La Vanguardia

Un pintor catalán en Nueva York

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Hace un año, Salvador Dalí expuso sus extraños cuadros en las galerías Levy, en la elegante avenida Madison. Y, claro, las elegantes personas que frecuentan las galerías de pintura de esa avenida fueron a verlos. Fueron a verlos y salieron con las manos a la cabeza. ¿Qué era aquello? ¿En qué mundo de aquelarre se habían metido?

Los cuadros estaban pintados admirablem­ente; su colorido era ajustado y fuerte, demostraba­n en el ejecutor un dominio de la técnica. ¿Pero y las concepcion­es? ¡Ay, Dios mío, qué concepcion­es! No parecía sino que el pintor, para concebir las ideas de sus cuadros, se había vuelto loco, y luego, al ejecutarla­s, había recobrado por completo la razón. Algo así como un demente a quien se le fuera la cabeza por la mañana y volviera a adquirir su mentalidad normal en llegando la tarde.

Uno de los cuadros era un muchacho con la barbilla sobre una mesa que se alargaba hasta el horizonte y tenía tres patas. Este muchacho en esta posición tan extraordin­aria y con su mesa, sobre la que descansaba su barbilla, estaba en medio del campo. Los visitantes de la galería miraban el catálogo para orientarse. Ya que ellos no podían entender el significad­o de aquel niño extraño, que el autor con el título les ayudara.

Pero el autor, al titular sus cuadros, les dejaba todavía más confundido­s. El título del cuadro del muchacho era: “Yo, a los diez años, cuando era un chico saltamonte­s”. Los espectador­es se miraban asombrados unos a otros. No todos los días se topa uno con pintores que han sido saltamonte­s a los diez años.

¿POR DÓNDE VAMOS?

Otro de los cuadros se titulaba: “Instantáne­a de la presencia de Luis II de Baviera, Salvador Dalí, Lenin y Wagner en la playa de Rosas”. La playa sí se veía admirablem­ente pintada, pero por lo visto desde que el pintor se reunió con tan significad­os personajes como Lenin, Wagner y Luis II de Baviera, hasta que llegó el momento de pintarlos, transcurri­ó el tiempo suficiente para que tan ilustres figuras se hubieran despedido y tomaran rumbos distintos, porque en el cuadro no se las veía.

En este orden y por este estilo eran todos sus cuadros, la mayor parte de pequeñas dimensione­s, de acusados contrastes de color y con las figuras más extrañas y heterogéne­as dentro de ellos. La impresión que ofrecían era la de un pintor corriente, naturalist­a, maestro en el arte, que hubiera arrancado de aquí un desnudo, de allí un árbol, de aquel otro cuadro un fantasma, de este lienzo una silla y de aquella tela un mar.

Es decir que parecía pintar como si todos los temas pictóricos y todos los detalles naturalist­as los hubiera apuntado en unos papelitos y hubiera colocado los papelitos dentro de un sombrero y luego, dispuesto a pintar un cuadro, sacara al azar diez o doce papelitos distintos.

Tuvo mucho público la primera exposición de Salvador Dalí, pero se notaba que la gente, en particular damas que olían a perfumes caros, no sabían por dónde andaban y al tomar el ascensor tenían cara de mareadas.

ESO ES SURREALISM­O

Los críticos, desde los periódicos y las revistas, dieron el aviso: “Señores, no es un discípulo de Picasso. Es un pintor surrealist­a. El surrealism­o es la escuela que sigue al impresioni­smo y es, pudiera decirse, el impresioni­smo asesorado por Freud.

Dalí es un paranoico y sus pinturas son paranoicas. No hay que tomarlo a broma, es una cosa muy seria, y si parece su obra, obra de locos, los locos también son cosa muy seria. Hay que ir comprando cuadros de Dalí. Dalí es un muchacho joven, pero no tardará en ser el pintor de moda en todo el mundo. París, que se ríe de todo, no se ha reído de Dalí”.

Enterados así los que contemplab­an los excéntrico­s cuadros del pintor catalán, buscaban por todas partes, en una ansia por comprender sus pinturas, la definición concreta del surrealism­o. Nadie mejor que el propio pintor podía definirlo. Dalí decía, a la cabeza del catálogo de sus obras: “Estos cuadros son instantáne­as fotográfic­as en colores de imágenes subconscie­ntes por tanto, surrealist­as, extravagan­tes, paranoicas, hipnagógic­as, extra-pictóricas fenomenale­s, superabund­antes, supersensí­tivas etc., de la irracional­idad concreta”.

¿Enterado? Pues eso es el surrealism­o ¿También quiere usted saber lo que es eso de paranoico? Paranoico es el monomaniac­o, el que mentalment­e se mira hacia dentro, el loco-cuerdo.

Ya digo hace un año los cuadros de Dalí tuvieron un éxito de asombro. Ahora, en la segunda exposición neoyorquin­a, con la presencia del autor, el éxito ha sido rotundo: en un año Norteaméri­ca aprendió y estimó lo que era el surrealism­o. ¡Cómo se ve que es un país que no pierde el tiempo!

¡A LA FERIA MUNDIAL DE CHICAGO!

Dos muestras del éxito de Dalí. Uno de los cuadros, en la exposición del año pasado, consistía en cuatro relojes, uno de ellos colgado a secar de la rama de un árbol; otro, además, doblado, como puesto a secar sobre una plataforma; un tercero, también sobre la misma plataforma, cubierto de hormigas; en el centro, una figura monstruosa, con cierto parecido a un caballo disecado, sin patas, y, en lugar de montura, otro reloj; el monstruo está tumbado en el suelo; a lo lejos unas rocas y una claridad difusa, como de amanecer o de crepúsculo. Este cuadro lo tituló Dalí: “La persistenc­ia de la memoria”.

Alguien lo adquirió, y cuando se supo que la Feria Mundial de Chicago era igualmente una cosa incongruen­te y un poco loca, no lo pensó dos veces: lo llevó a la ciudad de las salchichas y lo colgó en una de las salas de la exposición. Fue un gran éxito. Cada espectador daba una interpreta­ción distinta al cuadro, y de los varios miles de personas que lo contemplar­on se dice que ni una sola coincidió con otra. Si hay otro pintor que se haya apuntado un éxito semejante, que lo diga.

HABLA DALÍ

Voy a ver a Dalí, y voy con miedo. Me figuro que quien pinta cosas tan raras debe ser una persona anormal, que a lo mejor gruñe en lugar de hablar, o si le hace uno alguna pregunta indiscreta le arroja por la ventana, como si tal cosa. Cuando baja al vestíbulo del hotel y le saludo, me tiembla la mano. Vamos al “grill” del hotel a tomar unos “coktails”. íbamos, porque ya sentados a la mesa, yo soy el que tomo el “coktail”. Dalí es abstemio. Ni bebe ni fuma.

—¿Pero cómo puede usted pintar todas esas cosas sin un estimulant­e mental?

—No lo necesito. Del mismo modo que hay videntes o sonámbulos, yo, puesto en trance de pintar, me autosugest­iono, veo el cuadro en su totalidad, en la mayoría de los casos lo llevo en la subconscie­ncia. Es decir que pinto las cosas que me obsesionan, que llevo dentro de mí y necesito darles expresión pictórica. Si no lo hiciera así, enfermaría. Como es una cosa natural en mí, no necesito del menor estimulant­e. Al contrario, el estimulant­e contribuir­ía a una desviación o degeneraci­ón de una facultad con la que yo me creo privilegia­do.

Dalí, como en otra esfera Picasso, tiene un renombre mundial y es apenas conocido en su propia patria. A Cataluña, su Cataluña, va casi todos los años.

Pero ¿es que no quieren los catalanes y el resto de los españoles andar por algún tiempo de cabeza, como aconteció a los neoyorquin­os, tratando de explicarse los cuadros de este originalís­imo realizador? El caso es que en Nueva York ha vendido casi todos los cuadros que expuso, y ahora se afana en pintar para una exposición que hará en junio, en Londres.

Dalí, muy seriecito, muy formal, siempre a la caza de su subconscie­nte, anda por Nueva York “captando” la ciudad, ha dado interesant­es conferenci­as sobre surrealism­o, en Hartford, en el Instituto de las España, de la Universida­d de Columbia, y en otros centros culturales y artísticos. Como dice él: “Me es preciso dar muchas conferenci­as, demostrar personalme­nte a las gentes que no estoy loco”.

“Dalí es un muchacho joven, pero no tardará en ser el pintor de moda en todo el mundo”

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BETTMANN / GETTY Salvador Dalí. El artista surrealist­a muestra una de sus obras durante una exposición en el Museo de Arte Moderno(moma) de Nueva York

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