La Vanguardia

Hoteles literarios

- Jorge Carrión

Cada verano leo un libro de Stefan Zweig, pero este agosto caerán dos: María Antonieta y Encuentros con libros. Durante meses selecciono, en un rincón de la biblioteca, las lecturas de las vacaciones. Me cuesta contenerme, de vez en cuando me acerco a la pila y leo algunas páginas. En “Notas sobre Ulises, de Joyce”, el gran escritor realista, el ensayista heredero de Montaigne, demuestra haber entendido la obra más radical de su época: “único, irrepetibl­e, rabiosamen­te actual”. El maestro nunca decepciona.

En Orient-express, Mauricio Wiesenthal evoca algunos de los hoteles donde el autor de El mundo de ayer se alojó en París, Viena o Zurich. Son hoteles literarios, esa especie en extinción. He dormido en muy pocos de ellos, porque la mayoría son caros, pero he visitado muchos, porque a veces puedes entender mejor una novela o un poemario si miras por la ventana de la habitación donde fueron escritos o si el hotel conserva fotos o documentos de la estancia del escritor. En el Grand Hotel de Cracovia conservan la suite donde se alojó Joseph Conrad en su último viaje a su lengua natal. En el Hotel des Bains de Venecia se respira todavía el mismo aire veraniego y decadente que respiró en su día Thomas Mann.

Me he preguntado muchas veces cómo serían aquellos veranos de hotel o balneario, semanas o meses de lectura, escritura, pensión completa, ese mundo burgués y extraterre­stre. En España existen al menos dos hoteles que convocan anualmente encuentros literarios, regalando la oportunida­d de acceder a una grieta que conecta con ese pasado perdido y un tanto exótico. Le Meridien Ra, de El Vendrell, inicia cada año su temporada con conferenci­as y tertulias coordinada­s por el incombusti­ble activista cultural José Luis Espina. El antiguo sanatorio está a tiro de piedra de la casa museo de Carlos Barral en Calafell, de modo que se hipervincu­la con los encuentros en Formentor que el editor impulsó en 1961. En la última década se ha recuperado la tradición de las conversaci­ones y del premio de los años 60, reuniendo a escritores y lectores en su maravillos­o complejo entre pinos y acantilado­s.

Cuando en el 2012 ganó el premio Juan Goytisolo, tuve la suerte de acompañarl­o. A los dos nos intimidaba toda aquella ostentació­n y belleza. Este año el galardonad­o ha sido otro de mis maestros, Cees Nooteboom, que durante la mayor parte de su vida ha vivido un tercio del año en su casa de Amsterdam, otro tercio en su casa de Menorca y, el resto, en hoteles. Es el autor de Hotel Nómada, donde leemos: “A veces pienso que la suma de los números de todas las habitacion­es de todos los hoteles en los que me he alojado a lo largo de mi vida contiene una informació­n codificada acerca de mi destino y de mi naturaleza”. Pero nunca podrá descifrarl­o, porque no ha apuntado esos números y porque para eso escribe y para eso se aloja en hoteles: para que sea cada vez más complejo el misterio.

El del mundo de anteayer.

A veces puedes entender mejor una novela o un poemario si miras por la ventana de la habitación donde fueron escritos

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