allí desarrolló su astuto sentido del humor y la mentalidad de que los productos hay que venderlos porque en caso contrario el spot, por muy artístico y estético que sea, no ha servido para nada. Aplicó ese principio a todas sus películas, y de esa manera fue capaz de trasladar al espectador al Sur racista de los Estados Unidos en Arde Mississipp­i, a las brutales cárceles turcas de a dictadura en Expreso de Medianoche, a las penurias de una familia irlandesa en Nueva York en

Las cenizas de Ángela, a las miserias y la crueldad de la guerra de Vietnam en Birdy (con Matthew Modine y Nicholas Cage), o al mundo oscuro del culto satánico en el thriller

Angel Heart, con Robert de Niro.

“Me he quedado sin mi mejor y mi más viejo amigo”, lamentó ayer el director David Puttnam, al tiempo que todo el establishm­ent cinematogr­áfico británico, en el que había ocupado importante­s puestos, rendía homenaje a su persona y a una carrera que tuvo su plataforma de lanzamient­o en la película para la BBC The Evacuees, en 1974, por la que ganó su primer Bafta y que mostró a la industria su habilidad para contar una historia de manera no pretencios­a, pero tocando la fibra de los espectador­es.

En el 2002 fue nombrado caballero por la reina, y se convirtió en Sir Alan Parker.

Aunque las nominacion­es al Oscar le llegaron por Expreso de Medianoche y Arde Mississipp­i, la película favorita del crítico del Guardian es el drama matrimonia­l Shoot

The Moon, del 82, con Diane Keaton y Albert Finney como la desgraciad­a pareja que protagoniz­a la historia. Parker siempre fue capaz de transmitir grandes emociones de una manera nada pretencios­a, y de gestionar los egos nada desdeñable­s de los actores y actrices con los que tuvo que lidiar (Gene Hackman, William Defoe, Brad Davies, John Cusack, Bob Geldof...).

Nunca fue de esos directores que disfrutan sobre todo en la soledad de la sala de edición, cortando y montando. Pero conforme se hacía mayor y sus fuerzas se desvanecía­n, Parker perdió la pasión por -en sus propias palabras“meterse en el barro”, es decir, las exigencias físicas de los rodajes, y prefirió dedicar más tiempo a la vida familiar, y sobre todo al pequeño de sus hijos. Pero siempre echó de menos la camaraderí­a de las produccion­es. El suyo ha sido un largo adiós, que empezó hace casi veinte años con su última película, y concluyó ayer.

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OLEG NIKISHIN / GETTY Alan Parker, que no logró nunca el Oscar a la mejor dirección, rodó más de una veintena de filmes de diferentes géneros
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. Una escena del musical Fama, que estrenó en 1980

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