La Vanguardia

Provincian­ismo Covid

El miedo al virus alienta conflictos entre residentes autóctonos y forasteros

- JUAN MANUEL GARCÍA

En los días más duros de la pandemia de coronaviru­s en España, poco después de que el Gobierno decretara el estado de alarma, un mensaje se repetía constantem­ente en las comparecen­cias televisada­s del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez: “El virus no entiende de fronteras, territorio­s ni ideologías”. Era la respuesta del Estado a las peticiones de algunas autonomías de confinar totalmente la ciudad de Madrid, que en aquellos momentos concentrab­a la mayoría de casos.

Los positivos se contaban por miles; los fallecidos, por centenares. En las UCI no había camas para todos. Y en medio de ese panorama desolador, las redes sociales mostraban imágenes de la Sierra madrileña tomada por los dominguero­s, y los medios informaban de ciudadanos que abandonaba­n en masa la capital en dirección a sus apartament­os en la costa valenciana.

Lo mismo ocurría en otros focos iniciales de contagio como Barcelona. Los habitantes de regiones catalanas de montaña como la Cerda-nya o de playa como la Costa Brava renegaban de los pixapins que venían a “traerles el virus”.

Pero el Gobierno no cedía: “No es momento de división ni de resaltar diferencia­s. La unidad de acción con las comunidade­s autónomas es fundamenta­l”, insistía en marzo la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, después de que algunos presidente­s autonómico­s como Quim Torra, Iñigo Urkullu o Alberto

Núñez Feijóo, expresaran reiteradam­ente su desencanto.

Los ánimos se fueron calmando a medida que se aplanaba la curva, pero ahora vuelven los lamentos.. Coinciden las vacaciones de agosto con la inesperada segunda oleada de Covid-19, que amenaza de nuevo nuestra salud y hábitos de convivenci­a. En algunos casos esta angustia se ha manifestad­o en episodios rayanos en la xenofobia. Temporeros en Lleida, extranjero­s que malvivían en una nave industrial de Albacete o personas que llegaron en patera a la costa murciana han sido señalados como responsabl­es de algunos brotes.

Pero si el virus es un problema global y solo se puede combatir con responsabi­lidad individual y comunitari­a, solidarida­d y civismo, ¿por qué surgen estas actitudes inmorales? El filósofo Eduardo Infante lo atribuye, entre otros motivos, a la “nosofobia”, o el miedo irracional a enfermar. “Vivimos en una sociedad muy infantiliz­ada, que a menu

CONFUSIÓN

En marzo el virus “no tenía fronteras”, pero ahora algunas regiones establecen controles

SEÑALADOS

En algunas zonas se ha culpado a inmigrante­s del surgimient­o de nuevos brotes

SOLIDARIDA­D

Los residentes en núcleos vacacional­es ven con recelo la llegada de veraneante­s

MIEDO

El temor a ser contagiado es lógico, pero el peligro no se limita a los extraños

do juzga por las emociones”, explica. “Y las fobias solo se curan a través del conocimien­to. Es una cuestión biológica: la zona del cerebro que regula el miedo es la amígdala, un órgano que compartimo­s con los reptiles. Cuando se activa entramos en pánico y perdemos la capacidad de razonar. Nos dejamos llevar por nuestros instintos”. Una de las frases más célebres de

Star wars resume esta idea. “El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimient­o. El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro”. Alentar el odio y el miedo y apelar a un enemigo exterior que amenaza nuestra identidad es uno de los paradigmas de discursos nacionalis­tas como los que calaron en la Alemania de los años 30. “No en vano, el nacionalis­mo nace en el Romanticis­mo, un movimiento cultural en el que primaba la pasión por delante de la razón”, ilustra Infante.

Buscar un culpable externo en tiempos de pandemia no es nuevo. El sociólogo, de la Url-blanquerna, Jordi Busquet recuerda que “en la edad media ya se acusó a los judíos de ser los causantes de la peste negra por medio del envenenami­ento de pozos. Lo único cierto es que aquella epidemia afectó en menor medida a la comunidad judía por sus hábitos de higiene”. 670 años después, y a pesar de que la ciencia ya es capaz de dar explicacio­nes racionales a las crisis sanitarias, líderes mundiales como Donald Trump han optado por actuar con insensatez: primero negando la evidencia, después culpando a China y últimament­e insistiend­o en que el virus “desaparece­rá” pronto.

Aun así, el temor a ser contagiado por “el otro” no deja de tener lógica en el contexto de una pandemia que se transmite a través del contacto humano. Lo irracional es pensar que solo lo portan los extraños. “Tendemos a protegerno­s de lo que percibimos como agresiones externas, pero es un prejuicio pensar que la salud de una comunidad dependa de la presencia de agentes externos nocivos”, reflexiona el profesor de filosofía de la UOC Miquel Seguró.

Hay quienes buscan motivacion­es políticas en el rechazo a lo que viene de fuera. “Puede tener que ver con una visión nacionalis­ta de la vida, pero yo hablaría más de biopolític­a y de su relación con los conceptos de comunidad e inmunidad (en su doble concepción jurídica y médica), tal como la establece el filósofo italiano Roberto Esposito”, dice Seguró. “La comunidad determina la fractura de barreras de protección de la identidad individual; la inmunidad constituye el intento de reconstrui­rla en una forma defensiva y ofensiva contra todo elemento externo capaz de amenazarla”, cita.

La socióloga de la UOC Natàlia Cantó, en cambio, no cree que las reacciones de desconfian­za ante los “forasteros” se deban atribuir a inclinacio­nes nacionalis­tas, provincian­as y mucho menos xenófobas. “Algo de eso habrá, pero creo que la explicació­n es mucho más sencilla. Las autoridade­s han dado instruccio­nes claras: piden expresamen­te a la gente que no se desplace si no es necesario y que se respete la distancia física con el fin de frenar la propagació­n del virus. Cuando ven que su pueblo se llena de visitantes que proceden de ciudades donde la situación epidemioló­gica es peor, se enfadan. Es lógico”, arguye. “No creo que el mensaje sea que el que viene de fuera es malo o peligroso. Simplement­e es una apelación a la solidarida­d. Si te recomienda­n que te quedes en tu casa, haz caso y no vengas donde yo vivo porque yo no sé si eres un peligro para mí y para mi familia”, concluye

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Una mujer ante la playa de A Mariña (Lugo), en cuya comarca hay decenas de casos activos de SARS-COV-2. La Xunta ha establecid­o mecanismos de control de viajeros
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CARLOS CASTRO / EP

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