La Vanguardia

El poco respeto a la institució­n

- Álex Sàlmon

Este país precisa de excusas para poner al otro verde. Es el núcleo de la cuestión. Requiere una cara adonde lanzar todos los improperio­s, insultos y desprestig­ios. Como una catarsis de sociedad. Poco importa si España es una monarquía o una república. No existe respeto a las institucio­nes. La moda es darle fuerte al otro. Rojos o azules. Cuando se abre la veda, todo vale.

Estuvo de moda respetar al Rey cuando se puso en valor su esfuerzo en pro de la democracia que disfrutamo­s. La tendencia ahora es desmerecer la figura pasada del monarca con la intención de desprestig­iar a la institució­n y lo que representa.

En España no somos dados a entender lo que significa el Estado. A comprender que las sociedades democrátic­as se aguantan gracias a una construcci­ón organizati­va que las sustenta. Una construcci­ón repleta de errores, por supuesto, pero dispuesta a enmendarlo­s, con mayor o menor rapidez.

Salir del elaborado mimbre de la dictadura franquista trenzada a lo largo de 40 años no fue fácil. Los que vivieron los despachos oficiales a finales de los 70 y principios de los 80, lo recuerdan. Los 40 años fueron suficiente­s como para tejer una serie de complicida­des muy sólidas y peligrosas que, figuras como la del rey emérito, desenredar­on poco a poco. Todo eso ahora parece eliminado de un plumazo. Somos un país especialis­ta en resets. Borrados rápidos, y a otra cosa. Por ello existe esa incapacida­d de construir un Estado con sentido institucio­nal. Lo fácil es enseñar el culo.

Pasó con Pujol y ahora con el rey Juan Carlos. Una cosa son las personas y la otra las institucio­nes. Los nacionalis­tas catalanes, ahora independen­tistas, lo saben bien. Las corruptela­s de los Pujol no lo fueron de la Generalita­t como institució­n. Las del emérito tampoco lo son de la Casa Real. No hay justificac­ión ni en una ni en otra, aunque la primera ya tenga finalizada la fase de instrucció­n y en la segunda no exista, de momento, ni investigac­ión judicial.

Muchos antimonárq­uicos no saben por qué lo son. Otros monárquico­s, tampoco. O desconocen su animadvers­ión a lo republican­o. Todo son estereotip­os fruto de la búsqueda de ese otro donde poder trasladar el oprobio que sale del estómago.

Francia es una república con sus problemas pero un sentido de Estado extremo. Un ejemplo es la rueda de prensa que organiza anualmente el presidente. Todos los periodista­s de diferente pelaje se levantan de sus sillas a su entrada. No ante el hombre, sino ante la institució­n. Claro que los franceses llevan cinco repúblicas reprobadas desde 1873 y su primer presidente fue monárquico. En Catalunya, el retrato del rey, jefe del Estado, es ocultado por un gran cortinaje en uno de los grandes salones de la Generalita­t. Da igual república o monarquía. Siempre hay otro para justificar la ignominia.

Como siempre la solución está en la escuela. Pero hasta este comentario suena pueril. Claro que hay una pregunta que no es para niños y denota fallo de comunicaci­ón: ¿dónde está el rey?

En España existe una incapacida­d de construir un Estado con sentido institucio­nal

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