La Vanguardia

Cuca Mcguffin

- Màrius Serra

Los veranos de mi infancia, mientras mis padres batallaban con los pies sudados de las clientas que pisaban su zapatería de la plaza Virrei Amat, mi abuela Paula batallaba con mis miedos de niño de piso en el veraneo silvestre de Matadepera. Hasta que no crecí y me emancipé pedaleando una bici BH, mi abuela me llevaba cada tarde a un bosquecill­o cercano, a merendar fresquitos. Para llegar allí teníamos que atravesar el campo labrado de tierra roja que a finales de los sesenta había justo detrás del edificio del ayuntamien­to donde, décadas después, Pep Guardiola se casaría con Cristina Serra en una ceremonia exprés, casi de incógnito. Un día, justo al final del camino que llevaba al bosquecill­o, me picó una abeja. Mi abuela reaccionó con decisión. Me dijo que me sacase la “cuca” y mease sobre aquella tierra arcillosa. Luego, recogió un puñado de esa tierra humedecida por mi orina con un pañuelo y me lo chafó en el brazo, justo encima de la picada, como un parche, mientras me decía que me quedase quieto un ratito. Yo la obedecí asustado. Me quedé inmóvil, con la “cuca” fuera, sin atreverme a mover ni una pestaña, hasta nueva orden. Desde entonces, cada vez que me presentan a alguna chica que se llama Cuca pienso en los remedios caseros contra las picadas de abeja. Ahora, por fortuna, tengo un referente mucho mejor que los libros de Txumari Alfaro, porque Julià Guillamon ha publicado Les cuques (Anagrama), un libro de memorias inclasific­able que se articula en los tres últimos veranos, tres veranos durante los que Guillamon no ha podido ir a pisar el bosque como solía.

Sale un bicho en cada capítulo, una “cuca”, con su nombre científico y algunas de sus caracterís­ticas descritas con rigor de entomólogo, hasta el punto que el libro contiene un desplegabl­e central a todo color con unas preciosas ilustracio­nes del centenar de mariposas, hormigas, escarabajo­s, abejorros, piojos, moscas, gusanos, cucarachas, zapateros y otros bichejos que pueblan el texto. Todos estos bichos son un pretexto para ejercitar la memoria y hablar de la vida, sobre todo después del ictus que sufrió su pareja, Cris, ya abordado en Travessar la riera (Comanegra, 2018). El interés por los bichos es tan genuino como el que muestra en sus columnas semanales sobre plantas, bosques y excursione­s, a menudo relacionad­as con el papel impreso y la lectura. En una de las muchas escenas de Arbúcies, su hijo Pau de siete años carretea el volumen 10 de la Història natural dels Països Catalans (Artròpodes I) y por el capítulo desfilan otros manuales similares que acompañan su infancia feliz. Una frase describe la aproximaci­ón de Guillamon al conocimien­to: “Desde que nos sabíamos el nombre, veíamos más mariposas”. Les cuques desprende amor y va a fondo en todo lo que aborda. Vida y obra son inseparabl­es en alguien que no entiende la lectura sin la experienci­a y viceversa.

Estos bichejos son un pretexto para ejercitar la memoria y hablar de la vida a fondo, como todo lo que aborda Guillamon

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