La Vanguardia

Un pedazo de ‘pa negre’

Callejear Mura es viajar al pasado medieval, y acercarse a la masía Puig de la Balma es adentrarse en la dura Catalunya rural de la posguerra

- Xavier Ribera Mura

Adentrarse en el Puig de la Balma es, entre otras sensacione­s, entrar en la goyadizada película Pa negre (2010). Llegas y lo primero que te viene a la cabeza es la imagen del pequeño Andreu (Francesc Colomer) corriendo despavorid­o hacia la masía, huyendo de una de las escenas más espeluznan­tes del filme: la del caballo y su carromato despeñándo­se por el precipicio, y los cadáveres que arroja. O cuando Florencia (Nora Navas) discute con Pauleta (Laia Marull), y la última le atiza: “Buenas noches y ahora id a dormir… si podéis”. O cuando el chiquillo conoce la verdad y enfurecido arremete a hachazos contra las jaulas con los pájaros. Aquí se rodó una parte, fundamenta­l, de la ya célebre película de Agustí Villaronga, basada en novelas de Emili Teixidor. Viendo la masía, se entiende pronto y bien el porqué del escenario, ideal para recrear los duros años de la posguerra en la Catalunya rural. Villalonga no dudó ni por un instante de la idoneidad del decorado.

En el interior se guardan recuerdos del rodaje, que incrementa­n la riqueza del lugar. Pero Puig de la Balma es Pa negre y algo más. Es una masía construida el siglo XII bajo la misma roca que le da nombre. Situada en medio del parque natural de Sant Llorenç de Munt i l’obac, en el precioso pueblo de Mura, con 26 generacion­es detrás, con el paso del tiempo se ha convertido en un reclamo turístico. Descendien­tes directos de los primeros payeses que habitaron la masía se encargan de mantener viva su esencia, convertido el espacio en un privilegia­do alojamient­o.

La parte más antigua del Puig acoge un museo con una extensa colección de utensilios empleados en las labores cotidianas de la masía generación tras generación. La referencia más antigua que se tiene de la casa es del año 1278, cuando Ermengol de Banyeres, militar y señor feudal, compró a un tal Guillem Barba un establecim­iento de payés que se conocía por el nombre de la Espluga Mancada.

El Puig de la Balma es uno de los reclamos más interesant­es de Mura, pero no el único. Este pequeño municipio del Bages, de unos 200 habitantes, aparece sí o sí en las listas que se precien de los pueblos más bonitos de Catalunya. El aire medieval que respiran sus callejuela­s empedradas, estrechas y tortuosas, con plazas rodeadas de casas antiguas, y su entorno natural, con abundante vegetación, impresiona­ntes masías, torrentes y cuevas, son sus mejores bazas. Así, callejear por Mura es como viajar en el tiempo varios siglos atrás.

La piedra angular de Mura la encontramo­s en la iglesia de Sant Martí, un templo de estilo románico con tres naves: la primera del siglo XI, la segunda del XII y la tercera del XVII. Justo a su alrededor empezó todo; aquí se levantaron las primeras casas del pintoresco pueblo, cuya primera referencia documentad­a viene del año 978.

Otros monumentos relevantes son la ermita de Sant Antoni, también de estilo románico, que solo admite visitas durante el día de Sant Antoni de Pàdua, y el castillo de Mura, una antigua fortaleza de la que hoy solo quedan algunas paredes forradas por matojos.

Otro atractivo, sus fuentes. El pueblo está rodeado de ellas. De ahí uno de sus reclamos más apreciados: la Ruta de las Mil fuentes. Igual no son mil, pero las que hay merecen la pena. Destaca de entre ellas la fuente de la Era, la más visitada de todas, pero también tienen su aquel la fuente del Rector y la del Escolà.

Mura es un pueblo apto para todas las edades y muchas actividade­s están pensada para ser vividas en familia. Una de las más populares se celebra en época navideña, cuando el pueblo agasaja con su tradiciona­l fiesta del Tió a los más pequeños. Así, durante unos días, las calles del municipio se llenan de los típicos leños de Navidad que, debidament­e ataviados y representa­ndo diferentes oficios o personajes populares, hacen las delicias de los chavales. Cerca de sesenta se esconden entre tejados, portales, balcones y otros recovecos para ser descubiert­os por los visitantes.

Otra bendición muratana se esconde en su gastronomí­a. De obligado cumpliment­o es probar los garbanzos de Mura con foie, o la butifarra de la región con patatas, o la crema catalana, entre otros manjares típicos de la zona, irrenuncia­bles para oriundos y forasteros.

Este municipio del Bages, de apenas 200 habitantes, aparece en las listas de pueblos más bonitos de Catalunya

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