La Vanguardia

¿Quién fue el primero en definirse como ‘ciudadano del mundo’?

- JUSTO BARRANCO

Un día que estaba tumbado al sol en Corinto, Alejandro Magno se acercó a él rodeado de su escolta. Sabía muy bien de su explosiva fama –y de su vida en una gran tinaja– y le preguntó si tenía necesidad de algo. “Pídeme lo que quieras”, insistió. Él respondió lacónico: “Que no me hagas sombra”. Al verse desdeñado así, Alejandro sintió tal admiración por el frugal y valiente filósofo que señaló a sus acompañant­es que “verdaderam­ente, si yo no fuera Alejandro, sería él”.

Las anécdotas del filósofo perro y cosmopolit­a son legión. A Platón se la tenía jurada y oyendo una vez que lo elogiaban señaló: “¿Pero qué provecho sacamos de un hombre que después de llevar filosofand­o tantos años todavía no ha disgustado a nadie?”. Otro día, habiendo definido Platón en la Academia al hombre como “animal bípedo sin alas”, él introdujo en la escuela un gallo desplumado y dijo: “He aquí el hombre de Platón”. Aún otro encontrona­zo. Al verle Platón lavar verduras, le dijo: “Si sirvieras a Dionisio [tirano de Siracusa], no lavarías verduras”. Él le espetó: “Y si tú lavaras verduras, no servirías a Dionisio”. Platón le llamaba “el Sócrates loco”.

Un loco que era Diógenes de Sinope (412-323 a.c.), el filósofo cínico famoso por encender una lámpara en pleno día y pasear con ella por el ágora diciendo: “Busco un hombre”. Un contracult­ural nacido en una colonia jónica del mar Negro –actual Turquía– y emigrado a Atenas por haber manipulado la aleación de las monedas que acuñaba su padre después de que el oráculo de Delfos le dijera que para hacerse famoso debía “alterar lo legal”.

Lo alteró en Sinope y lo desafiaría en Atenas, donde fue discípulo de Antístenes y viviría en la calle: en los pórticos o en un tonel. Y donde le llamarían Diógenes el Perro. De hecho, la palabra cínico deriva de perro

(kyon), tanto por el lugar en el que Antístenes dio clases –el Cinosargo, perro blanco– como por el estilo de vida de canes de sus líderes: pobre, en la calle, público hasta en lo íntimo. Y con un humor mordiente: los cínicos fueron los primeros en utilizar la risa para la enseñanza moral, para exponer la verdad. Los herederos subversivo­s de Sócrates querían vivir de acuerdo con la naturaleza frente a los deseos de poder y posesiones. “El placer verdadero consiste en tener el alma en estado de serenidad y alegría. Sin él no son provechosa­s ni las riquezas de Midas”, advirtió el hombre que, cuando fue hecho prisionero por piratas y vendido como esclavo, gritaba: “¿Quién quiere comprarse un amo?”. Lo compró Jeníades, lo liberó y le llevó a enseñar a sus hijos.

Un Diógenes que, preguntado de dónde era, respondió: cosmopolit­a,

ciudadano del mundo. Y que pese a su vida ascética, con su mínimo zurrón con lo imprescind­ible, ha dado nombre a la acumulació­n de objetos del síndrome de Diógenes, quizá por vivir en la calle. Preguntado por qué la gente daba a los mendigos y a los filósofos no, ironizó: “Porque temen convertirs­e algún día en cojos y ciegos, pero nunca en filósofos”.

 ?? LV ?? El filósofo, su tinaja y un can
LV El filósofo, su tinaja y un can

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain