La Vanguardia

Las convencion­es ya no son lo que eran

- Juan M. Hernández Puértolas

Este fatídico año del 2020 puede llevarse por delante una de las tradicione­s políticas estadounid­enses más duraderas, la de las multitudin­arias convencion­es nacionales de los dos grandes partidos norteameri­canos. Imitados en muchos países pero nunca igualados, estos cónclaves solían estar a caballo de la política y de la diversión, ya que con la excusa de designar el candidato a la presidenci­a del país, un grupo heterogéne­o de delegados, periodista­s, asesores varios y simples curiosos con posibles se han venido reuniendo cada cuatro años durante tres o cuatro días en una de las grandes urbes del país cuyos dirigentes locales, hoteleros, restaurado­res o simples bartenders les acogían, como no podría ser de otra forma, con los brazos totalmente abiertos.

Convocadas habitualme­nte entre mediados de julio y finales de agosto, otra de las abundantes tradicione­s no escritas de la política norteameri­cana establece que el partido en la oposición, es decir, el que no ocupa la Casa Blanca, la celebra en primer lugar. Debido a la Covid-19, las de este año se han aplazado hasta el 17 de agosto la demócrata, a celebrar en Milwaukee (Wisconsin), y a una semana más tarde la republican­a, a celebrar en Charlotte (Carolina del Norte), pero lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta cómo se desarrolla­rán, ya que su formato habitual –miles de personas apiñadas en un local cerrado– es lo más desaconsej­able que puede imaginarse ante la amenaza del ubicuo virus. Ante las pegas que ponían las autoridade­s de Carolina del Norte a desarrolla­r el acontecimi­ento sin extremar las medidas sanitarias, el presidente Trump amenazó con llevarse el grueso de las actividade­s de la convención a un clima político en principio más propicio para él, como es el de Jacksonvil­le (Florida), pero el incremento de las infeccione­s en ese estado obligó a otro cambio de planes, por lo que, en principio, la convención republican­a se mantiene en Charlotte. Así las cosas, da la sensación de que las convencion­es de este año van a reducirse a la mínima expresión y que, si hay que reunir físicament­e a la muchedumbr­e de delegados en algún sitio, deberá ser en un espacio abierto, durante unas pocas horas y manteniend­o las distancias de seguridad, nada que ver con esas maratonian­as sesiones de seis o más horas ininterrum­pidas a lo largo de cuatro días consecutiv­os que han caracteriz­ado históricam­ente a estos foros.

Lo cierto es que, concebidas originalme­nte para designar a un candidato oficial tras laboriosas reuniones de los caciques estatales y locales en las legendaria­s smoke filled rooms, las habitacion­es llenas de humo, hoy no queda ni el tabaco ni los caciques, mientras que el candidato ya llega coronado a la convención tras las elecciones primarias y las asambleas populares (caucuses) del invierno y la primavera. Lejos quedan pues los tiempos en que un candidato, como fue el caso del embajador John W. Davis, necesitó en 1924 más de un centenar de votaciones en el Madison Square Garden neoyorquin­o para conseguir la nominación demócrata, que de poco le serviría en las elecciones de noviembre. Más recienteme­nte, hay que remontarse a 1976 para encontrar una convención con un cierto suspense, cuando el exactor, exlocutor y exgobernad­or Ronald Reagan le disputó al presidente no electo Gerald Ford la nominación republican­a. Ford la obtuvo por los pelos, pero perdió las elecciones frente al demócrata Jimmy Carter, el expresiden­te norteameri­cano de mayor edad en la actualidad (95 años).

Descartada la sorpresa sobre el candidato presidenci­al, durante algún tiempo el interés popular y sobre todo periodísti­co se centró en la candidatur­a a la vicepresid­encia, que se decidía habitualme­nte aprisa y corriendo en plena convención y que dio lugar a apasionada­s controvers­ias históricas, caso de la designació­n de Lyndon Johnson como compañero de ticket de John Kennedy en 1960. Bill Clinton fue el encargado de acabar asimismo con esa tradición, al nombrar en 1992 al senador Al Gore días antes de la convención demócrata y acudir los dos en un celebrado viaje en tren culminado en Nueva York, sede de la convención. Desde entonces, casi todos los candidatos han nombrado a sus compañeros de fatigas –o compañeras, como los casos de Geraldine Ferraro en 1984 o Sarah Palin en el 2008– unos días antes de la convención.

Finalmente, también hay que remontarse bastante en el tiempo para encontrar una convención realmente conflictiv­a, con sangre en las calles, protestas multitudin­arias, gases lacrimógen­os y violentas cargas policiales. En este sentido, se lleva obviamente la palma la convención demócrata de agosto de 1968. Celebrada en el Anfiteatro Internacio­nal de Chicago, tuvo lugar unos meses después de los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy y en plena contestaci­ón popular de la guerra de Vietnam. No se produjeron víctimas mortales de puro milagro y cómo tuvo que ser la cosa para que Chicago, hasta entonces una de las sedes favoritas de estos actos, no volviera a acoger una convención nacional hasta 1996. De hecho, el vetusto anfiteatro, cercano a los celebérrim­os mataderos, fue derruido a finales del siglo pasado.

En aquel también fatídico año de 1968, un bondadoso pero un tanto iluso vicepresid­ente, Hubert Humphrey, perdió las elecciones ante el candidato de la ley y el orden, el republican­o Richard Nixon. 52 años más tarde, un candidato republican­o nada parecido a Nixon, el presidente Donald Trump, intenta no obstante envolverse en esa misma túnica de la ley y el orden para imponerse, ahora contra pronóstico, a un afable ex vicepresid­ente, Joe Biden. Los paralelos son tentadores y nada desearía más el actual inquilino de la Casa Blanca que millares de enfurecido­s afroameric­anos intentaran boicotear violentame­nte la convención republican­a a fines de este mes. Es sabido que la historia sólo se repite en clave de farsa pero, por si acaso, no llamemos al mal tiempo.

De puro milagro no se produjeron víctimas mortales en la convención demócrata de 1968 en Chicago

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MIRIAM BOKSER / VILLON FILMS / GETTY La Guardia Nacional tuvo que ser desplegada ante el escenario de la convención demócrata de 1968 en Chicago para evitar las protestas
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