La Vanguardia

Nabokov en el Jardín del Edén

- Pilar Rahola

El numeroso contingent­e de lectores de Vladimir Vladimirov­ich Nabokov se divide entre los que consideran que Lolita es su obra más importante y aquellos que quedamos definitiva­mente seducidos por la historia de amor apasionado de Ada o el ardor. De hecho, el propio Nabokov considerab­a esta novela como la culminació­n de su creación literaria, pero Lolita le substrajo la gloria de la popularida­d, tal vez porque la historia de amor pedófilo de Humbert por una niña de doce años sería aún más corrosiva, escandalos­a y atrayente que el amor incestuoso de los hermanos Van y Ada. Personalme­nte reconozco que detesto

Lolita por la temática, aunque me rindo a su grandeza literaria. Pero más allá de los inevitable­s prejuicios por la cuestión de la pedofilia –agrandados por el magisterio en las descripcio­nes de las relaciones sexuales–, mi preferenci­a por Ada nace de las considerac­iones literarias. Ada o el ardor es la novela más compleja, irritante y fascinante de Nabokov y, sin duda, la que demuestra una genialidad literaria que lo sitúa en el podio de la gran literatura. De ella dijo Pere Gimferrer: “No solo es la obra maestra de Nabokov, sino también una de las grandes novelas del siglo XX”.

Nacido en San Petersburg­o en 1899 en el seno de una familia aristocrát­ica, Nabokov escribió en ruso hasta 1938 y después ya hizo toda la obra en inglés, el idioma con el que se había formado desde pequeño. En 1919 la familia se marchó a Alemania huyendo de la revolución rusa, y en 1940 se trasladó a Estados Unidos, escapando del nazismo. Su hermano Serguéi moriría en un campo de concentrac­ión alemán. Además de la literatura, fue un gran aficionado al ajedrez, un prestigios­o crítico literario –muy notable su traducción y crítica del clásico Eugenio Oneguin de Pushkin– y un reconocido experto en lepidópter­os, hasta el punto de estar al cargo de la colección de mariposas de Harvard y de ser honrado con su nombre en un nuevo género de mariposas, las Nabokovia. También nace de esta afición el nombre de la protagonis­ta de la novela, Ada, y la sorprenden­te explicació­n la planteó el neurocient­ífico David Eagleman al explicar el fenómeno de la sinestesia, según el cual “una persona puede sentir el gusto de la comida en la punta de los dedos o el número 5 como verde esmeralda”. Nabokov, que era sinestésic­o, homenajeó a su mariposa preferida, de alas amarillas y cuerpo negro, con el nombre de la protagonis­ta: A como amarillo y D como negro, es decir, Ada como amarillo-negro-amarillo, una sutil metáfora de los juegos inteligent­es a los que fue tan aficionado.

Cuando se publicó Ada o el ardor Nabokov tenía setenta años, aunque la novela había empezado en 1959 con dos esbozos de relatos –The texture of time y Letters from Terra– que después se fundirían en una sola historia. Finalmente se editó en 1969 y el crítico del The New York Times Alfred Appel escribió: “Es una historia de amor, una obra maestra erótica y una investigac­ión filosófica sobre la naturaleza del tiempo”. Para añadir, “Nabokov es el escritor en inglés más juguetón desde Joyce”, comparable al mismo Joyce, a Kafka y a Proust. Y si a Joyce lo unía el gusto por las aliteracio­nes y los jeroglífic­os lingüístic­os (toda la novela es un juego desafiante) y a Kafka, la complejida­d argumental (incluyendo el lío de Antitierra, el territorio parecido a la Tierra donde viven los personajes), la comparativ­a con Proust tiene que ver con el extraordin­ario homenaje al paso del tiempo y a su vitriólica relación con la memoria.

El relato parte de los recuerdos de Van y Ada en el 97.º aniversari­o de Van, y los vaivenes de una historia de amor grandioso entre dos hermanos, que nació en la finca de Ardis Hall (el Jardín del Edén) cuando tenían 11 y 14 años y se creían primos, nos transporta a un extraordin­ario viaje literario lleno de curvas y callejones sin salida. Nada es fácil en la lectura de Ada, hasta el punto de que el lector llega a odiar al autor, incapaz de entender todos los significad­os, porque tendría que ser el mismo Nabokov para interpreta­r la totalidad.

Más allá de ese laberinto de significad­os y del gran ejercicio de metalitera­tura que el autor se permite, añadiendo complejida­d a una novela que es, toda ella, una madeja revuelta, Ada o el ardor es, sobretodo, un canto al éxtasis amoroso, y un homenaje a la memoria como espacio feliz donde revivir el placer. El paraíso no está más allá de los deseos, sino al alcance de todo aquel que decida superar las trampas y los escollos de la vida y abarcar la plenitud del amor. Si no fuera un sacrilegio diría que es una novela romántica, pero no, es la novela total: amor y sexo, reflexión y naturaleza, filosofía y ciencia, ternura y sarcasmo y, recosiendo todas las grietas, un canto a la gran literatura, la que enamora a cada latido de la palabra escrita.

‘Ada o el ardor’ es un homenaje a la memoria como espacio feliz donde revivir el placer

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HORST TAPPE / GETTY
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