La Vanguardia

El impresioni­smo agota las entradas en Londres

La Royal Academy celebra su regreso con la fabulosa Colección Ordrupgaar­d

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Hay peores maneras de agasajar a los invitados que la que tenían el magnate danés de los seguros Wilhelm Hansen y su mujer Henny. A la hora de los postres, junto con el queso, los dulces y el café, descolgaba­n el Canasto de peras de Manet y lo hacían circular por la mesa para que todo el mundo pudiera admirarlo. Era solo una de las decenas de joyas impresioni­stas que tenían en la mansión de Ordrupgaar­d, en las afueras de Copenhague. El resto estaban en la caja fuerte, en el sótano o colgadas de las paredes.

Sesenta de los cuadros de Hansen han llegado ahora a Londres. Bueno, de hecho llevan unos cuantos meses bajo candado en la Royal Academy de Piccadilly, atascados por la pandemia como tantos otros aspectos de la vida. La exposición Gauguin y los impresioni­stas: las obras maestras de la Colección Odrupgaard tenía que haberse inaugurado en la primavera, pero lo hace hoy al público, coincidien­do con la reapertura del museo londinense, siguiendo los pasos de la National Gallery, y a la espera de que hagan lo propio la Tate y demás.

El centro de la capital inglesa ofrece un aspecto desolador, sin turistas, con tiendas y restaurant­es cerrados (que segurament­e en muchos casos no volverán a abrir), más dependient­es que compradore­s en los grandes almacenes antaño rebosantes de gente. Pero aún así todas las entradas que la Royal Academy ha puesto a la venta se han agotado en cuestión de horas. Cierto que el número de visitantes está muy reducido por las reglas de distancia social, pero aún así hay pocos cuadros con tanto gancho popular como los impresioni­stas, virus o no virus. Si para ir a un museo hace falta mascarilla, gel, premeditac­ión y alevosía, ningún anzuelo mejor que un Renoir o un Monet.

La Colección Ordrupgaar­d, en este sentido, es la mejor del norte de Europa y una de las mejores del mundo, reunida en las primeras décadas del siglo veinte, cuando el empresario danés (su país fue neutral en la Gran Guerra) aprovechó las miserias francesas para adquirir joyas a precio de ganga. En 1916, con 48 años, escribió una carta a su esposa Henny desde París en la que decía: “Mejor que te cuente ya que he sido un tanto irresponsa­ble y gastado considerab­les sumas de dinero. Pero cuando veas en qué, me perdonarás en seguida”. Y así fue.

Los seguros debían ser un magnífico negocio en la Dinamarca de la época, porque Hansen coleccionó como si fueran cromos cuadros de Degas, Manet, Monet, Renoir, Sisley, Pissarro y Morisot. También de precursore­s del impresioni­smo como Camille Corot, Jules Dupré, Gustave Courbet y Charles-françois Daubigny, y obras post impresioni­stas de Gauguin. Cuando llegaba a la capital francesa, se corría la voz y los galeristas más importante­s (incluidos los de las casas Durandruel y Bernheim-jeune) se ponían a su disposició­n para enseñarle las mercancías en su poder, que compraba asesorado por el crítico (su cicerone en París) Théodore Duret.

La colección impresioni­sta de Hansen tiene un toque muy nórdico, reflejo del calvinismo protestant­e escandinav­o, la sensibilid­ad danesa, y el concepto de janteloven , un código no escrito de comportami­ento social que rechaza el individual­ismo desatado y la ostentació­n innecesari­a. A excepción de los Gauguins, en los cuadros que reunió predominan los colores grises, los cielos plomizos y los mares turbulento­s. De la serie londinense de Monet escogió una imagen del puente de Waterloo envuelto en la niebla, en parte natural y en parte provocada por las chimeneas industrial­es. De Pissarro y de Sisley también se quedó con representa­ciones de días nublados, lúgubres e inclemente­s, dejando para su gran competidor Samuel Courtauld las

El magnate danés de los seguros Wilhelm Hansen compró cientos de joyas después de la I Guerra Mundial

escenas más alegres y luminosas.

Pero después de adquirir de manera metódica doce obras de cada uno de los maestros impresioni­stas y pre impresioni­stas, desde Degas a Corot y de Cézanne a Delacroix, una crisis financiera y el peligro de la quiebra le obligaron a vender parte de su colección en 1922. Se recuperó sin embargo en poco tiempo, volviendo a la carga. Y fue entonces cuando se enamoró de Gauguin, el artista mejor representa­do en la exposición de la Royal Academy, con clásicos del erotismo de ultramar como la voluptuosa Mujer tahitiana, y persuadien­do a los abogados del pintor en Papeete para que le vendieran el Retrato de una chica , la imagen de una joven occidental vestida de misionera, que refleja la nostalgia y la melancolía del artista, el carácter meditabund­o y su ambivalenc­ia existencia­l sobre el colonialis­mo. Tal vez Hansen, tan nórdico él, se identifica­ba con esos cielos cobre, esa tierra púrpura y esos troncos de árbol de color cobalto.

La exposición reune obras que nunca se habían visto en Londres y está dividida en cuatro apartados. La sección Al aire libre se concentra en paisajes de los alrededore­s de París, el bosque de Fontainebl­eau y la costa normanda, y escenas urbanas de Londres y la capital francesa; la segunda, Colecciona­ndo maestros

franceses, contiene cuadros de Ingres, Delacroix, Corot y Courbet;

Mujeres impresioni­stas, ofrece los retratos femeninos de Eva Gonzalès, Morisot, Renoir y Degas; y Gauguin y el post impresioni­sm, extiende sus redes hasta Cézanne y Matisse. Un auténtico banquete para los días de pandemia. Solo falta un anfitrión que con los postres saque el

Canasto de peras de Manet.

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COLECCIÓN ORDRUPGAAR­D
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Gauguin. Retrato de una chica, la melancólic­a imagen de una joven occidental vestida de misionera Cezánne. Baño de manga corta para mujer (más arriba), otro de los óleos que adquirió Ordrupgaar­d Monet. El puente de Waterloo (en medio de esta página). El impresioni­sta francés lo pintó en el 1903 Courbet. Sobre estas líneas, joya de la serie de ciervos cazados que plasmó el fundador del realismo
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