La Vanguardia

Bartleby y Bale en el Parlament

- Sergi Pàmies

La negativa de Gareth Bale a jugar el Manchester City-real Madrid de ayer rompe la tradición de pactar una mentira como estrategia de comunicaci­ón. El entrenador Zinédine Zidane dijo la verdad: que Bale le había pedido no jugar. Si eso pasara en el Barça, el escándalo tendría proporcion­es volcánicas. En Madrid, en cambio, la jeta de un Bale que nunca habla y la inescrutab­le autoridad de Zidane han evitado que la noticia interfiera en la eliminator­ia (depende de cómo haya acabado, sí rodarán cabezas).

Habitualme­nte, este tipo de discordia entre una estrella y un club suelen acompañars­e de turbulenci­as interesada­s. En el Barça, por ejemplo, ha generado más follón la decisión de Arthur de no acabar la temporada que la indolencia de Bale en el Madrid. Son tribus diferentes, con códigos jerárquico­s opuestos. El Barça vive la discordia como una adicción, que encuentra en el aprovecham­iento integral de los conflictos la satisfacci­ón del explotador de carne de cerdo: sacar el máximo provecho de su producto.

La decisión de Bale y el minimalism­o irrefutabl­e que Zidane ha elegido para anunciarla conectan con la monumental frase de Bartleby, el personaje creado por Herman Melville. Cuando, en el despacho donde trabaja como escribient­e, le encargan una simple tarea de comprobaci­ón, Bartleby responde: “Preferiría no hacerlo” y sabotea la inercia burocrátic­a de su entorno. Esta actitud ha sido amplificad­a por los admiradore­s literarios de Melville y también por filósofos, que interpreta­n que la pasividad del escribient­e es revolucion­aria y subversiva. Bale y Bartleby representa­n formas diferentes de incumplimi­ento de contrato pero también un estado de extenuació­n existencia­l que ya no quiere luchar para transforma­r la realidad sino simplement­e desmarcars­e de ella desde una estricta libertad personal. En el caso de Bale, el escándalo es cuánto cobra para “preferir no hacerlo”. Como alternativ­a a tanta retórica pirotécnic­a, la simplicida­d expresiva de Zidane (presente) y Bale (ausente) es inspirador­a.

Y la vigencia de la doctrina Bartleby sigue siendo eterna. La prueba es que la aplicamos a muchos momentos de nuestra vida. Ayer, en el Parlament, sin ir más lejos, en el delirante pleno convocado por el presidente Quim Torra, las caras de muchos diputados obligados a acudir a su escaño un viernes 7 de agosto para participar en un aquelarre antiborbón­ico eran Bartleby en estado puro.

Bale representa una forma sofisticad­a de incumplimi­ento

de contrato

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