La Vanguardia

Coge vacaciones y corre

- Joana Bonet

Ha entrado agosto, el mes en blanco de un año en blanco y negro, y en el mundo enmascaril­lado se extiende un ansia universal de tirar la toalla. Nos hemos quedado sin contexto, con el yo vaciado, y cualquier otra urgencia se empequeñec­e en este postestado de alerta. La vida es una compra y venta sin garantía, ni libro de reclamacio­nes. La maquinaria del mundo se ha ralentizad­o, decidida a funcionar exclusivam­ente a demanda. Posponer. Cancelar. Todo parece relativo cuando el virus cuestiona la voracidad del mercado, además de poner en suspenso todas las estructura­s que cimentan el sistema, desde las aulas a los campos de fútbol, pasando por el turismo, las discotecas, los tan afamados eventos y hasta las celdas.

“No hagas nunca planes, ten proyectos”, me aconsejaba­n de pequeña. “No sabemos nada”, nos decimos. Improvisar­emos hasta que llegue la vacuna, a pesar de que ya nunca seremos los mismos. La pandemia sigue aquí, solo que ahora calza sandalias y se cubre con sombreros panamá. Aquella rutina mainstream, cuando la presencia del otro no era una amenaza sino una necesidad, ha sido reemplazad­a por una sensación apocalípti­ca. Pero en este baño de extrañeza en el que incluso echamos de menos las risotadas alemanas en la costa, pujamos por hacer un paréntesis. Desentende­rnos, enchufar nuestra banda sonora, adormecer al bicho de la incertidum­bre. Me detengo en la tan extendida fórmula “me cojo vacaciones”. Disfruto de la expresivid­ad física del verbo, la de agarrar por la cintura o pillar por los cuernos. Qué bien ilustra la vehemencia de querer cambiar de paisaje, aunque solo sea mental. El invento de Henry Ford –que empezó a darles unos días libres a sus empleados en 1914 para que se largaran a algún paseo marítimo, se sintieran cosmopolit­as y a la vuelta se volcaran en el trabajo con ahínco– sigue funcionand­o, por mucho que entremos en recesión.

Resistir también significa darse un respiro, y que las noticias se lean borrosas. Abandonars­e a unas vacaciones españolas, en las que el escapismo chocará a menudo con las tomas de temperatur­a al entrar en el chiringuit­o. Y así, embozados en la mascarilla, con gafas de sol y gorra, recordarem­os las palabras de Jean de La Bruyère: “Conviene reír sin esperar a ser dichoso, no sea que nos sorprenda la muerte sin haber reído”. La Covid-19 ha reforzado la lección del carpe diem. Con las vacaciones agarradas igual que un solo de Coltrane, te dirás: “¡Que les den a todos durante un puñado de días!”, e ingresarás sin fiebre en el paraíso prometido.

Resistir también significa darse un respiro, y que las noticias se lean borrosas

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