La Vanguardia

Cultura con ADN Barcelona

- Miquel Molina

Bataclan es más que una sala de conciertos. Lo era antes del atentado del 2015 por una serie de grabacione­s míticas y desde entonces lo es aún más. Uno de los lemas que se coreaba en la plaza de la République a los pocos días de la matanza era “Volveremos a Bataclan”, como así fue, un año después con un concierto de Sting. La sala es, por lo tanto, un símbolo de la resistenci­a de los parisinos a ver alterada su forma de vida por culpa de la intoleranc­ia. Por eso tiene sentido que el Ayuntamien­to estudie ahora la opción de adquirirlo, en el caso de que se vea obligado a cerrar por la pandemia.

El Consistori­o intenta comprar ya la sala Bateau Lavoir Moderne, un lavadero que aparece en La taberna de Zola y que después fue teatro. Esta compra forma parte de una operación de rescate de aquellos equipamien­tos cuya desaparici­ón dañaría gravemente el discurso cultural de la ciudad. Una operación que emplaza a otras ciudades del mundo a hacerse la misma pregunta: ¿Qué estamos dispuestos a hacer para evitar que la Covid-19 acabe de sepultar los escasos testigos de la identidad local que habían sobrevivid­o a la gentrifica­ción y desnatural­ización de los centros históricos?

Barcelona ya ha ensayado políticas como esta en el pasado. En el 2011, en plena crisis económica, el Ayuntamien­to de Jordi Hereu adquirió el Teatre Arnau para salvarlo de la piqueta. Años después fueron los socialista­s de Jaume Collboni quienes cerraron la adquisició­n del Teatre Tantaranta­na, con el mismo propósito. Incluso negociaron una operación que trataba de asegurar la continuida­d del precario Molino.

En estos meses de pandemia, ambos socios de gobierno (Bcomú y

PSC) han actuado sin complejos a la hora de inyectar dinero público en la cultura, como se ha visto en el Grec y en el lanzamient­o del bono de consumo cultural. Y, de hecho, se ha hablado internamen­te de la convenienc­ia o no de rescatar equipamien­tos.

En las últimas semanas ha habido reuniones entre representa­ntes municipale­s y los responsabl­es del Taller de Músics, una escuela que tiene una importanci­a estratégic­a para el ecosistema musical barcelonés (de aquí salió, entre otros, Rosalía) y para la buena salud de Ciutat Vella. Son conversaci­ones que estarían bien encarrilad­as y que tendrían como objetivo que las institucio­nes asuman un papel en la gestión del Taller y que garanticen así su continuida­d. En adelante podría sumarse la Diputación.

La apuesta parisina tiene riesgos y requiere de una inversión muy difícil

Una ciudad que presume de su vocación cultural tiene que intentar salvar aquellos símbolos que sustentan este discurso

de abordar en momentos de tanta emergencia social. Siempre será polémica, además, la decisión de rescatar una sala y no otra.

Pero aprovechar la pandemia para reconducir unas ciudades que se nos habían ido de las manos por culpa del turismo masivo y la especulaci­ón significa precisamen­te esto: descifrar el ADN de la ciudad y, si se concluye que este tiene un marcado sesgo cultural, garantizar que perviven aquellos rasgos que lo sustentan. Ni siquiera los ultraliber­ales más recalcitra­ntes ponen en duda estos días que el dinero público tiene que servir para salvar lo que valga la pena preservar de nuestro mundo de ayer.

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Su desaparici­ón dañaría el discurso cultural de la ciudad
WIKIPEDIA Bateau Lavoir Moderne. El Consistori­o parisino intenta ya comprar esta sala, un lavadero que aparece en La taberna de Zola y que después fue teatro. Su desaparici­ón dañaría el discurso cultural de la ciudad
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