La Vanguardia

Un jardín japonés en los Ports

Un pequeño bosque de pinos corona una montaña salvaje y delicada a la vez en un destino muy discreto que nos descubre el geógrafo Rafael López-monné

- Rosa M. Bosch Paüls

Sin echarle demasiada imaginació­n quien corona la Punta de l’aigua puede fantasear con la idea de que se encuentra en tierras lejanas, disfrutand­o de un paisaje zen. El hecho de que durante el camino no nos hayamos cruzado con nadie alimenta esta sensación, mucho más gratifican­te en unos tiempos en que poder guardar sobradamen­te las distancias es un lujo. “Para mí es como un jardín japonés, esta montaña combina rudeza y dulzura. Una cumbre es normalment­e el reino de la roca, de la piedra, pero aquí también surge la vegetación”, comenta Rafael Lópezmonné, geógrafo, fotógrafo y experto en senderismo que ha ejercido de guía en el capítulo dedicado a la Punta de l’aigua, una de las joyas de la corona del Parc Natural dels Ports.

Este espacio protegido se extiende por tres comarcas, el Baix Ebre, el Montsià y la Terra Alta, en la parte de Catalunya, y se prolonga por Teruel y Castellón. Els Ports depara un paisaje indómito, de relieves escarpados y solitarios, una naturaleza reservada que invita a la introspecc­ión. Aquí no ha llegado el turismo de masas.

El punto elegido para iniciar la ruta es Paüls ( Baix Ebre) por una pista que se toma a la derecha tras dejar el cementerio de la localidad. Pronto nos adentramos en un horizonte de olivos y márgenes de piedra seca, parajes que evocan en cierta manera la Serra de la Tramuntana de Mallorca. Pero en el sur de Catalunya duele ver como muchas tierras languidece­n, relegando al ostracismo árboles y bancales con mucha historia. “Si estos campos ya no se cultivan es que algo hemos hecho mal; con un aceite tan bueno este producto debería estar vendiéndos­e por todo el mundo”, exclama López-monné, quien a sus múltiples facetas añade la de activista en defensa del territorio rural, ese gran espacio olvidado que más ahora, en tiempos de confinamie­nto e incertidum­bre, debe ser reivindica­do.

El ascenso nos llevará hasta el Coll de la Gilaberta y desde allí a la cumbre, de amplias dimensione­s y con un puñado de pinos, algo así como un edén japonés, a juicio de nuestro interlocut­or. De hecho, para los nipones un jardín es el arte de asentar las rocas, según el escrito más antiguo sobre el tema, el Sakuteiki, del siglo XI.

Jugando con esta idea, desde lo alto de la Punta de l’aigua se otean las Roques d’en Benet, uno de los destinos más emblemátic­os de los Ports que ya descubrió un Picasso adolescent­e en su primera estancia en Horta de Sant Joan, entre verano de 1898 y febrero de 1899, invitado por su amigo y compañero Manuel Pallarès. El célebre pintor pasó un mes entero en las montañas, de día pintando y de noche al abrigo de una cueva, refugio natural de pastores. En esa época, agricultor­es y ganaderos vivían en masías en el interior del macizo; ahora ya no queda nadie.

Dos hermanos de avanzada edad fueron hasta principios de este siglo los moradores de la última casa habitada en la vertiente catalana de los Ports, el mas de la Franqueta, en Horta de Sant Joan. Sin agua corriente ni electricid­ad, y con muchísima soledad, permanecie­ron toda una vida cuidando su rebaño fusionados con los ritmos de la naturaleza.

Volviendo a la Punta de l’aigua, poco antes de las 10 de la mañana del 30 de junio alcanzamos sus 1.091 metros. A esa hora las nubes

Las nubes difuminan las estéticas Rocas d’en Benet, un enclave muy solicitado por los amantes de la escalada

tontean y difuminan los estéticos tres bloques de conglomera­do que conforman las Roques d’en Benet. No sabemos si Picasso trepó por sus paredes pero actualment­e es un enclave muy solicitado por los amantes de la escalada.

La neblina va tomando más protagonis­mo y diluye a ratos las vistas hacia la Mola dels Atans o la Punta dels Raus. Este ambiente propicia aun más el estado meditativo.

Nuestro guía hace notar que entre la vegetación de la cima se esconde un “cocó”, una cavidad para aprovechar el agua, que curiosamen­te está vacía y que sospechamo­s da nombre a este pico.

El descenso por el Coll de l’avenc tras dejar el Vacarissal, donde pacen o pacían las vacas, discurre por el antiguo camino real que sigue uniendo Horta de Sant Joan y Paüls, con un perfecto trazado zigzaguean­te, sin desniveles bruscos, para facilitar el trabajo a los animales de carga, destaca Lopez-monné. Gran conocedor de estas vías de comunicaci­ón ancestrale­s remarca que nunca toma los atajos y pide a quien le acompaña que tampoco lo haga. Explica que ir por las sendas rápidas, más rectas y con más pendiente, neutraliza las originales y las erosiona al propiciar que el agua de lluvia corra con mucha más virulencia.

La ruta regala paisajes muy variados. Los campos agrícolas en la base, los bosques de pinos y la tosquedad y potencia de la roca calcárea más arriba. Ese toque zen.

 ?? ROSA M. BOSCH ?? López-monné, en un extremo de la Punta de l’aigua, en una imagen tomada el pasado 30 de junio
ROSA M. BOSCH López-monné, en un extremo de la Punta de l’aigua, en una imagen tomada el pasado 30 de junio
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