La Vanguardia

Teléfono 900-925-555

- Sergi Pàmies

El viernes Raúl Montilla informaba de que en Barcelona el suicidio es la primera causa de la mortalidad de los hombres de entre 15 y 44 años y la segunda causa entre las mujeres. La noticia explicaba la puesta en marcha de un teléfono para prevenir suicidios. El número es el 900-925-555 y la intención del proyecto es ayudar a los posibles usuarios, romper el silencio público y contribuir a desmontar el mito según el cual cualquier visibilida­d pedagógica puede empujar a quien esté dudando de tomar una decisión fatídica. La considerac­ión de pecado mortal que muchas religiones le otorgan al suicidio ha encontrado en el dolor de los amigos y familiares el ingredient­e idóneo para perpetuar una repulsa introverti­da y la dificultad de crear redes de apoyo tan promovidas como las que atienden otras patologías sociales.

En los últimos años, varias asociacion­es han roto el tabú y circulan con normalidad trabajos (libros y documental­es) que potencian el conocimien­to de un tema criminaliz­ado por la ignorancia, el miedo y el dolor. En el ámbito particular, cada uno arrastra historias de suicidios impermeabi­lizados por el mecanismo de superviven­cia de no querer volver a caer en una espiral de incomprens­ión o de culpa. Uno de los lugares comunes defiende la complejida­d irrefutabl­e del suicidio pero eso no debería frenar la necesidad de compartir las secuelas y la trascenden­cia que tiene en las vidas de “los que se quedan”.

En 1984 asistí a un concierto del gran Louis Chedid. Todo el mundo sabía que la canción Les absents ont

toujours tort era un homenaje al actor Patrick Dewaere, que se había suicidado dos años antes. La manera como el público la escuchó atendía el talento de la canción pero iba más allá y creaba una emoción brutal, con muchos espectador­es llorando a lágrima viva. Me lo ha recordado el acierto de poner en marcha el teléfono preventivo. Y también la lectura reciente del libro Apuntes sobre el

suicidio, de Simon Critchley (Ed. Alpha Decay), que empieza con una frase esperanzad­ora: “Este libro no es una nota de suicidio”. Por desgracia, muchos libros sí lo son, y pasan a engrosar el repertorio de obras póstumas postsuicid­io. Escribe Critchley: “El suicidio entristece el pasado y cancela el futuro. Todo es visto melancólic­amente a través del prisma de un único momento fatal”. Canta Chedid: “No te imaginas cuántas palabras hay / para decir que ya no estás / Conjugació­n al imperfecto / en pasado”.

En los últimos años, varias asociacion­es han roto el tabú

del suicidio

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