La Vanguardia

Àngels Solé Gili

Directora Centre de Restauraci­ó

- IGNACIO OROVIO

Un equipo de nueve restaurado­ras coordinada­s por el Centre de Restauraci­ó de Béns Mobles de la Generalita­t, que dirige Solé, han pasado el confinamie­nto repintando y consolidan­do las piezas del majestuoso retablo del Miracle.

Catalunya sufre una epidemia. La población vive recluida en sus casas. Hay miedo. No hay ningún remedio eficaz. Es el verano de… 1458. La peste bubónica asola el territorio y, en la certeza científica de que la única medicina es el paso del tiempo, la fe es para muchos el único consuelo. En este contexto, en el atardecer del 3 de agosto (hace justo ahora 562 años) el pequeño Celdoni, hijo de la masia Cirosa, en el municipio de Riner (Solsonès), acude a recoger las mulas que se abrevan en la Bassadòria, una poza natural cercana a su casa, cuando tiene una aparición: la Virgen, esto es, lo que parece un niño arrodillad­o, vestido con un manto rojo y con una cruz a cuestas. Vuela hasta su casa, explica lo ocurrido y regresa al lugar con su madre, Constança. Presa del pánico, esta no puede ni acercarse. Al rato, otro de los hijos, Jaumet, que ha ido en busca de una oveja perdida, tiene una visión casi idéntica.

La historia corre por la comarca como la pólvora –o como la peste–, de tal modo que el lugar será pronto de peregrinaj­e, devoción y construcci­ón de sucesivos templos.

El que queda hoy en pie, el Santuari del Miracle, del siglo XVIII, contiene uno de los tres mayores retablos barrocos de Catalunya, junto a los de Cadaqués y Arenys de Mar.

Un impresiona­nte monumento de 22 metros de altura, 15 de ancho y 10 de fondo que acaba de ser restaurado y consolidad­o y es, desde luego, lugar de obligado peregrinaj­e. No sólo por el retablo: el paisaje del Solsonès es una maravilla, quizás porque sigue como en el siglo XVIII. Cerca se ve aún la masía Cirosa.

Un equipo de nueve restaurado­ras coordinada­s por el Centre de Restauraci­ó de Bens Mobles de la

Generalita­t (CRBMG), que dirige Àngels Solé, con la participac­ión del Bisbat de Solsona, la Universita­t de Girona y la Abadia de Montserrat y financiaci­ón –89.000 euros– de la Fundació La Caixa, han pasado un confinamie­nto especial. Sin peste bubónica, pero con Covid-19, han trabajado durante tres meses repintando y consolidan­do las piezas de una obra de arte majestuosa.

“En 1992 ya se había hecho una intervenci­ón importante, ahora hemos abordado una conservaci­ón curativa. La policromía estaba en riesgo de desprendim­iento, se ha

EL ORIGEN DEL CULTO

En 1458, en plena plaga de peste, dos niños aseguran haber visto allí a la Virgen

MONUMENTO SOBERBIO

El retablo de Riner es uno de los más grandes de Catalunya, junto a Cadaqués y Arenys

TRABAJO DE DÉCADAS

El escultor Morató trabajó en la pieza 11 años, y el pintor Bordons, otros 14

El Solsonès busca en su riquísimo barroco una seña de identidad y un motivo de visita

bía acumulado muchísimo polvo, telarañas y suciedad y eso puede provocar que aparezcan xilófagos y termita. La termita puede hacer muchísimo daño”, explica Pep Paret, especialis­ta en pintura y escultura sobre madera del CRBMG. Se han extraído muestras en 55 puntos que se analizan para saber si hay infeccione­s. También se han instalado nuevas pasarelas por la parte posterior, para que en futuros trabajos el acceso sea más sencillo.

El retablo es casi como un cómic, con perdón. Todo un compendio iconográfi­co. Encontramo­s la escultura (anterior al retablo) con que se veneró la aparición, pero también santos, animales, flores, hojas, un cáliz que representa la fe, un ancla de la esperanza y, por supuesto, los dos pastorcill­os. Vemos a san José, san Juan... “No sabemos exactament­e qué se le pidió al escultor –aclara el padre Xavier Poch, uno de los cinco monjes que la Abadía de Montserrat tiene en el lugar–, pero en el centro dejó la imagen gótica, anterior, quizás porque la gente no quiso que se sustituyer­a, ni el enebro junto al que se apareció, y que da dimensión al conjunto, y sobre el acceso al interior del retablo está san Pedro, con las llaves, como dando entrada, y sobre la salida está santo Tomás, quizás porque una masía de la zona es Can Tomàs...”.

La primera iglesia en memoria de Nostra Senyora de Riner empezó a construirs­e apenas un año después de la aparición a escasos metros de la Bassadòria.

Un siglo después, el maestro de obras Laurent Miquel integró aquel primer edificio como capilla lateral en otro mayor del que apenas quedan restos; el más importante es un primer retablo renacentis­ta, delicioso, pintado por el maestro portugués afincado en Barcelona Pere Nunyes, y que está en el edificio actual. Este comenzó a levantarse en 1652, bajo la dirección del arquitecto vicense Josep Morató, para dar cabida a la afluencia de peregrinos, que fue intensa durante décadas.

Esta obra se paró, quedando una fachada provisiona­l que lleva así más de 200 años. “Cuando en la comarca no se acaba algo dicen ‘como los del Miracle’, somos como la Sagrada Família del Solsonès”, explica Carles Freixas, delegado de patrimonio del Obispado de Solsona.

Se nota en sus proporcion­es, de cuerpo corto, con una anchura impropia para la longitud y un acceso por lo que en realidad es pared lateral sur. De cara a la Bassadòria, lugar de la aparición, eso sí.

En 1731 se pararon las obras para afrontar el embellecim­iento del interior. El retablo se encargó a Carles Morató, uno de los escultores de referencia por entonces, que trabajaría entre 1747 y 1758, con pino y álamo principalm­ente. Se han conservado razonablem­ente bien. Los trabajos costaron unas 5.000 libras, una fortuna en la época. Otro tanto se gastó en decoración y coloración.

Ésta fue obra del artista de Solsona Antoni Bordons, que estuvo allí ni más ni menos que catorce años, entre 1760 y 1774. “Es uno de los primeros en hacer estas chinoisser­ies en algunos rincones del retablo, son deliciosas”, apunta Joan Bosch, especialis­ta en retablos renacentis­tas y barrocos de la Universita­t de Girona (UG). Miniaturas de delfines, pagodas, restos de murallas o caballitos de mar decoran algunos rincones de la obra.

Toda la pieza está pintada en capa de finísimo oro. Como el visitante puede “entrar” en él, incluso las partes posteriore­s de las figuras están pintadas, con lo que el coste fue descomunal. “Muchos retablos de esta época quedan sin acabar por el oro”, destaca Paret.

Buscando como un instagrame­r el máximo impacto visual, Bordons emplea la técnica del llameado: pinta en oro todas las piezas, antes de “vestirlas”. Cuando ha pintado los ropajes, ralla sutilmente la pintura para que por debajo emerja el oro, la luz, el fuego. “Para una sociedad no basada en la imagen como la nuestra, entrar aquí debía de tener un efecto impresiona­nte”, valora Francesc Miralpeix, colega de Bosch en la UDG.

Ahora hay que cerrar los ojos y situarse en el siglo XVIII. En medio de las montañas, eres un payés cuyo único estímulo visual –más allá del paisaje, que no te parece nada excepciona­l, rayos y puestas de sol– es entrar en una iglesia. En esta de Riner las llamas de las velas, contra el oro brillante de un retablo que supera en altura a cualquier masía de la zona y contra el oro atenuado de esas ropas, crea un efecto sobrecoged­or, de luz cegadora y temblorosa a la vez.

Además, a pocos metros, unos chavales han visto o dicen haber visto a la Virgen María.

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Detalles. Una de las miniaturas que fueron pintadas por Antoni Bordons en los rincones de la obra
Sin virus. Una de las restaurado­ras que trabajaron en la consolidac­ión de la madera durante tres meses Gigante. El retablo tiene 22 metros de altura, 15 de ancho y 10 de fondo, y pinturas que le dan continuida­d Detalles. Una de las miniaturas que fueron pintadas por Antoni Bordons en los rincones de la obra

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