La abogada que no podía agradar a todos
“I've been searchin’ my soul tonight”, cantaba Vonda Shepard en Ally Mcbeal en verano, cuando estaba en plena adolescencia y estaba latente la emancipación moral respecto de los padres. Muchas horas con amigos para explorar, para hacer las primeras caladas y esconder el paquete de tabaco detrás de una reja de un local comercial abandonado o en un rincón de la habitación. Sin embargo, si sonaba esta sintonía, quería decir que había que dejar de vagar por las calles y la playa de Sant Antoni de Calonge. Era noche de quedarse en casa porque podía estar despertando un embrión de madurez pero también la obsesión por la ficción televisiva.
Ally Mcbeal era una comedia draponsable mática con toques musicales bien alocada, estrenada en Estados Unidos en 1997 y que aquí se convirtió en sinónimo de verano para los que la seguimos en el primetime de Telecinco. Ally (Calista Flockhart) era una abogada que entraba a trabajar en un bufete muy peculiar después de haber denunciado al anterior jefe por acoso sexual. Allí encajaba de maravilla porque a todo el mundo le faltaba un hervor. Quién no recuerda las conversaciones y bailes delante del espejo de los lavabos unisex de la oficina (o la cámara secreta que había detrás de una taza de váter); el fetiche que tenía Richard Fish (Greg Germann) con las papadas (como la de Dyan Cannon, la exmujer de Cary Grant); los inventos absurdos de Elaine (Jane Krakovski), o las alucinaciones de Ally, sobre todo del bebé que bailaba Hooked on a feeling de Blue Swede.
El creador David E. Kelley, resde los guiones de la reciente Big little lies, se había convertido en el Dios de las series legales: en 1999 se llevó el Emmy a la mejor comedia por Ally Mcbeal y al mejor drama por El abogado y, para rematar su nombre en la industria, además formaba una de las parejas más poderosas, casado como está con Michelle Pfeiffer desde hace 27 años. Pero no todo eran alabanzas. Como pasaba con muchas mujeres televisivas, Ally era víctima del deber moral no escrito de ser un referente para las mujeres. Todas. Un día se la reivindicaba por ser una mujer trabajadora y el siguiente se la hundía por vincular su felicidad a las relaciones con los hombres. La actriz protagonista recibía el mismo trato de amor-odio: un día colocaban a Calista Flockhart entre las mujeres más atractivas y el otro discutían si era un mal referente por su delgadez cuando quien realmente sufría trastornos alimenticios era Portia de Rossi, que llegó a pesar 37 kilos haciendo de Nelle. Serie y actrices tenían el deber de ser espléndidas con el fin de no ser criticadas, algo imposible. Y si bien era cierto que la abogada era pesadita con el merluzo de Billy (Gil Bellows), su amor de infancia, no se le tendría que negar a Ally Mcbeal el estatus de serie imaginativa y atrevida.
Que sus cinco temporadas no estén en ninguna plataforma es una de estas ausencias incomprensibles. Sería una buena manera de hacer memoria, de recordar de manera indirecta aquellos veranos donde al día siguiente de mirar la serie me encontraba a los amigos en la playa, esperando no haberme perdido una de esas noches que definen la juventud entre confesiones en el espigón de la Amistat (que tuvieron que reconstruir tras el Gloria). Claro está que también eran importantes aquellas dos o tres horas de episodios consecutivos con mi madre, cuando dejaba de ser un adolescente de malas contestaciones para volver a ser el pequeño, a pesar de tener el paquete de tabaco escondido en el cajón de pelotas de tenis de debajo de la cama.