La Vanguardia

Notas inactuales, a la manera de Juan de Mairena

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I

Si tenemos en cuenta la reversibil­idad ideal de lo pasado y la plasticida­d de lo futuro, no hay inconvenie­nte en convertir la historia en novela, sin que, por ello, pierda la historia nada esencial, como espejo más o menos limpio de la vida humana. Sólo así podremos sacudir la tiranía de lo anecdótico y de lo circunstan­cial.

Creemos que no hay suficiente­s razones para aceptar la fatalidad de lo pasado.

Reconocemo­s, sin embargo, que los determinis­tas nunca han de concederno­s que lo pasado debió ser de otro modo, ni siquiera que pudo ser de muchos. Porque ellos no admiten libertad para lo futuro, y con doble razón han de negárselo a lo pretérito. Y para no entrar en discusione­s, que nos llevarían más allá de nuestro propósito, nos declaramos al margen de la historia y de la novela, meros hombres de fantasía, como Juan de Mairena, cuando decía, a sus alumnos: “Tenéis unos padres excelentes, a quienes debéis cariño y respeto; pero ¿por qué no inventáis otros más excelentes todavía?”

II

Nada os importe — decía Juan de Mairena — ser inactuales, ni decir lo que vosotros pensáis que debió decirse hace veinte años; porque eso será, acaso, lo que pueda decirse dentro de otros veinte.

Y si aspiráis a la originalid­ad, huid de los novedosos, de los noveleros y de los arbitrista­s de toda laya. De cada diez novedades que pretenden descubrirn­os, nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva.

III

Quien avanza hacia atrás huye hacia adelante. Que las espantadas de los reaccionar­ios no nos cojan despreveni­dos, dijo Juan de Mairena hace ya mucho tiempo.

IV

Una mala lectura de Nietzsche fue causa del imperialis­mo d’annunziano; una mala lectura de D’annunzio; ha hecho posible la Italia de Mussolini, de ese faquín endiosado.

V

Hemos de reconocer que los libros más influyente­s en los Estados totalitari­os no suelen ser los últimos, ni, casi nunca, los mejores. Tal vez por eso, Cervantes embistió contra los libros, de caballería­s, cuando éstos ya no se escribían en el mundo, porque, acaso era entonces cuando producían mayores estragos. El filósofo de la abominable Alemania hitleriana es el Nietzsche malo, borracho de darwinismo, un Nietzsche que ni siquiera es alemán. El último gran filósofo de Alemania, el más escuchado por loe doctos es el casi antípoda de Nietzsche, Martín Heidegger, un metafísico de la humildad. Quienes, como Heidegger, creen en la

Nos declaramos al margen de la historia y de la novela, meros hombres de fantasía, como Juan de Mairena

Aludiendo a la cuestión española, ha dicho Chamberlai­n: “No seré yo quien se queme los dedos en esa hoguera”

profunda dignidad del hombre, no piensan mejorarlo exaltando su animalidad. El hombre heideggeri­ano es el antipolo del germano de Hitler.

VI

Alemania, la Alemania prusianiza­da de nuestros días -y habla Mairena en 1909- tiene el don de crearse muchos más enemigos de los que necesita para guerrear. Mientras aumenta su fuerza en proporción aritmética, crece en proporción geométrica el número y la fuerza de sus adversario­s. En este sentido, es Alemania la gran maestra de la guerra, la creadora de la tensión polémica que hará imposible la paz en el mundo entero. Y el mundo entero decidirá, ingratamen­te, exterminar a su maestra, cuando ésta ya sólo aspire a una decorosa jubilación.

VII

Mientras los hombres —decía Juan de Mairena— no sean capaces de querer la paz, es decir, el imperio de la justicia (la que supone una orientació­n metafísica y un clima moral que todavía no existen y que, acaso, no existan nunca en Occidente), una liga entre naciones para defender la paz a todo trance, es una entidad perfectame­nte hueca y que carece de todo sentido. Es algo peor. Es el equívoco criminal que mantienen los poderosos, armados hasta los dientes, para conservar la injusticia y acelerar la ruina de los inermes o insuficien­temente armados. Cuando alguno de ellos grite: ¡justicia! Se le contestará con un encogimien­to de hombros; y si añade: “pedimos armas para defenderno­s de la iniquidad”, se le dirá cariñosame­nte: paz, hermano. Nuestra misión es asegurar la paz que tú perturbas, reducir la guerra aun mínimum en el mundo. Nosotros no daremos nunca armas a los débiles: procurarem­os que los exterminen cuanto antes.

VIII

Aludiendo a la cuestión española, ha dicho Chamberlai­n: “No seré yo quien se queme los dedos en esa hoguera”. Es una frase perfectame­nte cínica y perversa. Por fortuna Inglaterra, un gran pueblo de varones, no puede hacer suya una frase que está pidiendo a gritos el fuego que abrasó a Sodoma. Porque con ella se quiere dar a entender que Inglaterra no guerreará nunca por la Justicia. Son muchos los ingleses que saben muy bien que eso no es verdad, y que si lo fuera — como indudablem­ente no lo es— convendría a los ingleses que no lo supiera nadie. La frase es inmoral y torpe, verdaderam­ente indigna de un inglés.

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Los despreocup­ados transeúnte­s y la circulació­n en la plaza Catalunya daban una imagen de cierta normalidad a la ciudad
AGUSTÍ CENTELLES Guerra Civil Los despreocup­ados transeúnte­s y la circulació­n en la plaza Catalunya daban una imagen de cierta normalidad a la ciudad

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