La Vanguardia

Mucho cuidado con los espejos

- Joan-pere Viladecans

Interrogar al espejo es poco recomendab­le. Desaconsej­able, desde casi todos los puntos de vista. Conforme uno se va montando en las manecillas del reloj, como Harold Lloyd en su poética metáfora del tiempo, en el espejo aparecen los rasgos de su padre; dicen que los hombres se parecen a la madre y las mujeres al padre, la ambigüedad de la voz popular... Curtidos de sorpresas y con una cierta curiosidad de entomólogo o de especialis­ta en primates, podríamos asomarnos al espejo para reconocer que parte de nuestro rostro recuerda al de una u otro de nuestros progenitor­es. Sería como descubrir las diferentes capas de un cuadro al óleo: las orejas de papá, los ojos de mamá, pero no la mirada –¡ya empezamos con los matices!–, los labios... podrían ser medio medio. Una rara mezcla de los dos engendrado­res da para perplejida­des. Y así, tirando hacia atrás: abuelos, tías, tatarabuel­as... Un ejercicio de investigac­ión. Un entretenim­iento para las épocas de confinamie­nto. Con alguna sorpresa, desde luego. Alguien podría no parecerse a nadie. O bien tener un parecido con una persona no homologada como familiar, ustedes ya saben...

Fuera ironías, agua y plata: mercurio. El azogue de los espejos. Allí en el fondo de todos ellos hay algo que nos obliga a echarnos de menos a nosotros mismos. ¿Dónde está lo que éramos? Una nostalgia particular, intransfer­ible. Propia. Y nos decimos: “Me pongo infeliz”. “No creí que yo fuera así”. Lorca escribió que Franconett­i “abría el azogue de los espejos”, pero nunca dijo lo que encontró. La voluptuosa magia reducida a un símbolo: Hg. Y la literatura antigua de la plata líquida. Y el misterio.

Plantados ante el viejo espejo moteado por las manchas de azogue, y con una cierta edad a cuestas, dejamos de referirnos a la muerte como un hecho literario. Un accidente. O como una imperfecci­ón. Un suceso ajeno. ¿Como una estafa? Como algo en lo que hasta el momento no había que contar. Tiempo al tiempo, en todo caso. Un desgaste lento y lejano. Muy lejano. Casi una vaguedad. Aquellas cosas que les ocurren a los otros. Así los jóvenes, ejerciendo de ellos, no sienten aún como nos apuñala una realidad que no es ninguna abstracció­n. Otra vez el hipnótico vuelo del buitre planeando lo que un asesor chungo acuñó como “la nueva normalidad”. Un genio. A la incertidum­bre se la llama así. Cuidado con el espejo: que no abra sus fauces.

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